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Los acusados en los Juicios de Tokio

Los acusados en los Juicios de Tokio

Los Juicios de Tokio: crímenes de guerra, 'harakiris' y un emperador exculpado

El país nipón tuvo su propio proceso judicial al final de la Segunda Guerra Mundial al más puro estilo de los Juicios de Nuremberg alemanes

La alianza del Imperio del Sol Naciente de Hirohito con la Alemania nazi de Adolf Hitler y la Italia fascista de Benito Mussolini en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) salió cara para los responsables nipones de los crímenes de guerra cometidos durante la contienda Al más puro estilo de los Juicios de Nuremberg, veinticinco jefes militares, políticos y funcionarios fueron juzgados mediante el proceso judicial que recibió el nombre de Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente (TPMILO) –o también conocido como el «proceso de Tokio» o los «Juicios de Tokio»–.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial con la victoria de los Aliados comenzó la ardua tarea de juzgar a los gobernantes de las naciones vencidas con el fin de encontrar responsables ante tanta destrucción. Durante estos años se produjeron los encuentros de Teherán, Yalta y Potsdam. Con la rendición de Japón firmada el 2 de septiembre de 1945, en el mismo mes comenzó la persecución de los principales agitadores.

La zona japonesa quedó bajo la supervisión del general Douglas MacArthur, que durante la guerra había sido el mayor exponente estadounidense en el frente del Pacífico. El general presumía de conocer la mentalidad asiática y de poder anteponerse a sus movimientos –aunque sufrió reveses como el ataque a Pearl Harbour o la destrucción de su aviación estacionada en Manila–. Con la rendición de Japón encima de la mesa, MacArthur recibió el cargo de Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en la zona y suyo fue el encargo de elaborar una lista de nombres con los mandos y funcionarios que se debían juzgar.

El proceso judicial contra los líderes nipones recibió el nombre de Tribunal Penal Militar para el Lejano Oriente y siguiendo el ejemplo de los Juicios de Nuremberg de los alemanes se dedicó a los responsables de la entrada de Japón en la guerra.

La presidencia del tribunal internacional recayó en el jurista australiano William Food Webb, ante la contrariedad de los juristas japoneses que exigieron ser ellos mismos los que juzgaran los delitos. Entre los jueces se encontraron distintas nacionalidades como Estados Unidos, Inglaterra, China, Canadá, Nueva Zelanda, Países Bajos o Francia, entre otros.

Los jueces (29 de julio de 1946)

Los jueces (29 de julio de 1946)

La elección de la sala también resultó simbólica, dado que el espacio dedicado a albergar a 28 acusados, más de cien abogados, los jueces, mecanógrafos, intérpretes y demás personal necesario fue la Academia de Guerra de Tokio, uno de los pocos edificios continuó en buen estado tras las batallas y que fue usado por el primer ministro, Hideki Tojo, durante la campaña.

El proceso se esperaba que durase aproximadamente 6 meses, pero las 417 sesiones, más de 3.000 pruebas y la escritura de una sentencia de 1.800 páginas, extendió la emisión del veredicto a dos años y medio. Aunque la acusación incluyó infracciones como la matanza de civiles y prisioneros, la experimentación con seres humanos, los trabajos forzados y el uso de armas químicas, los delitos de los japoneses distaron en gravedad de los de sus aliados alemanes. Mientras en Alemania se acusó a los responsables de crímenes contra la humanidad, en Japón fue por delitos contra la paz.

Ben Bruce Blakenley, abogado defensor, se dirige al tribunal en el Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra para Extremo Oriente

Ben Bruce Blakenley, abogado defensor, se dirige al tribunal en el Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra para Extremo Oriente

Los objetivos de los juicios eran aclarar los siguientes supuestos: si los crímenes de guerra fueron sistemáticos o generalizados, si las tropas sabían que estaban cometiendo atrocidades y si existió algún poder o autoridad que pudo parar la oleada criminal. Para ello, las categorías en las que se separaron la naturaleza de los cargos fueron las siguientes: A, líderes que atentaron contra la paz; B y C personas de rango inferior que cometieron crímenes de guerra y contra la humanidad.

