Acto de honores a los socios caídos del Barcelona en la Guerra Civil.

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Crónicas Castizas

El pescador del Segre y el Camp Nou

Sus miradas y esperanzas fueron tras el anzuelo durante horas, que se fueron alargando y dilatando el aburrimiento a pesar de las provisiones de las que dieron buena cuenta en aquella avanzada

Manuel había llegado a monitor de esquí por accidente, de esos que tu corazón y otros órganos chocan de frente con una muchacha con la que estás dispuesto a compartir pan y cebolla y lo que ella quiera, no tiene más que decirlo que él era hombre fácil, como todos. Manuel había conocido una chica catalana que le inspiró y quizás también le aspiró. Y acabó interesado por el esquí, punto de encuentro con ella, por vía indirecta, incluso dando clases primero e impartiéndolas después para poder encontrarse unos escasos pero anhelados días al año. Y residiendo en minúsculas habitaciones de estaciones de esquí para profesores, a cuatro duros, la habitación claro.
A Manuel le gustaba la chica de verdad. Pero la distancia, esa que dice el mariachi que es el olvido, jugaba su papel desalmado. Y la lejanía enfriaba más que las mantas de nieve por donde deslizaban su coqueteo de jóvenes consagrados por los versos del hispano Rubén Darío, aunque todavía ignoraban aquello de «Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver». Manuel fue paciente, mucho, quizás demasiado para lo que era su carácter pero no para las costumbres de la época. Comprensible entonces y no tanto hoy en día, tiempo de satisfacciones inmediatas.
En uno de sus regulares viajes a Cataluña, algunos fueron incluso buenos, Manuel conoció al padre de ella, lo que interpretó como algo serio en una relación que trascendía la alcoba. Era un hombre de negocios cordial, que también era alguien dentro del poderoso club de fútbol Barcelona. Y Manuel tuvo que contener las bromas que le venían sin querer a la boca como forofo vikingo, pero su buena educación venció al sarcasmo madridista. Y el padre de su pretendida, Pep, acabó teniéndole ley que se decía antaño, tanta que un día le llevó a su segunda afición conocida y la que sí podían compartir. Pep avisó pomposo en su casa a su esposa e hija que no hicieran cena, que ellos la traerían.
Empuñó la caña de pescar, los achiperres correspondientes y a Manolo, que no las tenía todas consigo, pues ignoraba todo de esas artes. Y se fueron al río Segre, enfundándose en unas largas botas de goma que Manolo sólo había visto en el NODO, y vadeando el agua, sus miradas y esperanzas fueron tras el anzuelo durante horas, que se fueron alargando y dilatando el aburrimiento a pesar de las provisiones de las que dieron buena cuenta en aquella avanzada.
Finalmente Pep, el padre de la chica, un hombre resuelto, al ver su fracaso y que allí no picaba nadie y las truchas y las carpas menos, cogió la caña y a Manolo y se los llevó a unos kilómetros más allá a una piscifactoría donde explicó sus pretensiones a los encargados, que pasaron de la sorpresa a la rechifla según avanzaba Pep en sus explicaciones. Al final, allí la promesa de unas entradas en el palco del Camp Nou, aquel estadio que se pudo construir porque su recalificación la facilitó el Innombrable, y unos billetes de banco abrieron todas las puertas. Al oír mencionar El Camp Nou, Manolo no puede evitar sonreír malévolo cuando recordó que el famoso lema 'Més que un club' nació en un discurso del franquista Narcís de Carreras durante su toma de posesión como presidente del Barça. Cosas que se les ocurren a los madridistas mal pensados.
Al final, las promesas y algunos dineros, herramientas electorales, abrieron las puertas y ambos entraron en la piscifactoría con sus botas de agua, metiéndose en las piscinas repletas y lanzaron el anzuelo con un éxito exagerado que iluminó sus rostros y oscureció sus conciencias. Pep, al percibirlo, le explicó a Manolo sucintamente: «Dije que íbamos a comer lo que nosotros mismos pescáramos, ¿va a ser así o no? No engaño a nadie».
Manolo se queda pensando en aquello de la mentira repetida que siempre achacan a Goebbels y en realidad es de V.I. Lenin. Pero Manolo, un hombre leído, sabía que frecuentemente, cada vez más, las frases de los autores citados nunca pertenecían a ellos, mientras miraba cómo Pep, el suegro que no sería, colmaba la cesta de pesca con multitud de peces, que para combatir el aburrimiento de calma chicha de la piscifactoría iban picando en el anzuelo para cambiar de aires.
Y al final la chica de Manolo fue otra más cercana. Más recatada. Y más rubia. Pero Manolo nunca olvidó que una vez fue pescador del Segre con un jerarca del Camp Nou y también monitor de esquí con su hija Teresa.
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