Por derechoLuis Marín Sicilia

Saturados

Actualizada 04:30

Déjenos en paz, señor presidente. Dígale, por favor, a sus peones del Consejo de Ministros que paren, que nos den un respiro, que se tome un descanso el orfeón papagayo. Que si, que lo hacen muy bien, que están acoplados, que repiten a coro la consigna del día… pero, se lo ruego, que no insistan en que somos una jauría la prensa, los jueces y todos los que no formamos parte de su coalición de progreso. ¡Es que en este país, lo sabemos, solo son progresistas algunos afortunados que han tenido la dicha de conocerlo y seguir su salvadora doctrina!. Lo sabemos, señor presidente, pero al menos déjenos respirar y no nos sature con su empecinamiento de recordárnoslo cada minuto.

Aceptamos, si no queda otro remedio, que en este país solo quedan los progresistas que usted lidera y el resto, constituido por una rehala de ultras que pueblan esa fachosfera que tanto le molesta y cuyo destino son las helicoides tipo venezolano que tanto gustan a sus compañeros de aventura. Pero dígale a sus esbirros, tanto a los que pastorean de sus presupuestos como a quienes recojen las migajas de los medios que les sirven, que no insistan más, que no somos peligrosos, que sólo nos sorprende la facilidad con la que se vive adulando al poder y descalificando a quienes no se doblegan ante los costosos caprichos del mismo.

Y ya de paso, señor presidente, transmítale a su hermano nuestro sentimiento por haberse visto agobiado hasta dimitir de su alta responsabilidad en los conservatorios de Badajoz. Es una pena que, por no saber con exactitud cuál era su misión y donde debía sentarse para cumplir su cometido, haya sido sometido a una terrorífica persecución. Se hubiera evitado tanto suplicio si hubiera seguido los pasos de su cuñada y se hubiera asentado, para desarrollar su encomiable actividad mercantil, allí donde usted desempeña su loable función de velar por el interés general de los españoles.

De paso se me ocurre, con su venia, que no estaría de más que aconsejara a su nuevo adelantado para la conquista de Madrid que pudiera equivocar su estrategia de seguir zahiriendo a esa malvada que parece quitarle el sueño a usted y a toda su cohorte de disciplinados escuderos. Buscar más cosquillas removiendo actividades de su familia, desde sus padres y hermano hasta a su pareja sentimental, puede provocarle insatisfacción, además de lo reprobable que resulta hurgar en la vida privada de las personas. Parece que ese camino da malos resultados, a tenor de como lo juzgan los madrileños.

Y por último, dígale a sus amigos encausados y a su parentela más próxima que no se preocupen, que usted tiene aún ese privilegio del que antes se avergonzaba, porque lo ostentaban otros, para indultarlos si esos prevaricadores jueces osaran condenarlos. Y en última instancia, su amigo Conde Pumpido los amnistiaría, que para eso es tan progresista como usted ese Tribunal Constitucional que tan a su gusto ha confeccionado.

Nada más, señor presidente. Si acaso pedirle que dé instrucciones precisas a toda su cohorte de disciplinados ministros, portavoces, voceros y demás enchufados que pululan por doquier, que nos dejen tranquilos con nuestro pecado capital de habitar en la otra parte del muro, ese que con tanto empeño y determinación, ha construido para dividirnos a los españoles. ¡Ah, y un último ruego!: dígale a su escudera andaluza que rebaje lo más posible el diapasón de sus proclamas. Por esta zona nos gusta tener la fiesta en paz. Y a ser posible, que no saque la lengua más de lo razonable.

Muchas gracias por su atención, señor presidente. Pero comprenda que estamos saturados, un poco hartos más bien, de que nos llamen jauría y nos tilden de peligrosos ultraderechistas por no comulgar con sus ruedas de molino.

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