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16 de abril de 2024

El papa Pío IX bendice a las tropas españolas que acuden en su ayuda en las costas de Gaeta

El papa Pío IX bendice a las tropas españolas que acuden en su ayuda en las costas de GaetaMuseo del Prado

La expedición española a Italia de 1849 para defender al Papa Pío IX

Como consecuencia de los excesos de los revolucionarios italianos, en 1849, el Papa Pío IX, recibido inicialmente con aplausos por los liberales por su talante y su patriotismo, debió huir de Roma y se refugió en Gaeta

La oleada revolucionaria que afectó a una gran parte de las naciones europeas en 1848, no tuvo apenas repercusiones internas en España, pero sus consecuencias si que afectaron, sobre todo a la política exterior española.
Como consecuencia de los excesos de los revolucionarios italianos, en 1849, el Papa Pío IX, recibido inicialmente con aplausos por los liberales por su talante y su patriotismo, debió huir de Roma y se refugió en Gaeta, que entonces formaba parte del Reino de Nápoles.
El Gobierno de Narváez ordenó rogativas en todas las iglesias para implorar al Altísimo que tuvieran pronto término las tribulaciones del Pontífice. A su condición de Papa, que ya le suponía la devoción de los católicos españoles, Pío IX unía sus especiales vinculaciones con nuestro país. De joven residió en Mallorca por estar allí refugiada su familia. Allí estudió en el seminario y recibió sus primeras órdenes. Siempre había manifestado un gran cariño por España, que esta vez iba a ser sobradamente correspondido.
Un Gobierno conservador español no podía permanecer impasible ante esta situación, sufrida como propia por la mayoría de los católicos. Narváez reaccionó con rapidez enviando un barco, en su auxilio. Pero no llegó a tiempo por lo que Pío IX tuvo que refugiarse en un barco francés que le trasladó hasta Gaeta. No obstante el Gobierno español puso a su disposición Las Baleares como residencia provisional.

Francia en su afán de protagonismo

Para la opinión católica de Europa, las afrentas al Papa se consideraban casi un sacrilegio. La destrucción del poder soberano del Romano Pontífice podía ser el anticipo de su pérdida de independencia pastoral y una catástrofe para la Iglesia. Por ello los gobiernos de las naciones confesionalmente católicas de Europa enviaron representantes a Gaeta, que reconocieron la necesidad de reponer al Papa en Roma.

Para la opinión católica de Europa, las afrentas al Papa se consideraban casi un sacrilegio

Pero el Imperio Austro húngaro difícilmente iba a poder intervenir en Roma. Atrapado entre sus conflictos internos luchaba desesperadamente por su propia supervivencia. Por su parte, los Borbones de Nápoles, bastante tenían con mantener su precario control sobre sus descontentos súbditos. Por exclusión le tocó a España intervenir en favor del Papa. El General Córdoba preparó con urgencia un ejército de 4.000 hombres de tropas escogidas, que sería seguido con prontitud por importantes refuerzos.
Lo que casi nadie esperaba en Europa era que Luis Napoleón, presidente de la recién estrenada y laicista Segunda República Francesa, fuese a realizar uno de los más bruscos, y afortunados, cambios de posición que recuerda la historia. Su designio personal, heredado de su imperial tío, consistía en asegurarse el poder en Francia y para ello necesitaba conseguir el apoyo, de los católicos franceses, que constituían la mayor parte de la población. Ante las noticias de Italia y de la expedición española, Luis Napoleón reaccionó con rapidez. Un ejército y una escuadra francesa, organizados con urgencia, intervinieron decididamente, anticipándose por tan solo dos días a la llegada de las tropas españolas.

La acción de las tropas españolas se vio obstaculizada por la maquiavélica actuación de los franceses que adoptaron una actitud de enérgico protagonismo

El Gobierno español envió también una escuadra, dirigida por el almirante Bustillo y cuyo segundo era D. Juan Bautista Topete. Esta escuadra se aseguró una base tomando la ciudad costera de Terracina, para abrir camino al general Córdova que avanzó hacia los Estados Pontificios. Sin embargo la acción de las tropas españolas se vio obstaculizada por la maquiavélica actuación de los franceses que adoptaron una actitud de enérgico protagonismo. Luis Napoleón pudo así erigirse en el gran defensor del Pontífice, congraciándose con los católicos franceses.
Las tropas españolas se vieron reducidas al desairado papel de fuerzas de ocupación, por lo que una vez recuperada Roma retornaron a España sin tan siquiera esperar la vuelta de Pío IX al solio pontificio. El Papa quedó así obligado a aceptar la protección francesa, lo que tendría dramáticas consecuencias para el futuro. Un ejército galo se instaló en Roma hasta que su retirada a raíz de la guerra de 1870 supuso el fin definitivo del poder territorial de la Santa Sede.
Regimiento España 1849 cuadro de Augusto Ferrer Dalmau

Regimiento España 1849 cuadro de Augusto Ferrer Dalmau

España en favor del Papa

A pesar de que la presencia española se redujo a un paseo militar, tuvo cierta trascendencia tanto exterior como para consumo interno. Los italianos tuvieron ocasión de ver un ejército bastante lucido, modelo de marcialidad y disciplina, lo que no pasó inadvertido para las Cancillerías europeas. Evidenció también la decisión española de implicarse activamente en los acontecimientos que de una u otra manera le afectaran.
En el interior del país la intervención fue mayoritariamente aplaudida. Incluso los historiadores más progresistas reconocen el dominante hartazgo de revoluciones y guerras civiles. Se había producido una reacción, alentada por el romanticismo católico y estimulada por la influencia de los escritores franceses profusamente traducidos al español.
Para la historiografía progresista esta reacción ha resultado difícilmente comprensible. Uno de sus máximos exponentes, Morayta, contemporáneo de los acontecimientos descritos, se lamenta amargamente del olvido de los excesos de los apostólicos, aún reconociendo el cambio producido en el país. Pero el respaldo mayoritario a la intervención española a favor del Papa no puede ignorarse y evidencia el movimiento de fondo de las corrientes ideológicas.

La expedición a Italia marcó el camino que iba a seguir la acción exterior española durante los cuatro lustros siguientes

Contra lo que pueda parecer, existía entonces un cierto nivel de libertad de expresión, por lo que la decisión del Gobierno fue también objeto de fuertes críticas. Las más comunes calificaron de meramente sentimental la política de Narváez para con Pío IX, pues ningún interés español se encontraba directamente amenazado.
La expedición a Italia marcó el camino que iba a seguir la acción exterior española durante los cuatro lustros siguientes. Las intervenciones en las que tan pródigo se mostró este periodo, pocas veces respondieron a intereses nacionales directos. En ellas se mezclaron el prestigio nacional y el idealismo; el mantenimiento del orden internacional y de lo que se entendía como civilización; la defensa del cristianismo y la restauración del papel de España en el mundo.
Muchas intervenciones en cuatro continentes y en todos los mares, pero todas con un nexo común: a pesar de los éxitos España nunca sacó ninguna contrapartida práctica. No extendió sus posesiones ni su influencia política. Sus soldados dejaron la vida, muchas veces con dignidad y heroísmo por causas más o menos nobles, pero casi siempre inútiles. Como el Hidalgo manchego afrontaron tareas imposibles con medios insuficientes y sus gobernantes mostraron en muchas ocasiones una frivolidad soberbia que les llevó a interrumpir gratuitamente acciones que poco antes se habían considerado imprescindibles y que habían costado mucha sangre.
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