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08 de mayo de 2024

Viajar al espacio es la nueva obsesión de los millonarios

Viajar al espacio es la nueva obsesión de los millonarios

Los riesgos del turismo extremo que seduce a los millonarios: de la Antártida al espacio

Los avances tecnológicos, el dinero, el ego y la búsqueda de emociones se dan cita en destinos peligrosos inaugurando un nuevo capítulo en la historia del turismo

Sobradamente millonarios y con ganas de embarcarse en viajes de alto riesgo. La mayoría ha hecho sus fortunas al calor de los ingentes recursos que genera la revolución digital, pero parece que donde de verdad encuentran emociones fuertes no es en las pantallas de sus móviles u ordenadores ni en los metaversos que ellos han contribuido a crear, sino en el mundo real, muy real. Pese al interés mediático que ha despertado la catástrofe del submarino Titan y el subsiguiente debate sobre la seguridad del llamado turismo extremo, los expertos auguran a corto y medio plazo muy buenas perspectivas para este nuevo tipo de viajes reservados antes para profesionales bien entrenados, especialistas o científicos.
Aunque la industria del turismo extremo es nicho, la tendencia es que va creciendo y que puede llegar a resultar muy lucrativa. Según un estudio reciente de Grand View Research, el turismo de aventura crecerá de los 320.000 millones de dólares que mueve en la actualidad al billón de dólares en 2024. Cada año aumenta tanto el número de potenciales clientes como el de empresas especializadas dispuestas a hacer realidad estas aventuras peligrosas que se han convertido en los nuevos sueños de los super ricos. Y de hacerlo además de forma premium: con ciertas comodidades y el mejor champagne para celebrar sus hazañas, aunque estén en un pico en el Himalaya a 7.000 metros o en el Polo Sur. No solo surgen nuevas agencias de viaje en este nicho, también todo un nuevo entramado que engloba desde compañías de seguros hasta especialistas en rescates en destinos de alto riesgo. A raíz del desastre del Titan, el Wall Street Journal se hacía eco de empresas que están reclutando antiguos miembros de fuerzas especiales de diversos países para que el cliente cuente con las mayores garantías si las cosas se ponen feas.
Más allá de preguntarse si este tipo de caprichos de coste y riesgo tan elevados roza o no lo descabellado o simplemente anticipa lo que está por llegar en algunas décadas, los expertos tratan de explicar las razones del boom del llamado turismo extremo. Señalan, en primer lugar, los avances técnicos: ahora se puede llegar con más facilidad que nunca a lugares como las profundidades marinas o el espacio exterior, o de hacerlo en mejores condiciones a destinos tan inhóspitos y poco accesibles como la Antártida. Una segunda razón de este auge está en la propia naturaleza de los nuevos millonarios. Muchos de los magnates apasionados del turismo extremo son emprendedores, un perfil con un nivel de aceptación del riesgo mayor que la media de la población y con una gran determinación por conseguir las metas que se proponen. En el terreno profesional ya han demostrado su valía creando empresas exitosas, ahora quieren llevar esos retos a su vida personal, incluso al plano físico y emocional.
White Dessert

White DessertMarko Prezelj

Y como sus vidas transcurren en gran parte en el mundo digital, lo que más les atrae es el mundo real, la Tierra, sus mares, profundidades, picos, desiertos o superficies heladas. Es ahí, junto al peligro, donde se sienten más vivos. Muchos de ellos acaban experimentando una especie de «enganche» de esa sensación que mezcla sentirse más vivo que nunca tras haber superado una situación de riesgo y la satisfacción de haber logrado otro reto. Esta dinámica les lleva de una aventura a otra, da igual que sea estar cerca de un volcán o bajar a las profundidades, lo importante es lo que sienten, lo que además alimenta la industria en sus diferentes versiones: desde cruzar el océano a viajar en submarinos, subir un 8.000 o ayudar a relocalizar un rinoceronte en otra reserva africana para alejarlo de los cazadores furtivos.
El covid ha contribuido también a acelerar este apetito por la aventura, una especie de carpe diem que se traducen en «viajemos ahora, por si no lo podemos hacer en el futuro». A todo ello habría que sumar cierta competencia por ver quién cuenta la aventura más extravagante en el mundo del llamado viajero social que comparte sus hazañas en Instagram, Twitter o incluso LinkedIn. Y naturalmente, en las cenas con sus igualmente competitivos colegas en las que cada vez es más difícil destacar. Antes Curro se iba al Caribe, ahora se lleva a toda la familia a Maldivas a nadar entre tiburones y cada vez resulta más complicado marcar distancias.
El retraso de los vuelos al espacio respecto de los planes inicialmente previstos por las compañías pioneras, especialmente Virgin Galactic, ha alimentado el auge de otras alternativas para quienes ya lo han visto todo, quieren poner a prueba su ego o su alto apetito de riesgo y aventura.
El continente blanco se ha convertido en la nueva Bora Bora: el destino anhelado. La empresa norteamericana especializada en montaña Madison Mountaineering recibió el encargo de organizar una escalada al Monte Vinson, en la Antártida, en lo que se ha convertido en una de las últimas escapadas de los multimillonarios: ya no quieren llevar a sus amigos en sus jets a la Costa Azul o a St. Barths, sino al continente helado.
White Desert

