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04 de mayo de 2024

Conversamos con la historiadora italiana Angela Pellicciari en su paso por Bruselas

Conversamos con la historiadora italiana Angela Pellicciari en su paso por Bruselas

Entrevista

Angela Pellicciari, historiadora: «La historia de España es única porque es católica»

La reconocida historiadora italiana es una apasionada de nuestro país por ser un ejemplo irrepetible en el que se mezcla determinación humana e intervención divina

Angela Pelliciari es doctora en Historia Eclesiástica especialista en la época del Renacimiento y las relaciones entre el Papado y la masonería, temas a los que ha dedicado varios libros y sobre los que imparte numerosos cursos y conferencias.
Dos de sus obras con más repercusión son La verdad sobre Lutero y Una historia única, de Zaragoza a Guadalupe. En la primera bucea en el personaje para analizar sus motivaciones. En la segunda, se acerca a la historia de nuestro país desde la perspectiva del catolicismo.
Pellicciari es una historiógrafa incómoda, ya no tanto por su fe ardiente, sino por aproximarse a los hechos más recientes bajo un prisma diferente al oficialismo.
Hoy en día no es fácil encontrar análisis históricos en los que se ofrecen perspectivas filosóficas o teológicas. La historia vista con otros ojos ayuda a situar ciertos hechos en contextos muy diferentes.
Hemos querido hablar con ella sobre nuestra patria, España, y algunos de los problemas de fondo de la época en la que nos encontramos.
–¿Por qué se ha interesado por la historia de España?
–España siempre ha sido romana en esencia y esa ha sido su fuerza. La historia de España es única porque es católica y porque su fe es la fe del pueblo español que ha sido acompañada de la intervención constante de Dios en la forma y la presencia de María y del Espíritu Santo, obviamente.
¿En qué se fundamenta la unidad de España? En la fe de Isabel de Castilla y su reforma del país. Reforma la nobleza, da fuerza a la clase media ilustrada y luego estuvo rodeada de una gente increíble. Forma una clase de personas maravillosas que se entregaron a la evangelización de un continente. El hecho de que un solo país convierta a un continente entero creo que lo dice todo.
Naturalmente por esta razón, también se la puede entender como el brazo secular de la Iglesia. De alguna manera, es evidente que la destrucción de su imperio no es solo por odio a la Nación española sino también por odio a la Iglesia Católica. Una cosa no se entiende sin la otra.

Esta leyenda negra es la que ha justificado la intervención de las potencias en favor de los «naciones oprimidas» por los católicos

Todo empieza con Lutero y la formación de la leyenda negra. Como trato en mi libro sobre él, la motivación de este hombre es el odio contra la Iglesia. Todas las perversiones propias las proyectó contra los católicos y a través de algunos países como Países Bajos se extrapolaron a España por ser potencia católica.
Las potencias protestantes–que siempre han sido excelentes en cuanto al manejo de la propaganda– convirtieron así a la España de la época en su gran demonio. Esta leyenda negra es la que ha justificado la intervención de las potencias en favor de los «naciones oprimidas» por los católicos.
Esta maquinación horrenda contra España es la que consiguió volver a sus hijos contra ella. Recordemos que Isabel veía a sus súbditos como «hijos». España era una comunidad mundial, en todos los continentes, que significaba una fe, una lengua y una unidad económica.
Ese imperio era una fuerza enorme. ¿Y como se podía romper esta unidad? Con los nacionalismos que triunfaron mucho antes en el continente americano que en el europeo, cosa curiosa. El alemán o el italiano son muy posteriores, por ejemplo.
–Hoy hablamos de dos tipos imperios, generadores y depredadores. A Roma y a España se las conoce como lo primero. Parece imposible entroncar hoy en día de alguna manera con esas raíces.
–Es imposible porque lo que somos está disuelto bajo el control de un poder perverso. Hoy nos encontramos bajo el paraguas de la Unión Europea que nace como consecuencia de las dos guerras mundiales.
En principio nace por el deseo de encontrar la paz para una Europa cristiana en esencia. Pero vemos cómo sus principios son profundamente anticristianos, filoprotestantes y filomasónicos.
Libertad, libertad y libertad… En nombre de la libertad se está construyendo una dictadura terrible. Sé que muchos esto todavía no lo entienden pero no hay más que mirar a nuestro alrededor. Todo está cada vez más controlado.
–Parece que somos el resultado del clásico divide et impera. Divide para luego reunir, destruye para luego reconstruir.
–Así es. Podemos remontarnos a la Revolución masónica francesa que exporta el terror a toda Europa a lomos del Ejército napoleónico. Millones de muertos, la destrucción de la Europa del momento. A raíz de ese momento surge el romanticismo y el nacionalismo, ambos utilizados inteligentemente a nivel político.

La vida es combate. Cada uno debe hacer lo que pueda con la voluntad de Dios

El nacionalismo, por ejemplo, es un sentimiento. En aquel momento histórico sirve para compartimentar lo que se había construido. En el caso español, el imperio se despedaza absolutamente.
Y a la vez que se compartimentan los territorios y se enfrenta a la gente se introduce la idea de universalidad de base antropocentrista –no religiosa– enfocada en la construcción del poder, de un gobierno mundial.
¿Para qué sirve el nacionalismo, entonces? Destruye, desarticula. Hoy vemos como esa tapa ahora la dan por terminada y nos encontramos frente a otro nacionalismo camuflado de federalismo: el europeo.
–¿Y dónde nos encontramos?
–La vida es combate. Cada uno debe hacer lo que pueda con la voluntad de Dios. Nosotros sabemos que el camino no es fácil. Sabemos que Jesús ha vencido. ¿Dónde? En la cruz.
Estamos llamados al combate diario. Sabemos que se nos intentará destruir por varias vías, principalmente social como ha sido mi caso. Intentaron acabar con mi carrera. Se busca una destrucción moral, social y económica.
–¿Qué opina de lo que se conoce como batalla cultural?
–Es algo que se puede dar momentáneamente pero es la cabeza la que está corrupta. No es el cuerpo entero el que está enfermo. ¿Sirve de algo entonces dar la batalla? Sí, claro, pero no debemos de perder de vista que el problema es mucho más grande que la cultura en sí misma.
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