Las 12 uvas frente al reloj de la Plaza del Sol
Historia
El origen madrileño de la tradición de las 12 uvas en Nochevieja
La tradición de las uvas en Navidad, no nació en el campo ni en las zonas productoras, sino en el corazón urbano de Madrid
Cada diciembre, cuando el frío se instala en las calles y la ciudad se ilumina para celebrar la Nochevieja, Madrid vuelve a convertirse en el epicentro de una de las tradiciones más reconocibles de la cultura española: comer las 12 uvas para despedir el año. Aunque hoy se hace en todo el país, fue en la capital donde esta costumbre adquirió forma, significado colectivo y proyección popular. También está el relato rural en el que los viticultores alicantinos tuvieron un excedente y promovieron tomar uvas para atraer prosperidad y quedarse ese exceso de producto.
A finales del siglo XIX, la burguesía madrileña comenzó a imitar una costumbre francesa: despedir el año con uvas y champán en reuniones privadas. Pero sería el pueblo madrileño quien, pocos años después, la transformaría en un acto popular y compartido.
Así la población madrileña se comenzó a reunir en el reloj de Losada, en la Puerta del Sol, donde los madrileños se juntan a conmemorar los últimos segundos del año para celebrar posteriormente la entrada al nuevo año. De está manera el pueblo madrileño disfrutaba de las Uvas en la ciudad de Madrid igual que los burgueses lo hacían. Y se decidió que fueran 12 con razón de los 12 meses del año.
El momento decisivo llegó en 1909. Ese año, tras una abundante cosecha de uva, comerciantes y viticultores promovieron su consumo durante las fiestas, pero la idea prendió con especial fuerza en Madrid, donde ya existía una tradición previa: reunirse espontáneamente frente al reloj de la Puerta del Sol para escuchar las campanadas. Comer una uva por cada campanada se convirtió así en un gesto cargado de simbolismo, asociado al deseo de buena suerte para el año entrante.
Fuegos artificiales en la Real Casa de Correos tras las Campanadas de Fin de Año
Continuidad de la tradición
Con el paso del tiempo, la escena se repitió año tras año. Familias enteras comenzaron a incorporar las uvas a la cena de Nochevieja, primero como una curiosidad madrileña y después como una costumbre imprescindible. La radio y, más tarde, la televisión pública, consolidaron el ritual al retransmitir las campanadas desde el mismo punto; el reloj de Sol, ya inseparable de la imagen de la Navidad madrileña.
A diferencia de otros relatos que sitúan el origen en zonas agrícolas, en Madrid la tradición se construyó desde lo social y lo urbano. No fue una respuesta a la producción, sino una celebración colectiva que convirtió una plaza en salón común y un gesto sencillo en un símbolo nacional.
Hoy, mientras miles de personas se concentran cada 31 de diciembre en el centro de la capital, y millones más siguen el ritual desde sus casas, Madrid continúa marcando el ritmo de una tradición que nació entre calles, relojes y campanadas. Una costumbre que, más de un siglo después, sigue recordando que la Navidad madrileña también se saborea, uva a uva, mirando al futuro.