La verónicaAdolfo Ariza

El pragmatismo gris de la cotidianidad eclesial

Han de añadirse factores como la ausencia para nuestra generación de la experiencia de formas de devoción de las generaciones anteriores

Actualizada 05:00

El titulo no es mío sino del teólogo Ratzinger. Para él, en este «pragmatismo gris» todo parece ser correcto, pero en realidad «la fe se agota y llega a quedar desmedrada». Lo gris es pintado con dos tonalidades que el teólogo reconoce observar «con preocupación»: 1º «El intento por hacer extensivo el principio de la mayoría a la fe y a la moral, es decir, por democratizar finalmente la Iglesia». 2º La Liturgia modificable «a capricho». En su testamento espiritual deja expresada esta segunda preocupación con una mayor contundencia: «La causa más profunda de la crisis que ha sacudido a la Iglesia radica en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la Liturgia».
Detengámonos, por un momento, en el segundo de los fenómenos observados con preocupación. El teólogo es certero a la hora de releer el más reciente devenir de la historia de la Iglesia al respecto: «Después de la tendencia racionalista y puritana de los años setenta e incluso todavía de los años ochenta, hoy día se experimenta el cansancio de una liturgia de palabras, y se desearía celebrar una liturgia de la vivencia, que muy pronto se acerca a las tendencias de la New Age: se busca lo embriagador y lo extático, no la rationalis oblatio (el culto divino plasmado racionalmente y conforme al logos), de la que habla Pablo y con él la liturgia romana (Rom 12, 1)».
Dicho esto no son pocos los interrogantes que se suscitan. Y a los interrogantes, sobre los que ahora más adelante insistiré, han de añadirse factores como la ausencia para nuestra generación de la experiencia de formas de devoción de las generaciones anteriores; además de que – y es enseñanza del Papa Francisco en Evangelii gaudium, si «en las últimas décadas se ha producido una ruptura en la transmisión generacional de la fe cristiana en el pueblo católico», una de las principales causas radicaría «en nuestra dificultad para recrear la adhesión mística de la fe en un escenario religioso plural». Ratzinger nos hablaría aquí del más claro «desarraigo espiritual» y de la más estricta «destrucción de la estructura comunitaria».
Pero vayamos a los consabidos interrogantes; eso sí, sin el propósito de la más completa exhaustividad. Opto por 4 interrogantes 4.
1º. Sin con facilidad relacionamos «lo espiritual» con la ausencia de cualquier tipo de disciplina, ¿hasta qué punto entenderemos la necesidad de una disciplina en la Liturgia por la que «si se observa con autenticidad», seremos formados «con gestos y palabras que ponen orden en nuestro mundo interior, haciéndonos experimentar sentimientos, actitudes, comportamientos» (Francisco, Desiderio desideravi 51)?
2º. ¿Se asume que la acción litúrgica, en especial la participación en la Eucaristía, no puede penetrar en una vida carente de oración personal y de valores comunicados por las formas tradicionales de piedad del pueblo cristiano?
3º. ¿Consideramos con mayor atención - o la rutinaria de siempre -: el canto, la predicación (un tipo de predicación que, por ejemplo, apele al sentimiento, sin caer en lo sentimental), la música, el espacio litúrgico, la dimensión sagrada del Misterio eucarístico, la disposición de la asamblea, la actitud del celebrante, la forma de celebrar, la conciencia de estar en el ámbito del misterio?
4º. ¿Hasta qué punto ayudamos a inculcar la necesidad de los sufragios por los difuntos?
Pasando del teólogo Ratzinger al Papa Francisco – no son tales las antípodas que tantos «pseudomedios de comunicación» nos quieren hacer ver – podría decirse que la senda irá, no tanto, por una búsqueda de «un esteticismo ritual, que se complace solo con el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observación de las rúbricas» (Francisco, Desiderio desideravi 22) sino que la senda acertada pasa por reconocer «lo profundamente arraigados que estamos todavía en el individualismo y el subjetivismo, de lo poco acostumbrados que estamos a la llamada de las cosas grandes y de lo pequeña que es la medida de nuestra vida religiosa» para despertar a un «sentido de la grandeza de la oración» y de «la voluntad de implicar también nuestra existencia en ella». Ahora bien, «‘el camino hacia estas metas es la disciplina, la renuncia a un sentimentalismo blando; un trabajo serio, realizado en obediencia a la Iglesia, en relación con nuestro ser y nuestro comportamiento religioso’ (esto último es de R. Guardini solo que lo cita Francisco). Así es como se aprende el arte de la celebración» (Francisco, Desiderio desideravi 50).
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