Turismo de calidad
En estos días se habla de turismo en Córdoba lo cual no solo es un tema recurrente sino un eterno debate. En ese debate por supuesto que figura el asunto de las pernoctaciones, santo y seña de los congresos, asociaciones y estudiosos del sector. El tema es que se pernocta poco en Córdoba y nuestros turistas son fugaces, como un romance estival. Vienen y van, van y vienen. Si se quedaran serían marroquíes, no turistas.
Los estudiosos del turismo andan preocupados por la calidad de los que vienen a visitarnos. Hablan de turismo de calidad, que básicamente es turismo con pasta, que se deja los euros y no se disfrazan de Doraemon con el culo al aire, porque ese es el turismo de despedida de soltero, que es un turismo golfo y poco estético. En realidad también se busca un prototipo de turista no mochilero. Fuera jipis. Queremos cataríes, no turistas.
Los sesudos del turismo organizan congresos y se ponen interesantes. Hablan de sostenibilidad, gentrificación, trazabilidad y experiencias. Ahora se lleva mucho lo de las experiencias. Turismo de experiencias, dicen. Comerse un plato de lechón en Cardeña es una maravilla, pero también una «experiencia», y ahora nos lo descubren los gurús de la venta de aire. Porque el turismo, además de un gran invento, ha sido siempre una experiencia.
Las mentes pensantes, los investigadores de gráficas, tendencias y número de camas hoteleras suelen adoptar la personalidad dual del turista y del empresario, sin ser exactamente ninguna de las dos cosas. Los empresarios del sector acostumbran a estar trabajando y no tienen tiempo para congresos ni reuniones sectoriales. Los empresarios, ahora denominados emprendedores, ponen su dinero en juego y lo que desean es recuperarlo. Y no lo consiguen en el confortable calor del despacho mientras analizan tendencias y movimientos, sino en el tajo desde la mañana en la que todavía no ha amanecido hasta bien entrada la noche. Todas las iniciativas para la desestacionalización y la sostenibilidad, con un turismo que no impacte en la huella de carbono, les parecen bien mientras haya plazas de aparcamiento, agilidad administrativa, menos impuestos, más seguridad y sobre todo más alegría, porque en Córdoba (en la que no se pernocta), lo de salir de noche se ha convertido en un luto, en un aburrimiento, en un cumplimiento de horarios escolares, en Europa. Queremos ser alemanes, pero no a los turistas.
Ocurre también que se promueve una persecución al turista de casco histórico, que es el turista de toda la vida. Si tuviéramos playa, el forastero buscaría un chiringuito y una sombrilla. Pero aquí, qué cosas, tira para el Patio de los Naranjos. Y el turista se ha convertido en una molestia para la burguesía progre que habita el casco histórico y los barrios antiguos. Son esa población que gracias a sus prebendas salariales, su elevado nivel de carné político y contactos tribales, la información urbanística privilegiada de los años 80 y 90 y la pose solidaria para salvar los cines de verano (pero no con su dinero) vieron hace años en ese casco una inversión inmobiliaria que no dudaron en hacer. Algunos de ellos, mientras critican la gentrificación, habilitan varios apartamentos turísticos, en un gesto perrohortenalístico. Pero necesitan tranquilidad, no chusma, esa Ingrid o Antoine que vienen a perturbarles estéticamente en su trayecto a la exposición o a la lectura poética, mientras elaboran otro pliego reivindicativo para instalar placas solares.
Gente de calidad que quiere un turismo de calidad. Y que no les interrumpan la siesta.