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25 de abril de 2024

Concentración de la Falange en Zaragoza, octubre de 1936

Concentración de la Falange en Zaragoza, en octubre de 1936

La represión izquierdista contra los camisas azules

Los atentados terroristas de socialistas, comunistas y anarquistas contra los falangistas siguieron una actuación metódica en toda España destinada a exterminar a los azules

La izquierda española, siguiendo los modelos de mutación cultural de Gramsci, proyecta una imagen falsa y sobredimensionada de Falange, a la que identifica de forma falsa como uno de los principales grupos cuya actuación provocó la Guerra Civil. La realidad es que, dice Stanley G. Payne, «los falangistas fueron los principales blancos de los atentados de la izquierda».
La contestación y represión que recibieron los nacionalsindicalistas desde el Gobierno republicano fue siempre muy superior a su fuerza y a su acción social. Los pistoleros de izquierdas y los fiscales competían en antifascismo.
Los socialistas, anarquistas y comunistas ensangrentaron las calles cada vez que los azules salían a vender sus publicaciones FE y Arriba. Francisco Bravo cuenta que «el marxismo aprovechó la aparición del semanario FE para mostrar su hostilidad a la nueva entidad. Los vendedores profesionales y los quioscos se negaron a venderlo, por orden de la Casa del Pueblo. Tuvieron que salir a la calle a ofrecerlo al público los propios militantes de la Falange. Y estos eran muchachos entusiastas e ingenuos, valerosos, pero sin entrenamiento para la acción, que salían a ofrecer sus vidas en un acto de servicio, con un valor que incluso renunciaba a la defensa».

Sin represalias

La izquierda censuró la libertad de expresión a tiros y navajazos aunque la mayor parte de los falangistas asesinados por el odio rojo, escribe Pío Moa, no lo fueron en enfrentamientos sino en atentados: «Falange Española tuvo que asistir al espectáculo de ver durante algunas semanas cómo caían asesinados militantes suyos, sin poder adoptar represalias por dos causas fundamentales: porque José Antonio –que más tarde dirá que «la acción, cuando no está regida por el pensamiento, es pura barbarie»– sentía escrúpulos de conciencia cristianos ante las represalias y también porque Falange Española no resultaba aún apta para la lucha armada». Desde las páginas de algunos diarios se calificaba a Primo de Rivera de «Juan Simón, el enterrador» por la frecuencia con que tenía que asistir a los sepelios de sus seguidores. Las siglas FE fueron explicadas en clave de humor como «Funeraria Española» y los falangistas eran tachados de «franciscanistas», por su resistencia inicial a la venganza.
Los atentados terroristas de socialistas, comunistas y anarquistas contra los falangistas siguieron una actuación metódica en toda España destinada a exterminar a los azules.

La gota que colmó el vaso

Antes de la fundación de Falange Española, la policía del régimen republicano asesinó a tiros a un militante vallisoletano de las JONS de Ramiro Ledesma en 1932. Tras él, fueron asesinados cuatro estudiantes del Sindicato Español Universitario, tres campesinos falangistas y tres obreros nacionalsindicalistas, entre otros, hasta el 10 de junio de 1934. La víctima número 20 fue Juan Cuellar, estudiante de 17 años. Asaltado por jóvenes socialistas en el Pardo, su cara quedó tan deformada, el pelo arrancado y una oreja colgando, que su padre no pudo reconocerlo. Fue tiroteado y acuchillado, ya en el suelo moribundo, fue pateado y la socialista Juanita Rico orinó sobre su cuerpo. Esta fecha inicia la primera represalia mortal falangista. Era cuestión de supervivencia física.
Como escribe David Jato en La Rebelión de los estudiantes, en la Falange «la muerte se adelantó a los reglamentos. Cuando ni siquiera se habían redactado los Estatutos del naciente movimiento y solo levemente se había hablado de la forma de encuadramiento de los estudiantes».
Como muestra, un botón. El miércoles once de abril de 1935, en Salamanca, Carmen Pérez Almeida, estudiante de 12 años, acompaña a su hermano Juan y a la novia de este al Parque de la Alameda para recoger a otra hermana que trabajaba en un colegio cercano. Unos terroristas de la FAI les siguen y descargan el plomo y el odio de sus pistolas contra los hermanos. La niña Carmen muere de un disparo en la nuca. Su hermano Juan agonizaba con el pecho destrozado viendo el cadáver de su hermana de doce años. En el «Presente» que les dedicó el periódico Arriba, se decía: «Cayó Juan Almeida, por España, muerto a traición con la hermanita que tanto quería, (…) en uno de los atentados más viles que la Falange ha sufrido. Guardad todos en el fondo de vuestras almas este nombre y este dolor y pensad que allá arriba, con Juan Almeida y con los veinte nuestros, hay una niña que han matado a una familia de gentes de bien, pero que nos la han matado también a nosotros». Carmen, que por edad no podía estar afiliada a la Sección Femenina, fue considerada por las azules como la primera de sus caídas.
Según las cifras del historiador francés Arnaud Imatz, antes del 18 de julio de 1936, casi noventa azules fueron asesinados y la Falange ejecutó a setenta de esos terroristas. Entre febrero y julio de 1936, 160 iglesias fueron totalmente destruidas, otras 251 sufrieron ataques, hubo 269 muertos en atentados y 1.287 heridos, explotaron 146 bombas, siete sedes de partido contrarios al Frente Popular fueron clausuradas, 69 destruidas y 312 asaltadas, 33 asaltos a redacciones de periódicos de la oposición y las instalaciones de otros 10 periódicos fueron destruidas. Gobernaba el Frente Popular.
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