Ingenuo
«Son muchos los ciudadanos de la mayoría silenciosa que no están dispuestos a dejarse arrastrar por los intolerantes»
Lo siento, pero no me rendiré ante quienes quieren construir muros o cavar trincheras. Puedo parecer un ingenuo, un cobarde, un inocente o un melindroso, pero me resisto a confundirme con quienes solo ven enemigos que no tienen derecho a participar de sus ambiciones de mando. No quiero formar parte de quienes construyen muros para excluir ni de quienes cavan trincheras para destruir.
Hay muchos políticos, demasiados por desgracia, que sólo ambicionan mandar en exclusiva. Quienes así piensan no pueden disimularlo, lo que explica que, en el pleno del último congreso socialista, una ministra del Gobierno exclamara, sin inmutarse y correspondida con aplausos enloquecidos, que el triunfo total se conseguiría «cuando acabemos con la derecha», una «joya» de tolerancia democrática que debiera inhabilitarla a perpetuidad en un país que se respetara a sí mismo.
Me niego a formar parte de esta lucha sin cuartel, de esta desmesura en que unos políticos sin principios quieren arrastrar a toda una sociedad al frentismo y a la confrontación sin límites. Por muchas voluntades que compren, todavía hay españoles que creen en el valor de la palabra, en el respeto al adversario y en el trato igual a todas las personas. Ciudadanos capaces de pensar por sí mismos, negados a la manipulación de unas minorías que ostentarán el poder pero carecen de autoridad moral para doblegar a los hombres libres.
Y también me niego a responder al insulto con la ofensa, a la sinrazón con el exabrupto, a la afrenta con el agravio y a la mentira con la falsedad. Si llegamos a perder el juicio crítico, la libertad de pensamiento y la facultad de discernir habremos perdido la grandeza que nos hace personas, ciudadanos libres y responsables. Puede que sean muchos y sin principios los bullangueros que nos abruman, pero no podrán con la serenidad y la racionalidad de quienes piensan por sí mismos, por mucho que algunos piensen que estos son muy minoritarios. Porque habrá un día en que el hartazgo de tanta demagogia culmine su paciencia y demuestren que, por contra, son la mayoría de un pueblo hastiado de tanto oportunista sectario y ventajista.
Hace cuarenta y seis años que los supervivientes de la última confrontación fratricida entre españoles y sus hijos firmaron un pacto de convivencia generoso, comprensivo y tolerante. Un pacto de concordia que suscribieron en referéndum el 90 % de los españoles ratificando la Constitución de 1978, algo desconocido en nuestra historia que solo había vivido constituciones de imposición de unos sobre otros, sin respaldo popular.
Hoy ese pacto lo están poniendo en entredicho, y de manera soterrada, desde las propias instituciones, unos porque no ocultan su voluntad de romper la unidad nacional y otros porque ceden a sus pretensiones con tal de seguir disfrutando de las mieles del poder, para lo que han suscrito un pacto tácito excluyente de la mitad al menos de los españoles.
Por mucha intolerancia que algunos rezuman, por muchas ofensas que proclamen, por mas desverguenza que inspire su conducta, España es aún una nación soberana que no va a dejar pasar por mucho tiempo más los ataques a su dignidad. Porque son muchos los ciudadanos de la mayoría silenciosa que no están dispuestos a dejarse arrastrar por los intolerantes. Ubicados en los valores de la libertad, de la justicia social y del humanismo, dejarán en un determinado momento esa aparente ingenuidad y reclamarán, con toda la energía de la razón, que sigue vigente el artículo 14 de nuestra Constitución que garantiza la igualdad de los españoles ante la ley, «sin que pueda prevalecer discriminacion por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».
Ese día, los oportunistas que están jugando con nuestra dignidad verán cómo se hunde el Titanic de sus mentiras y se agarrarán, como náufragos desesperados, a cualquier tabla de salvamento cuando comprueben que la ingenuidad social se ha acabado porque una inmensa mayoría ha dejado de creer en las mentiras proferidas para ocultar la maldad de sus intenciones. Y los españoles darán su merecido a quienes los toman por ingenuos, inocentes y confiados y, una vez más, renovarán el compromiso de construir puentes de entendimiento, destruyendo los muros y las trincheras fabricados por quienes no tienen más obsesión que dividirlos en dos mitades irreconciliables. Es la esperanza que nunca deben perder las personas decentes.