White DesertKelvin Trautman

Empresas como White Desert, especializada exclusivamente en lujo antártico, ofrece alojamiento muy cerca del Polo Sur por unos 15.000 dólares la noche. Sus excursiones en nada se parecen a las durísimas epopeyas de Amundsen o Scott. Antarctic Logistics & Expeditions (ALE) ofrece diversas formas de llegar hasta su campamento, el resort más austral del planeta, como se denomina, entre ellas el viaje «Noche en el Polo Sur». Por 65.000 dólares, los huéspedes realizan un viaje de ida y vuelan y reciben el correspondiente certificado de haber estado en la mítica latitud. Ya no solo hay que ir a la Antártida y poner una bandera, ahora hay que hacer algo más o menos activo o entretenido.
Según los registros de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida, en la temporada más reciente, los turistas practicaron stand-up paddleboard 598 veces, snorkel 1.661 veces, snowboard 766 veces y realizaron 4.217 inmersiones en sumergibles. Hay otras actividades mucho más aventuradas. ALE ofrece esquiar desde el borde del continente hasta el Polo, una epopeya de 60 días, luchando contra temperaturas de hasta -30 ºC y que cuesta 85.000 dólares. Existe la versión reducida que deja a los participantes a 69 millas del Polo (un grado de latitud) en un avión privado y desde ese punto esquían durante cinco días, lo que da a los que tienen poco tiempo el sabor de una clásica travesía polar. El número de participantes en este viaje de 75.000 dólares se ha triplicado en los últimos años. triplicó en los tres años transcurridos hasta 2019. Las opciones de transporte de White Desert, que empezó en 2005 con tres tiendas y dos clientes, incluyen ahora tres campamentos y un jet privado Gulfstream, un servicio en cuya creación participó Hamish Harding, una de las cinco personas que murieron en el sumergible Titan.

El riesgo como reclamo

Una de las curiosidades del turismo extremo es que el riesgo parece atraer a los clientes en lugar de disuadirlos. Cuando el Fagradalsfjall entró en erupción en la península islandesa de Reykjanes en marzo de 2021, más de 350.000 personas acudieron al lugar durante los 10 meses siguientes. Esta tendencia se observa también en el Himalaya. La mortífera temporada invernal de 2021 en el K2 no hizo sino aumentar la demanda de intentos en una montaña mucho más peligrosa que el Everest. El verano pasado, unas 200 personas alcanzaron la cumbre del K2, más del triple del año anterior. Las expediciones premium han aumentado, y algunas de ellas tienen un precio que ronda los 200.000 dólares e incluye vídeo y fotografía profesionales. No solo hay que ir a uno de los techos del mundo, también hay que saber mostrarlo.
Handout photo of Richard Branson in space on Unity 22. Sir Richard Bronson made history with his successful flight from Spaceport America to the edge of space aboard his own passenger rocket ship.

Richard BransonGTRES

Aunque viajar al espacio se ha demorado considerablemente, esta semana se ha cumplido uno de los hitos de Virgin Galactic, al cerrar con éxito un vuelo comercial por encargo del Gobierno italiano. Las empresas SpaceX de Elon Musk o Blue Origin, la de Jeff Bezos, siguen con sus respectivos planes, aunque todos evitan la palabra «carrera por el turismo espacial». Saben que hay que ir poco a poco. Por el momento, nada puede competir con la reciente aventura del empresario John Shoffner, de 67 años, que el pasado mes regresó a la Tierra después de pasar 8 días en la Estación Espacial Internacional.
El antiguo ejecutivo de la empresa de fibra óptica Dura-Line fue uno de los tres astronautas que tuvo plaza en el segundo viaje al espacio de Axiom, junto a dos saudíes. Se calcula que Shoffner pagó unos 55 millones por el viaje. Otra de las grandes novedades de esta compañía es el reciente anuncio de la futura construcción de la primera estación espacial privada.
Una opción más pausada y algo más cercana es la que ofrece la también empresa estadounidense Space Perspective, que en la actualidad realiza las pruebas de una cápsula para ocho personas que será transportada a unos 30 kilómetros de la superficie terrestre, es decir, en la parte alta de la estratosfera. La empresa se posiciona como una aventura cómoda y sostenible, «nada de cohetes, ni fuerzas G».
A los visitantes se les promete «nada de cohetes. Sin fuerzas de gravedad», sino un vuelo suave a base de hidrógeno «meticulosamente elaborado» de seis horas «con comida y cócteles». Los exploradores a bordo de la nave espacial Neptune, que despegará comercialmente a partir de finales de 2024, ascenderán de forma segura hasta el borde del espacio en la cápsula presurizada con clima controlado, propulsada por un SpaceBalloon patentado. La empresa espera lanzar el vuelo a finales del año que viene, y los billetes ya están a la venta a 125.000 dólares por persona. Uno de los filones que ha encontrado esta empresa norteamericana son las celebraciones de bodas. ¿Quiere casarse en la estratosfera? ¿Dar el 'sí quiero' mientras contempla la delgada línea azul que rodea la Tierra por debajo y la oscura inmensidad del espacio por arriba? Es el romanticismo del siglo XXI y Space Perspective se lo pone en bandeja por 125.000 dólares.
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