La verónicaAdolfo Ariza

Meditación en plena campaña electoral

Actualizada 05:05

A decir verdad tendría que haber titulado más bien – a sabiendas de los poco periodístico del título - Meditación (no mía y en cuestiones ad latere) en plena campaña electoral – un filósofo como Jürgen Habermas hubiera hablado de «fundamentos prepolíticos» - . Si bien me reservo el desvelar «la fuente» para el final de estas líneas.
Por lo pronto tal vez sea útil empezar por considerar que somos bombardeados por explicaciones falsas en mayor o menor medida y de medio a medio. Si admitimos que estamos en una atmósfera de degradación (que cada uno ponga la proporción que estime oportuna) social, política y económica también tal vez sea útil reconocer que «ninguna causa material […] determinó la degradación que padecemos». Ya lo dijo «la fuente» a comienzos del pasado siglo: «[…] Nuestra libertad no la perdimos por las máquinas, sino por la pérdida de un pensamiento libre».
Esta ausencia de «pensamiento libre» está íntimamente unida a una creciente ignorancia vital y social y fundada en gran medida – o al menos eso estima un servidor – «en el hecho de haber desaparecido la vida comunitaria que alimentó otrora su sentido social y los sistemas cooperativos que constituyeron antaño su defensa». La pregunta es pertinente: ¿Qué grado de pertenencia, de un no al individualismo rampante y de asociacionismo se conserva en una sociedad como la nuestra? ¿Hasta qué punto es sabio esperar un mejoramiento de las condiciones sociales, económicas y vitales que proceda única y exclusivamente de «regulaciones e intervenciones venidas de lo alto, pero no mediante la libertad»?
Harina de otro costal es el «malestar […] extendido por toda la colectividad, cuando la vida real de la sociedad se encuentra divorciada del fundamento moral de las instituciones». Conviene no engañarnos y poder reconocer que «el conflicto espiritual es más fecundo en materia de inestabilidad dentro del Estado que cualquier otra clase de conflicto». No hay que ser muy perspicaz para poder percibir que «el divorcio de nuestras normas éticas tradicionales y los hechos sociales, han introducido ya características tan novedosas como el permiso de conspirar otorgado a la vez a poseedores y desposeídos» (al leer poseedores y desposeídos, léase gobernantes y gobernados). En una palabra: corrupción, incoherencia, abuso de poder por intromisión en las conciencias, manipulación a través de los medios de comunicación, ingeniería social, la aniquilación de la idea de bien común en pro de intereses partidistas, etc.
La fuente es explícita: «Es visible que no poseemos a esa absoluta libertad política». El paradigma es el del «Hombre práctico». En este sentido «no resulta difícil advertir que el ‘hombre práctico’ de la reforma social es el mismo animal exactamente que el hombre práctico de todas las demás secciones de la actividad humana, y que padece la misma doble incapacidad que caracteriza al hombre práctico dondequiera se lo halle: una incapacidad de definir sus propios principios fundamentales y una incapacidad de seguir las consecuencias derivadas de su propia acción. Estas dos incapacidades proceden de una forma sencilla y deplorable de impotencia: la incapacidad de pensar».
En este orden de las cosas, la «fuente» pone un ejemplo que para una mente de hoy puede pasar por obsoleta pero que, sin embargo, estimo que arroja no poca luz sobre el asunto que nos concierne: «Pero en cuanto un grupo tras otro de obreros que trabajan en actividades económicas inmediatamente necesarias a la vida de la nación, las cuales por tanto no toleran casi interrupción alguna, se van dando cuenta del poder que les confiere la unión, es inevitable que el legislador (enfrascado, como está, en la tarea de hallar remedios momentáneos a las dificultades que suscitan) vaya proponiendo sucesivamente para cada actividad económica el remedio de un salario mínimo».
Es un principio que no conviene olvidar: «[…] el obstáculo más poderoso […] es el moral». Si no, a las pruebas podríamos remitirnos: «¿Puedo conseguir administradores y organizadores que tomen en serio a un grupo de pobres hombres o los sirvan como servirían a los ricos?».
El futuro se intuye no muy halagüeño para una sociedad, que si se la deja libre en su propia dirección, garantizará «la subsistencia y la seguridad, pero garantizadas a expensas de la anterior libertad política». «Las tensiones internas que amenazaron a la sociedad durante la etapa capitalista irán relajándose y desaparecerán, y la comunidad se asentará en aquel principio servil que fue su fundamento antes de la llegada de la fe cristiana, principio del cual esta fe la emancipó lentamente, y al cual vuelve naturalmente con la decadencia de esta».
Ya sólo revelar la fuente: Hilaire Belloc (el gran amigo de Chesterton) en su obra El Estado Servil.
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