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04 de mayo de 2024

El paraguas de la Unión Europea

El paraguas de la Unión EuropeaLu Tolstova

Dos siglos de compleja política exterior: cuando España fue marginada del orden internacional

España pasaba a ser catalogada como «potencia media» y las grandes potencias del momento le negaban su más que merecido «lugar al sol» en el nuevo tablero mundial de las relaciones internacionales

Hubo un tiempo, hace ahora algo más dos siglos, en que España fue humillada en el Congreso de Viena (1814-1815) al ser apartada del Directorio europeo (una especie de lo que hoy podríamos denominar el «Consejo de Seguridad» de la época), menospreciada injustamente por sus pares tras la derrota de los ejércitos napoleónicos, a la que tanto había contribuido.
Presta a recibir el reconocimiento por su importante contribución –como ya se ha dicho– a la derrota de la Francia napoleónica, la Monarquía española se encontró con el menosprecio de las «nuevas» potencias europeas (Prusia, Austria, Rusia y Gran Bretaña como árbitro de la situación -la «Cuádruple Alianza») como se comprobó en los aciagos días del Congreso de Viena, lo que provocó que el Gobierno español no firmara su Acta Final.
Lo anterior desplazó hacia el centro de Europa el núcleo del sistema internacional, situándose España en la periferia del mismo. Así las cosas, España pasaba a ser catalogada como «potencia media» y las grandes potencias del momento (a las que a la postre se sumaría la «derrotada» Francia) le negaban su más que merecido «lugar al sol» en el nuevo tablero mundial de las relaciones internacionales. Ello empujó a España hacia la neutralidad, y a las grandes potencias a actuar de manera beligerante como si una sucesión de guerras fuera inevitable y no dejaron de prepararse para ello, hasta cocerse en su propia salsa de la Gran Guerra.
Las peripecias de los años treinta del siglo pasado propiciaron que España –como por otra parte había sido la tradición desde el siglo diecinueve– no participara en el gran y terrorífico conflicto de la Segunda Guerra Mundial. Cuando terminó el conflicto España fue marginada del nuevo orden internacional auspiciado por los vencedores. Al año siguiente de ser enviada al ostracismo, la España franquista fue condenada explícitamente por la ONU en dos ocasiones (Resolución 32 [I] de 9 de febrero de 1946 y Resolución 39 [I] de 12 de diciembre de 1946).
Con la salida de los embajadores –que no supuso, en embargo, el cierre de las embajadas en Madrid, dirigidas por funcionarios diplomáticos de segundo rango– se escenificó el repudio internacional al general Franco y a su régimen: era el momento crítico de un país aislado y que solo podía contar con el apoyo de países como Portugal, algunos hispanoamericanos –en especial Argentina– o los estados árabes, además del Vaticano.
Pero los acontecimientos de la inmediata posguerra impidieron un aislamiento más radical de España. La oposición entre Estados Unidos y la Unión Soviética influyó decisivamente en el futuro de una Europa dividida y enfrentada ideológicamente, y afectó directamente a España. Si en el caso de Europa occidental la nueva situación impulsó definitivamente el proceso de integración europea, para España la rearticulación de las relaciones internacionales dirigida por Estados Unidos supuso su paulatina integración en el ámbito militar, económico y político de los aliados occidentales.
Aunque en 1947 España había quedado fuera de los beneficios del Plan Marshall para la reconstrucción de la Europa del Oeste, y en 1949 tampoco fue invitada a formar parte de la OTAN, el 4 de noviembre de 1950, en un momento crucial de la situación de guerra fría en la Europa del Este y especialmente en Asia después del triunfo del comunismo en China y del estallido del conflicto de Corea, la ONU rectificaba su posición respecto al régimen de Franco y por la Resolución 386 (V) dejaba sin efecto las resoluciones de «castigo» de 1946.
Para la opinión pública internacional no se había producido «una victoria de Franco, sino un triunfo de la geografía»; sea como fuere, a partir de ese momento España estaba en condiciones de proceder a la normalización de sus relaciones exteriores.
La normalización de relaciones diplomáticas españolas con Europa occidental fue una realidad entre febrero y abril de 1951 cuando se restablecieron relaciones oficiales con Grecia, Bélgica, Holanda, Estados Unidos, Luxemburgo, Noruega, Suecia, Reino Unido y Dinamarca, mientras que con Francia y la República Federal Alemana el restablecimiento se produjo en diciembre de 1951 y noviembre de 1952, respectivamente.
Los años siguientes fueron también de gran importancia para el reconocimiento internacional de la España de Franco: el 27 de agosto de 1953, el Gobierno español y el Vaticano firmaban un nuevo Concordato, y el 26 de septiembre de ese mismo año España y Estados Unidos firmaban tres convenios: dos en el ámbito de la defensa y un tercero de ayuda económica. Con las credenciales anteriores, el 14 de diciembre de 1955 España entraba en la ONU.
Lo anterior suponía el final de diez años de ostracismo y su integración parcial en las relaciones internacionales vigentes, ya que para que se hiciera total habría de vincularse al proyecto patrocinado desde los años cincuenta por la Comunidades Europeas de los Seis. De este modo, de cara a la adhesión española a la Europa unida comenzaba un proceloso camino de casi tres décadas que debía pasar necesariamente por la modernización socioeconómica y la instauración de un régimen político constitucional y democrático, homólogo al de las naciones comunitarias.
  • Guillermo Á. Pérez Sánchez es Es doctor en Historia Contemporánea, con Premio Extraordinario, por la Universidad de Valladolid y catedrático en el Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y Comunicación Audiovisual y Publicidad de la Universidad de Valladolid . Así como miembro e investigador del Instituto Universitario de Estudios Europeos de la misma Universidad.
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