aventuras en un sancheskiÁlvaro García de Luján Sánchez de Puerta

'El Castañazo'

«Sé de amigos que practican la petanca, como a otros les da por el curling»

Actualizada 04:30

Película estrenada en 1977, 'El Castañazo'ffue dirigida por Roy Hill y en ella se narran las aventuras y desventuras de un club de hockey sobre hielo arruinado y puesto en venta: los Chiefs de Charlestown. Los miembros del equipo son una panda de perdedores de provincias entrenados y capitaneados por un jugador ya veterano y truhán interpretado por Paul Newman en el papel del mítico entrenador Dunlop. La fábrica metalúrgica que sustenta la economía de Charlestown anuncia su inminente cierre dejando a miles de sus habitantes sin trabajo y abocando a la ciudad y al club a un incierto futuro.

Fotograma de 'El Castañazo'

Fotograma de 'El Castañazo'

Es entonces cuando aparecen los Hermanos Hanson. Fichados a última hora por los Chiefs, estos tres tipos gamberros con gafas de pasta y narices prominentes de aire ramonianos, revolucionan el juego del equipo a base de violencia gratuita, adrenalina y descaro. Los irreverentes Hanson contagian al resto del equipo. Y es entonces cuando la película alcanza una sucesión de escenas violentas, tacos malsonantes políticamente incorrectos, cantidades ingentes de cerveza, actitudes hoy en día carcelarias y guantazos gratuitos salpicados de sangre, mucha sangre. Los aficionados que antes les insultaban y repudiaban, ahora adoran al equipo, llenan las gradas del pabellón y les siguen en autobuses allá donde jueguen, incluidas groupies enseñando sus traseros por las ventanillas ante el estupor de los aficionados rivales.

Apoteosis de la incorrección política por la que siempre les estaremos eternamente agradecidos a Roy Hill, al capitán Dunlop, a los Hermanos Hunson y al resto de esta banda de asaltantes disfrazados de jugadores de hockey, la guinda del pastel es el chófer del autobús de los Chiefs, quien, para no desentonar con el nuevo espíritu del equipo, conduce con el dibujo de una esvástica en un casco -ay nostalgia del punk- en un ejercicio de impostura pop.

En estos días de castañazos continuos salta la noticia en un medio progre de un happening que no se lo salta ni un Museo de Arte Reina Sofía, y protagonizado por el edil de Hacemos Córdoba ataviado con -no podía faltar- pañuelo palestino new age -¿Los venderán en el Zara?- incluido. Apareció por el recinto ferial borrando a base de brocha y titanlux del chino unos yugos y flechas falangistas previamente pintados por alguien. Qué cosas. Mi pregunta es si este señor tan pizpireta hubiera ido a borrar a lo Pepe Gotera y Otilio otros símbolos supuestamente punibles en lugar del yugo y las flechas. Ya saben la respuesta. Tras soltar su previsible discurso contra el delito de odio, la memoria democrática, blablabla, reivindicó su acto de pintura tono-blanco-roto que no es otra cosa que postureo disidente de pensamiento único controlado.

Uno puede ser falangista o todo lo contrario, igual que se puede ser de Guarromán o de Alcaracejos. Sé de amigos que practican la petanca, como a otros les da por el curling. A Tío Mike y a mí, por ejemplo, nos gusta jugar a los billares de carambolas. A uno le pueden gustar, hasta incluso, las mujeres.

Castañazo proviene de castaña. Como las pilongas. Y los gustos son como los culos, todos tenemos uno. Pero, ay, cómo a algunos les gustan demasiado los suyos.

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