Bohemios de derechas y el «naming» del estadio
La cosa es que durante las dos últimas semanas, desde el último artículo Sancheski, no ha pasado gran cosa en mi vida. De verdad. Ya. Ríanse.
Todo esto viene a cuento para contarles que yo siempre quise ser un bohemio de derechas. Desde chico, y porque molaba. Era trasgresor ¿Que no? Pero me faltó la garra, la actitud y, quizás, la perseverancia. Yo qué sé, lo mismo no me veía. Tal vez si hubiera insistido. Pero no. No salió. Qué le vamos a hacer.
Así que, durante unos años, intenté ser lo contrario -némesis lo llaman los enrollados-, es decir algo parecido a un desdichado bohemio de izquierdas. Pero es que aún me fue peor. Y a quién no, con razón, se dirán ustedes. Sobre todo porque no ligué nada. Todo ello -aquella crisis de identidad bohemia- me llevó a abandonar la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba durante un día. Pero sigamos, no me entretengan.
Mis amigos bohemios de derechas -alguno me queda- suelen ser merengues, incondicionales de Butragueño y Hugo Sánchez. Sin embargo, mis amigos bohemios de izquierdas -cada vez me van quedando menos- lo son de Messi y Guardiola, y se enfundan una elástica blaugrana del mercadillo así, a la primera de cambio.
Mis amigos bohemios de izquierdas son muy de Julio Anguita -bueno, en esto coinciden con los de derechas- y gustan de beber ron venezolano a palo seco en alguno de los interminables veladores de la Plaza de la Corredera, al caer la tarde. Quillo, líate algo. Mis amigos bohemios de derechas, en cambio, cogen el coche alemán, o una moto fea e inmensa de carretera, y se acercan a algún bar supuestamente gamberro de El Tablero, calzan unas «enes» -New Balance-, mientras mis amigos bohemios de izquierdas lo hacen en unas zapas inclusivas, ecofriendly, tal y pascual. Tan aburridos, vaya, como leer una novela negra escandinava. Ambos dos.
Mis amigos bohemios de derechas saben mucho de cine. Dicen. Compran alguna blazer en el Silbon de calle José -por qué ese miedo, alcalde Bellido- Cruz Conde y lo mismo se pierden por las tabernas de la Córdoba vieja que acaban la noche de flamenquito -caja y tal- en un chabolo de El Brillante. Ambos -los de derechas y los de izquierdas- llevan sin ver una de Berlanga en la Filmoteca desde el año de la polca.
A ambas bohemias les gusta dejarse ver, de vez en cuando, no se pasen, por inauguraciones de exposiciones de lo que sea. ¿Una de Vimcorsa? Venga ¿Otra en la Diputación? A esa no, que no ponen canapés. ¿Oye nos acercamos a la de sala Espaliú, con los guays y zurdos? Claro amigue. Siempre echaré de menos las exposiciones transversales de arte en Sala Cobalto. La de Tito. Allí donde eché los dientes. Y es que allí cabíamos todos.
Mis amigos bohemios de derechas y sus ídem de izquierdas votan cada cuatro años, cuando les digan, y les gusta mucho hacerlo. Disfrutan como niños. Y yo, cuando lo pienso, travieso, me emociono al acordarme de aquello que dijo Foxá: «Los españoles están dispuestos a morir por la dama de sus pensamientos o por un punto de honra, pero morir por la democracia les parece tan tonto como morir por el sistema métrico décimal». Cancélenme de una maldita vez, diablos. Imploro.
Mis amigos bohemios de izquierdas son muy de denuncias falsas, se ofenden fácilmente ante cualquier contrariedad y cada vez tienen menos sentido del humor. Quién dijo que la vida fuera fácil. Les entiendo. Mis amigos bohemios de derechas, en cambio, son más de celebrar el Día Internacional de la Croqueta. O del salmorejo. Lo cual, francamente, no mejora demasiado el escenario. A ambos les gusta -agárrense los machos- Fito y los Fitipaldi.
A mis amigos bohemios de ambos hemisferios ideológicos les deseo lo mejor, faltaría más. A unos les mola Tintín y el Capitán Haddock, y a los otros Milo Manara y la Totem. John Wayne o Robert Redford, Tip o Coll. Eso sí: tanto a una como a otra familia bohemia el cambio colonizador a base de petrodólares del histórico nombre del estadio El Arcángel -naming, catetos, se dice ahora- les parece perita.
Mis amigos «bo-bos» -acrónimo de bourgeois bohemian: bohemios burgueses en cristiano- de derechas les gusta, ahora, mucho leer a Bukowski. Al contrario que a sus equivalentes de izquierdas; a los que espanta sobremanera el lenguaje y actitudes demasiado cancelables de este autor otrora maldito para sus cabecitas de pitiminí. Los primeros entran en catarsis al oír nombrar al «loco Milei», mientras los segundos -vehementes- suspiran por los huesos del primer ministro saliente canadiense Justin Pierre James Trudeau -ese luceras- icono guaperas y malogrado de la progresía globalista.
En la escena internacional, ambos detestan a la Rusia de Putin. Qué les habrá hecho este sin par judoka y domador de osos a ambos dos. Me digo yo. Pero en bajito.
Visten un poco raro estas dos familias bohemias. Por ejemplo, ambas -las de derechas y las de izquierdas- coinciden en eso de llevar pañolón fantasía al cuello aunque difieren, eso sí, en el muestrario de pantalones: mis amigos bohemios de izquierdas son más bien de tipo holgados, así grandotes y con algún detalle étnico azteca -manda huevos-: y mis amigos bohemios de derechas usan otros apretaítos y con dos tallas menos de largo.
Tristemente, ambas bohemias coinciden en que visten pantalón corto en verano.
Y es que lo bueno de no ser un bohemio de derechas ni de izquierdas es que uno puede refugiarse en la barra de la taberna Los Mosquitos, solo, a ser posible, apoyado con un codo, mientras se espera un milagro.
Al fin y al cabo, hay católicos como yo que somos algo sentimentales y bebedores: porque no hay otro modo posible de ser bohemio. Porque, si algo me enseñaron mis ancestros, eso fue no hacer jamás fitness. Como sí hacen los bohemios de izquierdas. Y -Dios los ampare- casi todos los de derechas.