La pedradaBartolomé Madrid Olmo

La mafia silenciosa

«Es el corolario natural de la frenética carrera iniciada por la banda del Peugeot hacia su particular concepto de una regeneración democrática»

Que el PSOE y el Gobierno socialcomunista han convertido la política española en un serial de cine negro ya no se cuestiona, porque no hay día en el que no se lleve a cabo un atraco al banco de la decencia pública por parte de quienes tienen la obligación de ser un ejemplo de rectitud y honestidad.

La aurora inmaculada prometida en torno a un manual de resistencia se ha tornado en un horizonte tenebroso en el que los datos de la UCO cercan un relato construido a base de ambiciones desmedidas, vicios obscenos, falsas promesas y mucha mentira, que dan para unas cuantas películas de gánster y pervertidos, basadas lamentablemente en hechos muy reales.

Así, como continuidad de ese artículo de opinión que titulé Los intocables tocados, inspirado en una obra maestra del gran Brian de Palma y en la que los inquilinos de Soto del Real lanzan mensajes envenenados a un supuesto Capone español del siglo XXI, podemos establecer cierta similitud entre el film de Martin Scorsese Uno de los Nuestros y lo que el partido de los 100 años de honradez, convertido por el sanchismo en un antro protector de delincuentes, puteros, cloaqueras de medio pelo y acosadores de mujeres, está grabando delante de nuestros ojos practicando «la omertá», o ley del silencio, para defender a uno de los suyos y correr un tupido velo durante meses sobre las denuncias realizadas por subordinadas de un tal Salazar, que bragueta en mano desplegaba su indecencia relatando todo aquello que una mente podrida puede imaginar cuando la sexualidad abandona el ámbito de una normalidad saludable para instalarse en el de la depravación más infame.

Esta situación es la consecuencia esperada de conductas mafiosas en las que no se rinden cuentas y se compran silencios. Es el corolario natural de la frenética carrera iniciada por la banda del Peugeot hacia su particular concepto de una regeneración democrática que abraza la corrupción, inunda de fango la vida pública, promociona la mujer objeto, intenta estigmatizar a los jueces y medios de comunicación que obstaculizan sus ambiciones y considera a la oposición como una molestia ilegítima. Una degradación, ante la que tenemos que reconocer lo harto difícil que debe ser para la neurona gástrica (dícese de los estómagos agradecidos) no sucumbir al desenfreno ético, moral y hormonal que provocan los ambientes lujuriosos en los que este socialismo de nuevo cuño se instaló al pisar la tierra firme del poder.

Decía mi compañero Jaime de los Santos en redes sociales que el PSOE no ha denunciado a Ábalos por amenazas, ni a Leire Díaz por extorsionar a fiscales y empresarios en nombre suyo, ni a Paco Salazar por las agresiones que describen ciertas mujeres, porque son cómplices de todo, es decir, porque son de los suyos.

Así, al igual que en la película de Scorsese, donde su protagonista Henry Hill reconoce que desde que tuvo uso de razón quiso ser un gánster al igual que aquellos con los que convivía en su barrio, quienes han convivido con Sánchez y su entorno están dejando claro que en el cesto de las manzanas podridas es complicado mantenerse sano, y que por encima de todo hay que proteger el cesto, al menos hasta que la justicia adjudica soluciones habitacionales. Es en ese momento cuando en la vida real las fuerzas flaquean y a los disciplinados inquilinos carcelarios se les suelta la lengua, como en la película del director italoamericano en la que Hill decide formar parte del Programa de Protección de Testigos y exclama apesadumbrado: «Soy un Don Nadie, y viviré el resto de mi vida como un Don Nadie».

Nadie, pronombre indefinido como nexo de unión entre realidad y ficción. Del agónico lamento de Ábalos «no tengo a nadie», al sentimiento de percibirse como un ´Don Nadie´ cuando al gánster la cruda realidad le muestra que no todo son noches interminables rodeado de mujeres en la discoteca Copacabana. Realidad que también ocupa su espacio cuando se pierde la impunidad en la isla de las tentaciones sanchista.

Nexo de unión que acorrala a los socios de un Gobierno lastrado por vicios y corruptelas que ha encallado en una roca consistente e inamovible: la dignidad de la mujer, porque nadie cree ya a quienes se arrogan ser feministas por ser socialistas. Nadie cree a los protectores de asquerosos exhibicionistas amparados en la coraza que les proporciona su poder. Nadie se traga que la reducción de penas a delincuentes sexuales por una ley abyecta haya supuesto progreso alguno para las mujeres y nadie piensa que unas pulseras de saldo protegen a quienes tienen a su asesino siguiéndole los pasos.

Tampoco cree nadie a Yolanda Diaz al reclamar contundencia ante el caso Salazar y «dureza con los machistas, vengan de donde vengan, se llamen como se llamen y sean quienes sean», cuando todavía resuenan los ecos del conflicto de Iñigo Errejón entre la persona y el personaje, que igualmente se intentó acallar, y cuando aún están muy presentes en la memoria colectiva los silencios de una izquierda que proclama a los cuatro vientos normas con denominación protegida de progresistas para incumplirlas en el seno de sus organizaciones. Porque la verdad es que ante cada caso de acoso o agresión sexual protagonizados por los suyos se impone uno de los más relevantes principios mafiosos: «Silencio, es uno de los nuestros».

Bartolomé Madrid Olmo es Diputado en el Congreso y alcalde de Añora.

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