De este agua no beberéRafael González

El pelotón

Actualizada 05:00

En las puertas de la recientemente inaugurada nueva sede de la Policía Nacional para expedir carnets , deneises y pasaportes, se acumula cada mañana un amplio pelotón de cordobeses y cordobesas en desordenada formación, algunos de ellos y ellas con patinete de serie. Aunque ha sido esta semana cuando el Secretario de Seguridad la ha visitado para impartir la bendición laica y sostenible a las flamantes instalaciones, estas venían operando quizá en modo beta desde hace un par de meses. Una sede ubicada en uno de mis trayectos mañaneros, con la fresquita, camino de la redacción. En mi derrotero urbano hay dos puntos que me suelen llamar la atención. Uno es un gimnasio, donde a través de su escaparate veo a seres caminando por la cinta con motivada disposición de perder las lorzas. Hacen lo mismo que yo en ese momento, caminar, pero pagan euros por ello. Después decimos que si no nos explicamos los resultados electorales.

En el otro punto reparo porque en realidad me paro. Debo hacerlo ya que el pelotón de indocumentados o en vías de ser pasaporteados está ahí, a mogollón, estabulado a sí mismo y quieto en todo el ancho de una acera que, oh, también es para los viandantes. O sea, capullos como yo.

Al principio solía pronunciar un me permite por favor al que en días sucesivos le fui quitando el por favor para finalmente optar por una melé 3-4-1 de ellos contra mí. Como a esa hora solo llevo un muesli bebido, acabo en la calzada esquivando furgonetas de reparto y vehículos de alta gama desbocados desde la estación de Renfe camino del negocio y el reparto de primas.

Por lo general, suelo ser insultado por miembros del rebaño humano allí acoplado. Esa acera es suya, de sus santos compañones y su propia mismidad. Tienen derecho. Tienen derechos. Si la calle antes era de Fraga ahora es del cordobés o cordobesa con el carné caducado. Y cuidado del que ose usarla para ir del punto A al punto B, en la esquina de Avenida de América con Avenida de los Mozárabes, que no es pedir mucho, por otra parte.

Un poco más adelante hay una biblioteca pública aun sin abrir, que es una metáfora que explica muchas cosas.

Reparo que Córdoba, la capital, es uno de los pocos sitios de España en donde no hay tradición ni costumbre de guardar la cola, a la que hay que añadir la pérdida progresiva de esa institución que consistía en pedir la vez. A poco que salga uno del califato, observa ordenadas colas en las paradas de autobús, en las puertas de los multicines, en los bares de moda como ocurre aquí, en el Santos, pero porque son todos guiris en busca de la famosa tortilla española del local.

El habitual pelotón humano a las puertas de la nueva sede de la Policía Nacional

El habitual pelotón humano a las puertas de la nueva sede de la Policía NacionalRG

Presumo que en el caso que nos ocupa debe haber alguna pelotada digital ultramoderna que acaba funcionando según el tradicional sistema de mariquita el último, dicho esto como una observación arqueoantropológica del lenguaje heteropatriarcal. Pero el cordobés entiende otra cosa y se apelotona y se enroca y se estabula y se defiende atacando para coger número el primero.

Supongo que eso se soluciona con un agente saliendo y poniendo orden, y que los cordobeses y cordobesas, tan senequistas y tal, se peguen a la pared en fila india y aprendan a tener paciencia, a respetar los turnos, a ser corteses y empáticos y recuperar la educación que una vez se tuvo y ahora ha desaparecido. Una ausencia de urbanidad tal que ha transformado las colas en pelotón o el móvil en el entrometido de horarios antes sagrados, como la noche o la sobremesa, que ahora se asaltan a golpe de whatsapps ausentes del más cortés saludo.

Pero de eso hablamos otro día.

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