La verónicaAdolfo Ariza

Una comedia fantástica

Actualizada 04:30

De entre el reparto de esta comedia fantástica - en el más originario de los sentidos lo de fantástica - destaca el reverendo Cyril Smith, que luciendo «el más alto de los alzacuellos usados por pastores de la Iglesia Anglicana y mostrando todas las cualidades de un fanático reprimido», es todavía un muchacho que se toma muy serio su sacerdocio. Ha concebido la peregrina - o no tan peregrina - idea de abrir una «taberna modelo» en la parroquia «donde los ingleses puedan conseguir bebidas decentes y beber decentemente». Con tal motivo se ha dirigido a la casa del Duque en la que pretende encontrar su anuencia y en la que, dicho sea de paso, tendrá lugar una velada amenizada por un prestidigitador. Mas, aquí en la casa del Duque, se va a topar con la beligerante oposición a su rompedora idea encabezada por el Doctor Grimthorpe.

El encuentro del reverendo Smith con Morris Carleon, sobrino del Duque recién venido de América, y el Prestidigitador lleva al reverendo a experimentar la congelación de su intelecto, consecuencia principal de esa «parálisis mental» a la que los científicos llaman «pragmatismo». Se ha visto repentinamente sorprendido por el más ingenuo escepticismo: pensar que solo la experiencia, y no la fe ni la imaginación, pueden respaldar lo sobrenatural. Y sin embargo el desenvolvimiento de los acontecimientos le va a llevar a resolver no pocas de las dudas súbitamente impostadas.

Mientras que el incrédulo Morris Carleon quiere que el Prestidigitador muestre «aquellos inteligentes sistemas que hicieron surgir agua de una roca cuando el viejo Moisés decidió golpearla» - es más, considera una verdadera «lástima» que se haya perdido esta «técnica» – por otro lado el reverendo Smith lamenta que «una parte de la antigua técnica» se haya perdido: ni más ni menos que «la técnica que sirvió para escribir el Libro de Job». Para el reverendo es una auténtica pena el que se haya perdido esa misma técnica resumible en sucintos versículos: «No conoce su valor el hombre, ni se halla en la tierra de los vivos. El abismo dice: no está en mí. Y la mar ha dicho: ni conmigo. El infierno y la muerte dijeron: su fama hemos oído con nuestros oídos. Dios entiende su camino, y conoce su lugar. Porque él mira en los confines de la tierra y ve bajo todo el cielo. Y dijo al hombre: he aquí que el temor del Señor es la sabiduría, el apartarse del mal la inteligencia». La clave para el reverendo reside en unos tiempos antiguos en los que se sabía que no se sabía todo y en la humildad del que constantemente se pregunta: –«¿Dónde podrá hallarse la sabiduría y cuál será el lugar del entendimiento?».

Cuestión aparte será la disputa con el doctor Grimthorpe acerca de la contradictoria pobreza y fortaleza de espíritu. El doctor ve pobreza de espíritu en la mujer que se levanta temprano para acudir a los oficios de su iglesia y lo rubrica con cierto furor afirmando que «sólo las mujeres pueden creer en la religión». El reverendo Smith le afea su raciocinio y conducta: -«Usted confía en las mujeres en los trances prácticos de la vida y de la muerte; en esas horas de desvelo en las que una mano temblorosa o una píldora de más matarían». La dialéctica se eriza cuando el reverendo, a la carga, recuerda que «aún hay muchos tan fuertes de espíritu que creen fervientemente en la Iglesia». Espadas en alto, el doctor no parece amilanarse: -«¿No hubo muchos también que creían fervientemente en Apolo?». El reverendo responde con más preguntas: -«¿Y qué mal hay en creer en Apolo? ¿Y qué gran mal puede sobrevenir por no creer en Apolo? ¿Nunca se le ocurrió que el escepticismo puede ser una locura tanto como la fe? ¿Qué hacer preguntas puede ser una enfermedad tanto como proclamar doctrinas? ¡Habla de la manía de la religión! ¿No existe acaso la manía de negar la religión?». Y hete aquí, por tanto, el inveterado dilema para pseudo-gloria del doctor: -«Entonces, usted piensa que nadie debería hacer preguntas» y, finalmente, el set y partido para el reverendo: -«[…] ¿Por qué no pueden dejar tranquilo al universo y que signifique lo que quiera? ¿Por qué el trueno no puede ser Júpiter? Muchos hombres se han vuelto tontos porque querer saber qué diablos era si no era Júpiter. […] Suponga que no crea; aun así sería un loco si hiciera preguntas. El niño que duda de Santa Claus tiene insomnio; el niño que cree tiene una noche tranquila».

Sin embargo, el gran reto de fe al que se va a ser sometido el reverendo viene en forma de órdago lanzado por el Prestidigitador. Con violencia le espeta:

-“Quiero verlo martirizado. Quiero que sea testigo de su propio credo. Digo que estas son cosas sobrenaturales. Digo que esto fue obra de un espíritu. El doctor no me cree; es agnóstico, y lo sabe todo. El duque no me cree; no puede creer en algo tan sencillo como un milagro. Pero usted, ¿para qué demonios está usted si no cree en un milagro? ¿Qué significa su vestimenta si no significa que existe algo sobrenatural? ¿Qué significa su maldito cuello si no es que existe algo espiritual? (Exasperado) ¿Por qué demonios se viste así si no cree en ello? (Con violencia) ¿O quizá usted no cree en los demonios?

Y sin embargo, pese al revés, el reverendo lo ha visto claro: -«Creo… (Después de una pausa). Quisiera creer. -“Es mucho más prodigioso explicar un milagro que obrar un milagro […]».

Hasta aquí la comedia fantástica. La moraleja de la misma es propuesta por el autor de la comedia en ejercicio de autocrítica: «Todos deberíamos ser capaces de discutir con nosotros mismos, y eso es lo que he tratado de hacer aquí». Para más señas: G. K. Chesterton, Magia. Una comedia fantástica. Estrenada en noviembre de 1913 en el Little Theatre de Londres (La edición manejada aquí es de la Editorial Espuela de Plata, Sevilla 2010).

¡Más que recomendable!

comentarios

Más de Adolfo Ariza

  • Reivindicar a Péguy

  • Falta corazón

  • Mida sus niveles de Esperanza

  • En la muerte de David Lodge

  • 1.700 años

  • Más de Córdoba - Opinión

    Córdoba - Opinión

    Carmen

    tracking