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03 de mayo de 2024

Fotografía del Archiduque y su esposa saliendo del Ayuntamiento de Sarajevo para subir a su coche, pocos minutos antes del asesinato.

Fotografía del Archiduque y su esposa saliendo del Ayuntamiento de Sarajevo para subir a su coche, pocos minutos antes del asesinato

Picotazos de historia

La mezquindad del príncipe de Montenuovo con los archiduques asesinados en Sarajevo

«Se llevaran los cuerpos a la estación y serán colocados sobre un furgón con una locomotora lista; lo que haga usted con ellos es asunto suyo», ordenó Montenuovo

Alfredo de Montenuovo (1854 – 1927) fue uno de los personajes más influyentes en la corte imperial durante la segunda mitad del reinado del Emperador Francisco José I de Habsburgo-Lorena. Montenuovo fue nieto de la ex emperatriz de Francia María Luisa, casada en primeras nupcias con Napoleón y madre del Napoleón II («el Aguilucho»). María Luisa tuvo amores con el conde Leopoldo José Neipperg, con quien tuvo varios hijos. Pero María Luisa seguía casada, aunque separada, con Napoleón Bonaparte por lo que los hijos eran ilegítimos y adulterinos.
Por este motivo el padre los inscribió con la italianización de su apellido en el registro: Montenuovo. Con la muerte del Gran Corso, los amantes pudieron contraer matrimonio legitimando a los niños.
Montenuovo hizo una gran carrera como cortesano en la corte del Imperio austrohúngaro. Fue mayordomo mayor de la casa del archiduque Otón, hermano menor del archiduque Francisco Fernando –futuro archiduque heredero a la corona imperial–, origen de la animadversión –más que personal– que siempre mostró contra el archiduque heredero. En 1898 fue nombrado segundo chambelán de la corte, con funciones de Gran Chambelán, debido a la enfermedad de quien estaba en posesión del cargo: príncipe Rodolfo de Liechtenstein. En 1908 falleció el príncipe de Liechtenstein y Montenuovo fue nombrado Gran Chambelán de la corte.
Alfredo segundo duque de Montenuovo

Alfredo segundo duque de Montenuovo

Montenuovo, como les mencioné antes, tenía una enorme animadversión contra el archiduque heredero, algo que nunca ocultó e hizo evidente por el cúmulo de humillaciones que, refinada y sádicamente, vertía sobre la esposa del archiduque: la condesa Sofía Chotek von Chotkowa. Sofía tuvo que hacer una renuncia expresa al tratamiento de archiduquesa y, en el futuro, del tratamiento de Emperatriz.
Además sus hijos debían renunciar al trono imperial y al apellido Habsburgo, pues no se les consideraba miembros de tan enaltecido linaje. El archiduque Francisco Fernando sería tratado como archiduque heredero negándole el título y tratamiento imperial que había tenido su primo Rodolfo, hijo de Francisco José y Sissy.
A lo largo de su vida, Montenuovo –hijo de un bastardo adulterino legitimado– aprovechó cuanta ocasión tuvo para poner en evidencia a Sofía y era notorio que su influencia fue decisiva en las draconianas condiciones que se exigió a la pareja para poder contraer matrimonio. Pero nada mostró más a las claras la naturaleza mezquina de este personaje como su actuación tras el doble asesinato de Sarajevo (28 de junio de 1914).
Multitudes en las calles tras los disturbios antiserbios en Sarajevo, 29 de junio de 1914.

Multitudes en las calles tras los disturbios antiserbios en Sarajevo, 28 de junio de 1914.

Montenuovo, como Gran Chambelán y con autorización expresa del Emperador Francisco José, dictaminó cuales debían ser las exequias y honores fijados para los asesinados. Para empezar, cuando el tren con los cadáveres llegó a Viena, poco después de la 22 horas del día 2 de julio, ningún miembro de la familia imperial fue autorizado a recibirlo. Únicamente el archiduque Carlos –futuro Emperador– desafió la prohibición.
El asesinado archiduque era Inspector General del Ejercito Imperial sin embargo no tuvo honores militares en tal sentido y se prohibió a los oficiales de los regimientos en los que había servido o comandado que estuvieran presentes. Cuando llegaron los ataúdes a Viena fueron conducidos a la capilla del palacio imperial de Hofsburg.
Estos eran unos ataúdes improvisados que encontraron en Sarajevo y que no eran iguales– el archiduque Francisco Fernando tenia buen tamaño y su esposa algo menuda– y Montenuovo prohibió que se sustituyeran. Esto fue debido a que el del archiduque, muy elaborado y con adornos de bronce dorado, contrastaba con el más humilde, pequeño y con adornos plateados de la asesinada. ¡Había que remarcar bien la diferencia entre ambos!
A los pies de ataúd de él, sobre unos cojín forrado de terciopelo negro, estaban las condecoraciones, gorros de mariscal y almirante así como la corona de archiduque. El ataúd de ella estaba sobre un estrado a menor altura que el de su marido y sobre el cojín ninguna de las condecoraciones que recibió. Solo los guantes blancos y el abanico negro de una Dama de Honor de la Corte. Durante cuatro horas se permitió al público, aunque solo podían entrar de dos en dos y espaciadamente, que presentara sus respetos. A las cuatro de la tarde se inició el solemne funeral en el que estuvieron excluidos los hijos del matrimonio asesinado por no pertenecer a la familia imperial. El servicio religioso apenas duró quince minutos.
Al día siguiente los ataúdes fueron llevados a la estación. Los restos serían enterrados en la capilla del castillo de Arstetten propiedad de los asesinados ya que se había negado el entierro en la capilla imperial de la pobre Sofía. Mientras se trasladaban los ataúdes camino de su entierro era costumbre, en el caso de los archiduques de Austria, que doblaran las campanas de las iglesias en el recorrido del cortejo. Esto fue expresamente prohibido por el príncipe de Montenuovo. También prohibió que la alta nobleza del imperio asistiera y organizó un acto, de asistencia obligatoria, en el palacio imperial de Schonbrunn.
Esto fue la gota que derramó el proverbial vaso. Los Hohenlohe, Kinsky, Liechtenstein, Fugger, etc. Los apellidos más sonoros, los títulos más antiguos y respetados se rebelaron y se apiñaron en los andenes para despedir a los difuntos y saludar a sus hijos. Después exigieron la dimisión del Gran Chambelán al punto que –caso único en la historia del imperio– el propio Francisco José tuvo que salir en defensa suya.
La nota del príncipe de Montenuovo al representante de los huérfanos da idea clara del odio y muestra la categoría humana del Gran Chambelán: «Se llevaran los cuerpos a la estación y serán colocados sobre un furgón con una locomotora lista; lo que haga usted con ellos es asunto suyo».
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