Zoológico Cuaresmal
El domador en este particular zoológico cuaresmal es, con Clemente de Alejandría en el Protéptico, Cristo que como verdadero Orfeo – aquel pastor músico que con su canto y su música encantaba a los animales – es capaz de domesticar «los animales más difíciles que existieron nunca, los humanos» en su más amplia variedad de «pájaros como los frívolos, serpientes como los mentirosos, leones como los violentos, puercos como los voluptuosos, lobos como los rapaces…». A todos estos animales entrecomillados, «el canto celeste les ha podido cambiar en hombres civilizados» (Protréptico 1, 4). Es el Orfeo del que canta Ambrosio de Milán: «Ven a mí que soy acechado por los ataques de lobos peligrosos. Ven a mí, que expulsado del paraíso, soy probado por las mordeduras y el veneno de la serpiente y me he extraviado lejos del rebaño de arriba. Pues también a mí, tú me habías colocado allá arriba, pero los lobos de la noche me han alejado de redil. […] Ven a buscar a tu oveja, no envíes servidores, no envíes mercenarios» (Sobre el salmo 118, 22, 28-30).
En tan singular zoológico el salmista canta «arranca mi alma a la espada y mi única a la garra del oso. Líbrame de las fauces del león» (Sal 21, 21-22). Cesáreo de Arles te enseña que «la fuerza del oso reside en su garra y la del león en sus fauces, por eso estas dos bestias han sido elegidas para representar al diablo». Por lo que estas palabras están dichas en nombre de Cristo, para que «‘su única’, es decir, su Iglesia, sea arrancada a la garra del diablo, es decir a su poder, o sus fauces» (Sermon 121, 4).
Tal y como nos narra la Biblia en el Libro de Daniel (Capitulo 14) la oración y la ascesis por el ayuno de Daniel consiguen cerrar las fauces de unos leones. Daniel pasa siete días de ayuno en la fosa hasta que el profeta Habacuc le lleva un cesto de comida (Dn 14, 33-39). Son numerosos los Padres de la Iglesia que afirman que la oración de Daniel cierra las fauces de los leones. Es más, un himno pascual de Efrén de Nísibe describe a los leones ayunando con Daniel (Himno Pascual 7, 8). A estos leones hambrientos se opone Daniel maravillosamente avituallado por Habacuc, pues el cristiano que ayuna es alimentado espiritualmente por Dios. En la fosa de los leones, Daniel es ejemplo también de esto. El ayuno pascual del que iba a ser bautizado terminaba con la eucaristía. Por eso, de la comida de los cosechadores traída por Habacuc, se ha conservado sólo el pan y este pan literalmente venido del cielo (Dn 14, 36-39) que se ha convertido en una figura del «verdadero pan venido del cielo». De ahí también que con Hipólito de Roma se pueda decir: «Imita a Daniel […]. No se encontrará en ti ninguna herida, sino que serás sacado vivo de la fosa y participarás en la resurrección», escapando así a los «ángeles torturadores» de los infiernos (Sobre Daniel 3, 31, 3).
Lo curioso es que como cuenta Juan Crisóstomo los leones no osaban tocar al Daniel de la fosa de los leones (cf Daniel 14) «pues veían brillar en él la antigua imagen del Rey de la Naturaleza», reconociendo así «los nobles rasgos que habían en el rostro de Adán antes del pecado». Así las cosas, «se aproximaron a Daniel con la misma sumisión que a Adán cuando el primer hombre les impuso sus nombres» (Sobre el Génesis 5, 2). Según el mismísimo Jerónimo el restablecimiento del orden querido por Dios en la Creación pasa por las caricias de Daniel a los leones como perros de compañía y ellos moviendo sus colas con alegría (cf. Epístola 1, 9).
La particular ventaja de este zoológico reside también en que del mismo modo que el arca de Noé nos ha de evocar que en esta misma – que es imagen de la Iglesia – cohabitan «el leopardo y el ciervo, el lobo y el cordero», en la Iglesia misma «hay justos y pecadores, recipientes de oro y de plata que coexisten con recipientes de madera y de arcilla» (Jerónimo, Contra los luciferinos 22). Si bien con Cirilo de Jerusalén ha de notarse al respecto que la misma Iglesia que acoge «al ternero y al toro junto con el león» es capaz de convertir a un lobo en oveja por «las divinas palabras de su enseñanza» y su mismo «estado de ánimo».
«Comprendamos, pues, la realidad escondida bajo estas imágenes» (Asterios de Amasea).