Aurelio Teno da la alternativa a Martín Boíllo
La imagen del Cristo sufriente sirve de estímulo para reflexionar sobre el problema del dolor, asegurando a los que sufren que su salvador y Dios no ha sido ajeno a esta experiencia
Durante una temporada se podrá contemplar en la Parroquia de Nuestra Señora de la Aurora de Córdoba la ultima obre del escultor cordobés Manuel Martín Boíllo. La obra lleva por título Ecce Homo-Varón de Dolores. La circunstancia de poder contemplar esta misma obra a los pies del Cristo de la Liberación de Aurelio Teno le da a la citada providencia, en primer lugar, los tintes más característicos de un «doctorado» o de la taurina alternativa de Boíllo de manos de Teno. En segundo lugar, y por la idiosincrasia de ambas obras en medio de un cierto hastío repetitivo, se convierte la consabida providencia en una oportunidad para el más verdadero ejercicio de contemplación que es el de la oración cristiana.
Decía san Agustín que a través de los «ojos del corazón» podremos ver a Dios. Sin embargo, esta capacidad necesita de un proceso de asimilación y transformación por el que se amplía el alcance y la calidad de nuestra visión; en definitiva, un «aprendizaje de la visión», una «tutoría del ojo». No en vano, el viaje de Dante desde el «bosque oscuro» hasta contemplar a Dios en el paraíso fue y puede ser para sus lectores un ejercicio de desarrollo de discernimiento de la visión que permite que Dios sea visto. Con razón exclama el salmista: «Tengo sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo veré el rostro de Dios’» (Sal 42, 2). Ahora bien, ¿está el Rostro de Dios en las esculturas-imágenes de Teno y Boíllo?
Para responder al interrogante quisiera por un momento retrotraerme a la experiencia vivida por el filósofo norteamericano Paul Elmer More (1864-1937). De joven, More se sintió fascinado y, en un principio, profundamente satisfecho con el mundo ideal de las bellas formas platónicas, el mundo silencioso e impersonal de lo puramente ideal. Sin embargo, rápidamente comenzó a experimentar una sensación de inenarrable desolación y soledad en este reino quieto y silencioso. «La idea de un alma humana desnuda viajando por siempre más y más a través de ideas inanimadas, sin guía personal ni consuelo… hizo que un estremecimiento y un escalofrío me recorriesen el cuerpo». El joven filósofo anhelaba que esas formas impersonales por las que se había sentido atraído se volvieran personales, que revelaran un rostro. Para More, el mundo de las formas platónicas era alienante, impersonal y sin rostro. «Mi anhelo de una voz audible en el silencio infinito se elevó a un nivel de tortura. Para estar satisfecho debo ver cara a cara, debo, por así decirlo, palpar y sentir» (Pages from an Oxford Diary).
El bronce de Teno y la terracota de Boíllo son expresión de lo que a lo largo de los siglos, los teólogos y filósofos de la religión, con más desacierto que acierto, han desarrollado a través de sofisticadas explicaciones sobre cómo se puede conciliar la existencia del dolor y el sufrimiento con la bondad de Dios. Y sin embargo la verdadera explicación radica en el paulino «sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rom 8, 28). La explicación de Pablo está en el rostro del Varón de Dolores que nos recuerda que sufrir no significa que hayamos sido abandonados o rechazados por Dios; que Cristo sufrió antes que nosotros y por nosotros; y que podemos mirar hacia la esperanza de un nuevo orden, del que formamos parte.
La reflexión a la que somos llamados se centra en una persona, en un acontecimiento, en lo que ocurrió en un lugar y un momento concretos de la historia, no en una abstracción intelectual o un marco teórico. La imagen del Cristo sufriente sirve de estímulo para reflexionar sobre el problema del dolor, asegurando a los que sufren que su salvador y Dios no ha sido ajeno a esta experiencia. De ahí que «lo que realmente cuenta no es el dolor como tal, sino un amor tan grande, un amor que expande tanto la existencia, que es capaz de unir lo que está lejos y lo que está cerca, que pone en contacto con Dios al hombre abandonado por Dios» (Ratzinger).
El Crucificado de Teno y el Ecce Homo de Boíllo son la antítesis de experiencias como la del filósofo de la religión estadounidense Nicholas Wolterstorff que se vio incapaz de leer obras sobre teodicea tras la muerte de su hijo en un accidente de escalada. Dios se había convertido en un misterio, y la teodicea era tan inútil como insoluble. «No puedo encajar la piezas. Estoy perdido. He leído las teodiceas elaboradas para justificar los caminos de Dios al hombre. No me convencen. No conozco la respuesta a la pregunta más angustiosa que jamás me haya planteado».