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09 de mayo de 2024

Retrato de Felipe V e Isabel Farnesio, por Louis-Michel van Loo (c. 1743)

Retrato de Felipe V e Isabel Farnesio, por Louis-Michel van Loo (c. 1743)

La boda, bajo engaño, de Felipe V que provocó una nueva guerra europea

La segunda esposa de Felipe V destacó, desde su llegada a España en 1714, por su influencia sobre el monarca y su empeño en colocar a sus hijos en tronos de Italia

Felipe de Anjou, el primer miembro de la casa de Borbón en España, nieto del Rey Sol, fue el vencedor en la cruenta guerra de sucesión que sacudió al país, (y en la que intervino media Europa), a la muerte de Carlos II. Pero esta historia comienza, en realidad, con el fallecimiento de María Luisa de Saboya, su primera mujer, el 14 de febrero de 1714 y concluye con una nueva guerra europea en 1718.
El principal protagonista de esta etapa es un religioso más bien regordete, bajito, pelinegro y de nariz achatada. El futuro cardenal y valido Julio Alberoni. En realidad, el abate Alberoni era un agente del Ducado de Parma en Madrid, muy conocido, como cuenta Pio Zabalá, tanto por su dialogo ameno, «como experto en condimentar macarrones». En definitiva, el perejil en todas las salsas de la corte del nuevo monarca. No obstante, y aunque algunos lo minusvalorasen por un físico poco agraciado, era una persona inteligente, ambiciosa y un hábil político.
A Alberoni apenas le costó esfuerzos cautivar a una aristócrata de pelo canoso, casi anciana, a la que años antes Largilliere había retratado con dos simétricos rizos y un espléndido moño oscuro sobre una frente amplia, pálida, unos ojos grandes, cejas prominentes, nariz pequeña y sonrisita burlona, «enigmática y palaciega», en palabras de Alfonso Danvila. Se trataba de Ana María de Tremoville, la todo poderosa Princesa de los Ursinos, camarera mayor y la persona más influyente en la corte.

Isabel de Farnesio, el poder a la sombra del Rey

Tras la muerte de la saboyana, el que había sido apodado Rey «animoso» se había convertido en un monarca triste y depresivo. Alberoni, aprovechó la ocasión para convencer a la Princesa de los Ursinos sobre la necesidad de buscarle una nueva esposa al Rey, que le hiciese olvidar a María Luisa y le devolviese el ánimo perdido. Así, en sus largas charlas, le convenció que la mejor opción sería una aristócrata joven y bella, con un cuerpo esbelto, pero a la vez sencilla, sumisa y dócil. No interesada en política, sino más bien la calceta, en el queso parmesano y, en definitiva, en hacerle la vida fácil y feliz a su marido y quien mejor que Isabel de Farnesio, segunda hija del Príncipe Eduardo II de Parma.
Isabel Farnesio como reina de España

Isabel Farnesio como reina de España

La boda la tramitó por poderes el cardenal Aquaviva el 16 de septiembre de 1714. Todo perfecto... salvo un pequeño detalle y es que el retrato del avieso abate en nada tenía que ver con la realidad. La bella, escultural y campechana jovencita, si nos fiamos de los cuadros posteriores de Van Loo y de Ranc, era una señora fea, con la cara marcada por una violenta viruela, de ojos saltones, incipiente papada y más bien tirando a gruesa.
No es de extrañar, en consecuencia, que, al Rey Felipe, el segundo matrimonio, lejos de devolverle el ánimo, muy al contrario, le acentuase las melancolías. Pero si le había engañado en cuanto al físico, ¿qué decir sobre el carácter? La simple e inculta aristócrata parmesana hablaba hasta siete lenguas, era inteligente, tremendamente ambiciosa, polifacética, amaba la política y no le interesaba para nada la calceta y, sobre todo, tenía un fortísimo carácter.

Desde el primer momento, la Farnesio quiso dejar claro que en aquella sabana no cabían dos hienas

La Princesa de los Ursinos se dio cuenta inmediatamente del tremendo error cometido cuando fue a recibir a Isabel en Jadraque y en donde obtuvo orden de destierro nada más ser presentada a la nueva soberana. Desde el primer momento, la Farnesio quiso dejar claro que en aquella sabana no cabían dos hienas. La afilada pluma de Saint-Simon refleja con precisión el encontronazo: «Madame de los Ursinos fue, pues, detenida y metida inmediatamente en una carroza con una de sus doncellas, sin darle tiempo siquiera a cambiarse de ropa ni de peinado, sin dejarlas tomar precaución alguna contra el frio y sin entregarles ninguna clase de alimento, de camisa para mudarse o para acostarse».

Recuperar los territorios para sus hijos

Pero aquella boda tendría profundas consecuencias para la política exterior española. Por un lado, supondrá el ascenso de Alberoni al cardenalato y a la máxima jerarquía de la política nacional y por otra, el comienzo del denominado «irredentismo mediterráneo». Hay que recordar en este punto que tras la guerra de sucesión y mediante los tratados de Utrecht y Rastatt la Corona hispana perderá numerosísimos territorios, entre ellos media península itálica, pese a que sus habitantes se seguían sintiendo españoles y no austríacos, carta que jugarán Isabel y Alberoni para intentar recuperarlos, supeditando sus intereses a los de España.
La idea de la futura Isabel madre, no era rehacer el Imperio mediterráneo español, sino recuperar esos territorios para que en ellos pudiesen reinar sus hijos, ya que para la Corona española estaban por delante en la línea de sucesión los hijos de Felipe V y Maria Luisa de Saboya, (los futuros Luis I y Fernando VI). Así, en 1717 la flota española comenzará la invasión de Cerdeña y en 1718 se completa la de Sicilia, lo que lleva a formarse una cuádruple alianza, (Gran Bretaña, Países Bajos, Francia y Austria) en su contra y a involucrar a la flota en la gran batalla naval de Cabo Passaro. Pero esas son ya otras historias.
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