Aventuras en un sancheskiÁlvaro García de Luján Sánchez de Puerta

Próxima parada: «Estación Julio Anguita»

«Esta noche, si no les importa, me prepararé un Negroni y leeré a nuestro viejo y cordobés Góngora, en algo parecido a un acto de reparación. Al mismo que le llevan robando mil vidas. Uno de los nuestros, al fin y al cabo»

Actualizada 04:30

Según salíamos de clase, los repetidores de COU del Instituto Ángel de Saavedra los viernes a las dos, pensábamos que Nietzsche y Baroja de clase de literatura eran dos dioses menores comparados con los futbolines que nos aguardaban en Valdeolleros.

Así era el Mundo que por entonces daba vueltas una y otra vez. Al menos para nosotros. Era el curso del 95. Aún lo recuerdo. Aparcadas a las puertas del insti, quedaban alineadas algunas vespinos con pegatinas con la rojigualda con el pollo preconstitucional, las Puch con pegatas ya por entonces desfasadas de la discoteca Penélope, y alguna de cross con una A de anarquía. O al revés. A veces te encontrabas al salir de clase una u otra de las motos tirada en el suelo. Nada más. Hoy por ti, mañana por mí. Sabíamos, los de por entonces, quiénes éramos. Pintadas en la madrugada, besos con chicas de Santa Rosa en el parque del Patriarca, litronas de cristal siempre a medias hasta el amanecer. Nos defendíamos, todos, más o menos.

Los de aquí y los de allá leíamos a Ray Loriga -Dios nos bendiga- y llevábamos chupas bomber, las vaqueras de Levi´s y, tal vez, quien más o quién menos, unas zapas J´Hayber, unas Nike 'Wimbledon' y una camiseta de Nirvana por entonces no estampadas por H&M. La mayoría éramos hijos de clases medias desestructuradas. Pero pasó el tiempo. Y empezaron las leyendas. Porque, por entonces, Julio Anguita ya no era alcalde de Córdoba. Era otro.

Las leyendas nunca se saben cómo empiezan pero sí cómo acaban. ¿O era al revés? Y Julio Anguita es una de ellas. Alcalde de Córdoba en la denominada Transición hasta los mediados de los 80 fijo que tuvo muchos logros. Faltaría más. Es fácil superar al posterior Rafael Merino, si apuramos. Este último solo por la reforma funeraria y hortera de nuestra antaño elegante plaza principal de Las Tendillas debería llevarse un gallifante. O una temporada a la sombra. En el talego. Que no pasa nada, oye. Estudias y haces ejercicio, gañán. Fijo.

Nuestra mirada esencial occidental proviene de los griegos, de lo romano, pero sobre todo de la Panda del Moco. Algo que, diablos sabré por qué, los zurdos ignoran. Ha habido pocas leyendas urbanas como la de la Panda del Moco: aquellos míticos macarras pijos que aterrorizaron el Madrid de los 80. Eran estos una banda de pendencieros a los que conocí de refilón ya en su decadencia. Muchos se escandalizarán, lo cual nunca está de más. Asaltaban bingos, bancos, puticlubs y alguno era azul de los de verdad. Macarras impenitentes, hijos de clases medias desahogadas, salvaban vidas solo por interés. Un bendito cuadro.

Porque de mitos y leyendas hablamos.

Hace ya años el cuadro de miembros del ayuntamiento de la Córdoba de por entonces elevó a altas instancias parlamentarias -manda huevos- la posibilidad de poner a las estación de Córdoba el nombre de Luis de Góngora. Y así, según sé y he rastreado, unos y otros insistieron -un poquito- durante años. Propusieron que la estación de Córdoba debiera llamarse Luis de Góngora. Pero ni puto caso. Han pasado casi veinte años desde entonces. Con los hunos y los otros, que diría Unamuno. Lo cual delata el cariz de nuestra clase política. Y Don Luis de Góngora -¿será por facha?- se encontró, además de con la desidia de nuestros representantes, con la leyenda infranqueable, intocable, progresista y más allá, de Julio Anguita.

Porque hete aquí que, desde hace unas semanas, el Ministerio de Transportes ha iniciado de oficio la tramitación para el cambio de nombre de la estación de trenes de Córdoba para que se denomine Julio Anguita. Así, tan rápido, casi en un suspiro y con el apoyo de la mayoría del pleno de nuestro obstinado Ayuntamiento, incluido el partido del alcalde. Ni al propio Anguita de estar vivo le hubiese hecho demasiada gracia. Mientras tanto, Luis de Góngora, el genio cordobés y universal de la literatura del Barroco, tendrá que esperar en el rincón de pensar otro par de siglos más.

Por mucho que la de Madrid ahora se llame Almudena Grandes, no hay nada más popular que una estación de trenes. Por ellas pululan cientos de miles, millones de españoles de todo pelaje y condición. Cercanías, Intercambiadores, Talgos, Expresos, Altas Velocidades, trenes de mercancías, cafeterías caras, el tren de la droga blanda de la línea Algeciras-Barcelona, o los elegantes coches-cama.

Así que esta noche, si no les importa, me prepararé un Negroni y leeré a nuestro viejo y cordobés Góngora, en algo parecido a un acto de reparación. Al mismo que le llevan robando mil vidas. Uno de los nuestros, al fin y al cabo. Pronto, cuando nos vayamos acercando a Córdoba en algún destartalado tren siempre con retraso, oiremos por megafonía que estaremos llegando a la Estación Alcalde Julio Anguita; y no a la Estación Luis de Góngora, ni a la Estación Fernando III, ni tampoco a la Estación Rafael de la Hoz; ni, ya puestos, a la Estación Pajares y Esteso.

Esta última, por cierto, nunca está de más, mi propuesta favorita.

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