La verónicaAdolfo Ariza

Pascal y el Papa al alimón

«Para Pascal, fuera de Jesucristo no sabemos lo que es nuestra vida»

Actualizada 05:05

El pasado lunes, 19 de junio, se cumplieron 400 años del nacimiento del filósofo francés Blaise Pascal. En tal efeméride el Papa Francisco ha promulgado una carta apostólica, titulada Sublimitas et miseria hominis, con la que quiere mostrar, al alimón con el filósofo, la permanente actualidad del pensamiento del inventor de la máquina de aritmética, antecesora de nuestras calculadoras.
Ya de antemano, ha de decirse que, para comprender una propuesta como la de Francisco con respecto a un filosofo como Pascal, tal vez sea útil tener en todo momento muy presente esa lógica de la paradoja por la que se tiene conciencia de que «le ha costado tanto a la Iglesia demostrar que Jesucristo era hombre contra aquellos que lo negaban, como demostrar que era Dios; y las posibilidades eran igualmente grandes» (Pensamientos 307). La cuestión es clara aunque, a veces, parece justo lo contrario: Con respecto a aquellos que no tienen fe, «nosotros solo podemos dársela por razonamiento, en espera de que Dios se la dé por sentimiento de corazón» (Pensamientos 110). A lo que el Papa apostilla abogando por «una evangelización llena de respeto y paciencia, que nuestra generación haría bien en imitar».
Verdaderamente el Papa no «filosofa» sino que va al grano: «¿Cuál es, en efecto, tanto en la época de Pascal como hoy, el tema que más nos importa?». A lo que responde: «Es el sentido pleno de nuestro destino, de nuestra vida y de nuestra esperanza, el de una felicidad que no está prohibido concebir como eterna, pero que solo Dios está autorizado a conceder».
Nos recuerda Francisco que «si Pascal comenzó a hablar del hombre y de Dios, fue porque había llegado a la certeza de que “no solamente no conocemos a Dios más que por Jesucristo, sino que no nos conocemos a nosotros mismos más que por Jesucristo» (Pensamientos 417). Para Pascal «fuera de Jesucristo no sabemos lo que es nuestra vida» (Pensamientos 417). Harina de otro costal será conseguir que esta afirmación no quede reducida a «una pura afirmación doctrinal inaccesible a los que no comparten la fe de la Iglesia, ni como una devaluación de las legítimas competencias de la inteligencia natural». El legado del Pascal nos muestra que «fuera de los objetivos del amor no hay verdad que valga la pena»; tal y como recuerda en sus Pensamientos «nos hacemos un ídolo con la verdad misma, porque la verdad sin la caridad no es Dios y es su imagen y un ídolo al que no hay que amar ni adorar» (Pensamientos 926).
La enseñanza del filósofo ayuda a «mantenernos alejados» de ciertas tentaciones como «presentar nuestra fe como una certeza indiscutible que se impone a todos». También a poder advertir no pocos peligros desde los «purismos angélicos» hasta «los intelectualismos sin sabiduría» pasando por «diversas formas de ocultar la realidad». Con Pascal se puede decir que no hay nada más peligroso que un pensamiento desencarnado: «El que quiere hacer el ángel, hace la bestia» (Pensamientos 678). Y todavía cabría una enésima advertencia desde los Pensamientos de Pascal – no hay nada más que leer su Oración para pedir a Dios el buen uso de las enfermedades -: el tan advertido por el Papa Francisco «neo-pelagianismo».
El magisterio de Pascal ayuda a descubrir los limites de filosofías como el estoicismo que «conduce al orgullo» (Conversación con el Sr. de Saci) y el escepticismo que conduce a la desesperación. Pero no solo eso, sino que además muestra que estos filósofos de la Antigüedad no eran tan absolutamente ajenos a la sencillez y a la tranquilidad como, a veces, cabría pensar: «No nos imaginamos a Platón y Aristóteles más que con grandes togas de maestros. Eran gente sencilla como los demás, que se divertían con sus amigos. Y cuando se divirtieron haciendo sus leyes y sus políticas [Las Leyes de Platón y La Política de Aristóteles], lo hicieron como quien juega. Era la parte menos filósofa y menos seria de su vida, la más filósofa era vivir simple y tranquilamente» (Pensamientos 533).
Concluyo con la invitación pontificia a leer la obra de Pascal que «no es, ante todo, descubrir la razón que ilumina la fe» sino «ponerse en la escuela de un cristiano con una racionalidad fuera de la común, que tanto mejor supo dar cuenta de un orden establecido por el don de Dios superior a la razón».
Post data (También con el Papa y Pascal al alimón): «El que está ocupado en los detalles de sus cálculos no tiene la ventaja de la visión de conjunto que le permite ‘ver todos los principios […] hay que ver la cosa de golpe, con una sola mirada’ (Pensamientos 512)».
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