Reivindicar a Péguy
La coincidencia de encontrar dos referencias seguidas sobre el literato francés Charles Péguy (1873-1914) me ha recordado la necesidad de seguir reivindicando la figura del por sí mismo denominado como «un cristiano de la comunidad parroquial, un pecador, pero un pecador con tesoros de gracia».
La primera de las referencias la he encontrado en un artículo de Jon Juaristi sobre la pensadora judía Hannah Arendt. Resulta que en 1945 la filósofa judía Hannah Arendt publicó un artículo sobre los principales pensadores católicos de la primera mitad del siglo XX titulado «Cristianismo y revolución». Arendt reivindica aquí las figuras de Péguy, Bernanos y Chesterton en las que ve atisbos de una «auténtica renovación del catolicismo». En el artículo Arendt sostiene que «quien describió las diferencias esenciales entre la pobreza – que fue siempre una virtud, tanto para los republicanos en Roma como para los cristianos medievales – y la miseria, que es la plaga moderna reservada a quienes rechazan perseguir el dinero y se niegan a las humillaciones del éxito [Entiéndase la ironía] fue Péguy». Arendt, una de las grandes historiadoras del origen de los totalitarismos de nuestro tiempo, subraya en este artículo el carácter profético de Péguy: «En el cristianismo había algo más que la muy útil denuncia del rico como hombre perverso. Su insistencia en que la condición humana es limitada bastaba para permitir a los cristianos una muy honda comprensión de la esencial inhumanidad de todos los intentos modernos por transformar al hombre en superhombre».
La segunda de las referencias la encontré leyendo un libro del filósofo Roger Scruton titulado -¡Pásmense! - Bebo, luego existo. Entre caldo y caldo, Scruton desgrana su proceso vital y en un pasaje del mismo evoca cómo el encuentro con las religiosas de la Madre Teresa de Calcuta en un Beirut en plena guerra le supuso un verdadero encuentro con aquella «belleza» que «da luz a la lámpara de cada alma humana, sea cual sea la forma de sebo en que se presente». Scruton reconoce que este encuentro le supuso también la pérdida de aquellas «gafas nietzscheanas» que le impedían ver desde la óptica de la piedad, «descartando todos los restos del banquete de la evolución». Asevera Scruton, y aquí aparece Péguy, que «había quedado impresionado, frente a las actitudes nietzscheanas» que le habían hecho «soñar en vano» con «protegerse de la compasión» y que se había encontrado «cara a cara con el misterio de la caridad – un misterio que Péguy contemplaba en la persona de Juana Arco, y que Geoffrey Hill encontraba en la persona de Péguy». Péguy publicó en 1910 su famoso poema Le mystère de la charité de Jeanne d’Arc; el poema tuvo tal relevancia e influencia que se podría decir que allanó el terreno para la canonización de Juana de Arco, una década después de la muerte de Péguy en combate, durante la Primera Guerra Mundial. Scruton encontró en las Hermanas de la Caridad y en los versos de Péguy un «mensaje de la máxima simplicidad»: «Has recibido mucho, ¿y qué das a cambio? Si no has dado nada, ¿cómo vas a expiar por ello? […] Precisamente porque se nos oculta la fuente de ese amor descendente, ponemos tantas esperanzas en el amor ascendente cuya fuente somos nosotros».
Nuestro José Jiménez Lozano (1930-2020) – escritor y periodista con Premio Cervantes incluido -, apoyándose en las intuiciones que en su momento descubrió en Péguy, advertía del peligro de una «preocupación primaria de lo trascendente» como «el gran pretexto» de los cristianos para ser indiferentes a los asuntos temporales. Puede que en intuiciones como la formulada radique una de las razones para la pertinencia de la reivindicación de la figura de Péguy que, por otra parte, siempre lo tuvo muy claro: «Aquel que utiliza la plegaria y el sacramento para inhibirse de trabajar y obrar, rompe el propio orden de Dios y el más antiguo mandamiento, aquel de que nos habla el Génesis que consiste en crecer y multiplicar todas las posibilidades humanas».