La verónicaAdolfo Ariza

De Obispos y de Cofradías

Actualizada 05:00

Los Obispos de las Diócesis del Sur de España – la Tierra de María Santísima – publicaban el pasado 14 de junio una carta pastoral conjunta con motivo del 30º aniversario del Viaje Apostólico de San Juan Pablo II a Sevilla y Huelva. Son los Obispos mismos quienes nos invitan a poder reconocer un dato en principio evidente: «Es innegable que la vitalidad de la Iglesia en nuestras diócesis se reconoce en gran medida gracias a las múltiples expresiones de la piedad popular». También en la misma carta recuerdan la petición expresa que el Papa Francisco les hacía, en la visita ad limina de enero de 2022, de «estar cerca de las Hermandades y Cofradías reconociendo su aportación importantísima a la piedad popular».

También, en principio, es evidente que el fenómeno no es carente de una cierta dosis de complejidad. Valga como muestra algo leído el pasado Jueves Santo, 6 de abril de 2023, en un diario de tirada nacional con respecto a los desfiles procesionales: «[…] todos aquellos que buscan en la teatralidad de las procesiones una disculpa emocional para rendir homenaje a las señas de una identidad religiosa que no significa nada en sus vidas. Probablemente, después de escuchar una saeta, aún con la piel de gallina, entrarán en el bar más cercano y pedirán una ración de jamón y un vaso manzanilla. Es su forma de rezar al Cristo de la supervivencia» (Luis Herrero dixit).

Creo que con acierto expresan su preocupación los Obispos del Sur al señalar que «los fenómenos del secularismo y la descristianización afectan también gravemente a realidades y expresiones vinculadas a la piedad popular». Los síntomas en nuestras Hermandades y Cofradías son, en opinión del Episcopado andaluz, ciertamente constatables. Así las cosas, «tampoco están exentas las Hermandades del riesgo de la mundanización» puesto que «no faltarán quienes quieran servirse de las Hermandades para su intereses personales o quienes las usarán para convertirlas en meras conservadoras de antigüedades, como se custodian las piezas de un museo, o para reducirlas a meras organizadoras de eventos festivos». El texto es rotundo: «Las Hermandades no están para el espectáculo externo, sino para el cuidado de la vida interior de sus miembros, de modo que toda manifestación pública y externa de la fe, sea auténtica y no fingida». Con claridad señalan los Obispos del Sur que si «no es posible desconectar las fe de la moral», la autentica piedad popular no podrá olvidar las implicaciones morales de la fe así como su contribución a «fortalecer la coherencia entre lo que se cree y se vive». En una palabra, «nada más alejado de una persona que se dice cofrade o de hermandades, que vivir en contra de la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y moral».

Esta coherencia es olvidada cuando «las tareas, proyectos o preocupaciones de quienes están al frente de una Hermandad» se centran única y exclusivamente «en mejorar su patrimonio material», sin «el cuidado espiritual y corporal de quienes forman la Hermandad». Como recuerdan los obispos del Sur, «la riqueza de una Hermandad son las personas y, entre ellas, especialmente, las más necesitadas». Hay incoherencia también en «las divisiones y enfrentamientos entre quienes las forman» y es que «las Hermandades no están para que haya divisiones en ellas entre pudientes y necesitados, sino para que entre sus miembros haya verdadera comunión de bienes».

Hasta aquí todo podría parecer un «revival» para Hermandades y Cofradías del profeta Jeremías con sus ayes y lamentaciones. Y nada más lejos de la realidad. De ahí que la reflexión de los Obispos del Sur pueda ayudarnos a redescubrir el valor de las Hermandades y Cofradías en cuanto que «talleres de santidad» en los que «se cuide la formación espiritual de sus miembros y se sigan los ejemplos de autentica perfección evangélica, que no faltan en la historia de las Hermandades». También, en segundo lugar, en cuanto que «espacios de fraternidad eclesial donde la verdad del amor humano» y «la belleza de la familia» resplandezcan de una forma palpable. Precisamente la realidad nos dicta que «la vitalidad de las Hermandades a la hora de transmitir la fe se podrá verificar atendiendo a las vocaciones nacidas en ellas, bien sea a la vida matrimonial, bien a la vida consagrada, bien al sacerdocio». En tercer lugar, las Hermandades y Cofradías, inspiradas en la imagen de la Iglesia en cuanto que «hospital de campaña», habrán de ser «refugios de misericordia» y «portadoras de esperanza» incluso en su mismo patrimonio al remitir al «camino de la belleza».

¡Créanme! Lean la carta de no haberlo hecho ya. No tiene desperdicio.

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