En contraste con los Juicios de Nuremberg, en el caso alemán, al conocerse la lista de acusados, muchos de los responsables se dispersaron por Europa y América, mientras que muchos de los reos japoneses cumplieron con el ritual de suicidio seppuku –o harakiri– y acabaron con su vida antes de presentarse ante el tribunal. Fueron los casos del general Anami Korechika o el creador de los famosos kamikazes, el vicealmirante Onishi, que prefirió la muerte a no poder honrar a su emperador.

Mientras en Alemania se acusó a los responsables de crímenes contra la humanidad, en Japón fue por delitos contra la paz

El primer ministro de Japón durante gran parte de la guerra y considerado el «arquitecto» del frente del Pacífico, Hideki Tojo, intentó esta técnica para salvar el honor de las jerarquías niponas. Cuando la policía estadounidense apareció en la puerta de su casa, corrió a su habitación y se disparó al pecho con la intención de alcanzar el corazón. Fue cuestión de pulso y una mala trayectoria que la bala impactase en su estómago, después un médico pudo sanarle la herida y sobrevivió para llegar a los juicios.

El filósofo y escritor Shumei Okawa también apareció en la lista de acusados. Con anteojos redondos y mirada perturbada, fue conocido como el «Goebbles japonés» al ser considerado el principal ideólogo de la entrada del país nipón en la guerra. Okawa era de raíz nacionalista y sostenía la tesis de que Japón y el resto de países asiáticos debían unirse para luchar contra Occidente. Durante las primeras sesiones del juicio comenzó a mostrar síntomas de enajenación mental, hasta tal punto que el tribunal optó por considerarle inimputable por problemas psicológicos.

Acusados ante el Tribunal Militar Internacional para Extremo Oriente: (primera fila, de izquierda a derecha) Primer Ministro japonés Hideki Tojo, Almirante Takazumi Oka, (última fila, de izquierda a derecha) Presidente del Consejo Privado de Japón Kiichiro Hiranuma, Ministro de Asuntos Exteriores Shigenori Togo

Acusados ante el Tribunal Militar Internacional para Extremo Oriente: Primer Ministro japonés Hideki Tojo, Almirante Takazumi Oka, Presidente del Consejo Privado de Japón Kiichiro Hiranuma, Ministro de Asuntos Exteriores Shigenori Togo

El 12 de noviembre de 1948 se emitió el veredicto final. De los 28 acusados iniciales, solo llegaron al momento de su publicación 25 de ellos –ya que dos optaron por el seppuku y otro fue declarado inimputable–. Se emitieron siete condenas a muerte, seis cadenas perpetuas, una condena de veinte años y otra de siete.

Los Juicios de Tokio desde sus inicios fueron controvertidos por la composición mayoritaria aliadófila de los miembros del tribunal internacional que ponía en duda la idea de un veredicto objetivo. Al conocerse las penas de muerte, los abogados de los reos sentenciados –Doihara, Hirota, Oka, Sato, Shimada, Kido y Tojo– presentaron un recurso al Tribunal Supremo de Estados Unidos que lo desestimó al carecer de autoridad para revisar, confirmar, rechazar o anular la sentencia.

Los condenados a muerte vivieron sus últimos días en la prisión de Sugamo, donde fueron ejecutados. El primer grupo de condenados estuvo formado por Tojo, Doihara, Matsui y Mulo, los inculpados ante las horcas que les esperaban murieron pronunciando «¡Banzai!» –grito de guerra de los soldados japoneses en las batallas– antes de que se abriesen las trampillas.

En la lista elaborada por el general MacArthur destacó la omisión de un nombre, el del Emperador Hirohito. Al igual que en Nuremberg se excluyó a Adolf Hitler, en el caso nipón se desestimó acusar al emperador para apaciguar los ánimos del pueblo al ser considerado un dios en la tierra. A cambio, la figura del emperador se utilizó para el desarme y apertura de Japón a Occidente.

Los Juicios de Tokio, no por menos controvertidos, iniciaron una nueva etapa en la historia del país del Sol naciente en el que se le igualó a las potencias europeas.

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