Pulso legalÁlvaro Caparrós Carretero

Anabel Pantoja: más dudas que certezas

Actualizada 04:30

¿Qué haríamos sin el mundo del salseo? Esa maravillosa fusión de realidad y ficción donde la vida de los demás se convierte en nuestro pasatiempo. Nos fascina diseccionar la existencia ajena desde la comodidad del espectador, juzgar con ligereza y opinar con la convicción de un experto en todo y nada. Pero hay veces en que la frivolidad choca con la cruda realidad, y el caso de Anabel Pantoja y su pareja, investigados por las lesiones de su hija, Alma, es un claro ejemplo de ello. Esto ya no es carne de tertulia ligera; esto es un tema serio con implicaciones legales y humanas de primer nivel.

El protocolo se activó como debe ser: parte médico, juzgado, investigación. Hasta ahí, nada fuera de lo común. Pero aquí viene el matiz que hace saltar las alarmas: el forense ha determinado que las lesiones de la menor tienen base objetiva. Es decir, no es simplemente un «accidente doméstico sin más». Y aunque la custodia no ha sido retirada (dato relevante y tranquilizador), el hecho de que las pesquisas sigan en marcha nos indica que hay algo que esclarecer. Si todo estuviera tan claro como algunos quieren hacer ver, el caso ya habría sido archivado.

Luego viene la narrativa enrevesada. Un día, el comunicado de Anabel Pantoja dice que «lo único que hemos hecho es amar». Al día siguiente, nos enteramos de lo que, según las filtraciones, declararon en el juzgado. Y, sorpresa, las versiones no encajan ni con pegamento industrial. La madre menciona una «crisis puntual» sin dar detalles, mientras que el padre explica que, al cambiarle el pañal a la bebé en el coche, hizo varios movimientos torpes que pudieron causar las lesiones. Pero, según algunos informes filtrados, las heridas no parecen ser compatibles con ese relato. ¿A qué se debe esta falta de coherencia? ¿Miedo, confusión o algo más? Si realmente todo ha sido un cúmulo de infortunios, les ha tocado la peor combinación de factores posible.

Sigo sin ver dolo aquí. Y, por tanto, no me cuesta imaginar que estos padres están viviendo un calvario emocional. La presión mediática, el cuestionamiento constante, la duda flotando en el aire. Pero, aunque se les deba conceder el derecho a un juicio justo y sin linchamientos, también es justo exigir coherencia y claridad en las explicaciones. Cuando la versión de los hechos cambia con la frecuencia de un trending topic, es normal que el escepticismo se multiplique.

Lo que tampoco ayuda es el circo mediático. En estos casos, la información se transforma en espectáculo, y la búsqueda de la verdad queda en segundo plano. Se crean titulares ambiguos, se publican filtraciones sin contexto y se opina sin conocimiento de causa. Cada gesto se analiza al milímetro, cada palabra se retuerce, y el debate se contamina de juicios paralelos. Pero lo más preocupante es el daño que puede sufrir la menor, que sin haber pedido nacer en el foco mediático, ya está marcada por la exposición pública de su caso. ¿Alguien se ha preguntado cómo crecerá Alma después de esto? Porque cuando el foco de la prensa se apague, ella seguirá ahí, con su historia convertida en titular de hemeroteca.

Este caso también deja en evidencia la necesidad de mayor transparencia en estos procedimientos. No se trata de airear la vida privada de nadie, sino de evitar que la especulación se convierta en la versión oficial. Si se hubieran ofrecido explicaciones contundentes desde el principio, se habrían evitado ríos de tinta y horas de conjeturas. Pero, claro, la claridad no siempre conviene cuando la estrategia es ganar tiempo.

En el fondo, estos debates mediáticos nos llevan a una reflexión más profunda sobre la protección de los menores en los procesos judiciales y su representación en los medios. Precisamente, el próximo 12 de febrero a las 19:30 h se celebrará el acto de entrega del VII Premio de Artículos Jurídicos sobre Menores 'Pilar Bermal', donde recibiré el accésit por mi artículo sobre la Ley del Menor. Allí, junto a otros profesionales, debatiremos sobre estas cuestiones con el rigor y la profundidad que merecen. Porque, al final, los debates con sustancia son los que realmente importan.

En definitiva, aquí hay muchas preguntas sin respuesta, pero también una certeza: lo importante no es lo que yo piense, ni lo que opine la calle, sino lo que la investigación determine con pruebas. Yo, por supuesto, tengo mi teoría sobre lo sucedido, pero no estoy aquí para alimentar conjeturas en un tema tan sensible. Me lo guardo para mí. Porque lo último que necesitamos es convertir un asunto serio en un guion de telebasura. Y, a veces, callarse y esperar es un acto de responsabilidad. Aunque sea lo más difícil de hacer en la era del ruido.

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