La verónicaAdolfo Ariza

La Misa de Graham Greene

Actualizada 05:05

Henry Scobie, protagonista de la novela El revés de la trama de Graham Greene, tenía su cerebro congelado por el miedo y la vergüenza del pecado que iba a cometer y, sin embargo, había acudido a misa para contentar a su esposa Louise. Nada más comenzar, las palabras de la misa eran para él «como una acusación». ‘Entraré en el altar de Dios, de Dios que da gozo a mi juventud’. Pero para él «no había gozo en ninguna parte». «Levantó los ojos de entre los dedos entrelazados y las imágenes de yeso de la Virgen y de los santos parecían extender las manos a todos los presentes, a derecha y a izquierda, más allá de él». Por un momento se sentía como «el invitado desconocido a una fiesta en la que no le presentaban a nadie». Todas aquellas «amables sonrisas pintadas se dirigían intolerablemente a otro sitio». «Intentó rezar de nuevo en el momento del Kyrie Eleison» y todo se mantenía en aquel estado incómodo y desagradable.
Al mirar al sacerdote que vierte el vino y el agua en el cáliz las dudas lo corroen: «¿Cómo podía odiar a Quien, por voluntad propia, se ponía a su merced?». Pero al mismo tiempo no cesa, en ningún momento, de intentar disculparse: «Tú puedes cuidar de Ti mismo. Tú sobrevives a la cruz todos los días. Tú solo puedes sufrir. Tú nunca puedes perderte. Reconoce que vienes en segundo lugar, después de todos estos. Y yo debo ocupar el último lugar: soy el subcomisario de policía; tengo a cien hombres bajo mis órdenes; soy el responsable. Mi trabajo consiste en velar por los demás. Mi destino es servirles».
Con el Sanctus, Sanctus, Sanctus comienza el padre Rank el canon, «sin remordimientos», apresurando así «el susurro que conducía a la consagración». «‘Que vivamos nuestros días en tu paz…, que nos preserves del castigo eterno…’. Pax, pacis, pacem: toda la declinación de la palabra ‘paz’ zumbaba en sus oídos a lo largo de la misa». «Hoc est enim Corpus: sonó la campanilla y el padre Rank elevó a Dios en sus dedos… aquel Dios tan liviano ahora como una oblea y cuya llegada Scobie presentía tan pesada como plomo. Hic est enim calix sanguinis, y nuevo repique de la campanilla».
Scobie mira a la cruz sobre el altar y se reconoce en un pensamiento al que califica como brutal: «Bebe tu esponja de hiel. Me has hecho ser lo que soy. Recibe la herida de la lanza». Pero en este mismo trance no sólo eso; no necesita «abrir el misal para saber cómo terminaba aquella plegaria: ‘Que recibir tu cuerpo, a lo que yo indignamente me dispongo, no sirva para mi juicio y mi condena’». Cierra los ojos y deja que lo habite la tiniebla. La misa corre a su fin: «Domine, non sum dignus… Domine, non sum dignus… Domine, non sum dignus…». Ya en otro momento se había quejado de «lo cruelmente injusto por parte de Dios» de «haberse expuesto de aquel modo, un hombre, una oblea, primero en los pueblos de Palestina y ahora aquí […] permitiendo al hombre que ejerciera su voluntad en Él». Su argumento en aquel momento era contundente: «Cristo había dicho al joven rico que lo vendiera todo y que le siguiera, pero aquel era un fácil paso racional comparado con el que Él había dado, ponerse a merced de los hombres que apenas conocían el significado de la palabra». Scobie se ve a sí mismo «al pie del patíbulo» envidiando la simplicidad y la bondad de los que se acercan al comulgatorio. Contemplar al padre Rank abriendo la puerta del sagrario le hace ver que él es la cruz y que «Dios nunca haría un milagro para salvarse a sí mismo […] Él nunca dirá la palabra para salvarse de la cruz, pero ojalá la madera estuviera hecha del tal modo que no sintiera, ojala los clavos fuesen tan insensibles como la gente creía».
Sin embargo, el que llegado el momento de comulgar notaba que «la saliva se había secado en la boca», notó en la lengua, en aquel preciso instante, «el blanco sabor a papel de una frase eterna».
Post data: Leer este y otros pasajes de la novela de Greene (británico y no norteamericano) me ha hecho evocar una carta de Federico García Lorca, escrita desde Nueva York, a su familia. La carta sigue hablando por sí misma y por contraste – como el pasaje de la novela citado - en el momento presente de la Iglesia en el que vivimos: «Hay un instinto innato de la belleza en el pueblo español y una alta idea de la presencia de Dios en el templo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una misa en España. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la adoración del Sacramento, el culto a la Virgen, son en España de una absoluta personalidad y de una enorme poesía y belleza. Ahora comprendo también aquí, frente a las iglesias protestantes, el porqué racial de la gran lucha de España contra el protestantismo y de la españolísima actitud del gran rey injustamente tratado en la historia, Felipe II. Lo que el catolicismo de los Estados Unidos no tiene es solemnidad, es decir, calor humano. La solemnidad en lo religioso es cordialidad, porque es una prueba viva, prueba para los sentidos, de la inmediata presencia de Dios. Es como decir: Dios está con nosotros, démosle culto y adoración. Pero es una gran equivocación suprimir el ceremonial. Es la gran cosa de España. Son las formas exquisitas, la hidalguía con Dios».
Lector inquirat.
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