La verónicaAdolfo Ariza

Estímulo de clarividencia

Actualizada 05:00

Contaba una joven Dorothy L. Sayer, que en un momento en que le amenazaban las dudas de la adolescencia, leyó el libro Ortodoxia de Chesterton siendo una colegiala desengañada por el sector más puritano de la Iglesia Anglicana con el que estaba familiarizada. Años después confesó a un amigo que si no hubiera sido por el «estímulo de la clarividencia» que le había proporcionado Ortodoxia habría renunciado totalmente al cristianismo en su época de estudiante. Años más tarde, en 1952 confesó la deuda que tenía con Chesterton: «Para los jóvenes de mi generación G. K. C fue un liberador de los cristianos. Como si de una bomba benéfica se tratara, hizo que un gran número de de vidrieras de mala calidad saltara por los aires, permitiendo la entrada en la Iglesia de ráfagas de aire fresco, en el que danzaban las hojas muertas de la doctrina, con toda la energía y la frescura del volatinero de Nuestra Señora».
Otro testimonio de la influencia benéfica de la consabida Ortodoxia de Chesterton es el del escritor Theodore Maynard: «Hubo un libro que me causó una profunda impresión… y ese libro fue Ortodoxia de Chesterton. Se me clavó en lo más hondo; todavía me sigue pareciendo una obra absolutamente extraordinaria… Chesterton no se convertiría al catolicismo hasta pasados trece años… pero mucho antes había hecho de mí un católico».
Lo propio ahora sería el poder llegar a recoger esos estímulos de clarividencia chestertonianos por los que ambos escritores percibieron y se dejaron «informar» por la más estimulante de las clarividencias: la gracia del Espíritu Santo.
Verdaderamente es estimulante aprender a percibir con Chesterton que «todo bien era un resto de un desastre primordial que debíamos atesorar y guardar como si fuese sagrado» y que «la vida no es lógica, pero supone una trampa para los lógicos». Es más, con el dubitativo tal vez sea útil compartir que las «pruebas a favor del cristianismo tienen el mismo carácter vivido y deshilvanado que las pruebas en contra».
Oportuno es también recordar que «todos los caminos llevan a Roma, razón por la cual mucha gente no llega a ir nunca». No es tan complejo el diagnóstico: «Lo que uno cree depende de su filosofía y no del reloj del siglo. Si alguien cree en la ley natural e inalterable, nunca creerá en los milagros. Si cree en una voluntad que subyace detrás de la ley, creerá siempre en los milagros». El realismo pasa por el descubrimiento de un dato al mismo tiempo distante y cercano: «La libertad mental y emocional no es tan sencilla como parece. En realidad, requiere un equilibrio tan delicado de leyes y condiciones como la libertad social y política».
Le guste o no a tu agnóstico o ateo de cabecera «[…] hay una gran iglesia inconsciente de toda la humanidad que se funda en la omnipresencia de la conciencia humana». Es un revival permanente el tomarse a risa toda la historia del pecado original como algo pueril y supersticioso – incluso por parte de no pocos y «determinados teólogos modernos – y sin embargo la doctrina del pecado original “es la única parte de la teología cristiana que puede demostrarse». A la pruebas nos remitimos: «Si es cierto (como así ocurre) que un hombre puede disfrutar despellejando a un gato, el filósofo religioso sólo puede llegar a una de dos conclusiones: o negar la existencia de Dios, como hacen todos los ateos; o negar el vínculo entre Dios y el hombre, como hacen todos los cristianos». Es curioso pero «la primordial paradoja del cristianismo es que la condición normal del hombre no es la condición cuerda o sensata, su condición normal es una anormalidad. En esto consiste la filosofía íntima de la Caída».
Este elemental elenco de estímulos de clarividencia quedaría cojo sin una referencia a la que para muchos es la fuente y el compendio de todos los antiestímulos: «el clero católico». Chesterton lo ve muy claro en la historia inglesa (pre-Enrique VIII): «Ese pueblo del que decimos que está dominado por los curas es el único pueblo británico que no está dominado por los señores». «[…] si tomáramos […] la opinión de que los curas oscurecen y colman el mundo de amargura» la paradoja se vuelve aún más, si cabe, estimulante: «Contemplo el mundo y sencillamente descubro que no es así. Aquellos países europeos que siguen bajo la influencia del clero son precisamente los países donde todavía se canta, se baila, se lleva ropa de colores alegres y hay arte al aire libre. La doctrina católica y la disciplina pueden ser un muro, pero es el muro del patio del recreo».
¡Feliz cumpleaños (29 de mayo de 1874) del simpar Chesterton para todos! ¿Y por qué no decirlo? «Agradecemos que nos regalen cigarros y zapatillas de andar por casa el día de nuestro cumpleaños. ¿Es que no puedo agradecer a nadie el regalo de haber nacido?».
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