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02 de mayo de 2024

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Georges Pompidou con Richard Nixon en Reikiavick

El arte de la mentira de Estado: así ocultó el Elíseo la grave enfermedad que acabó con Pompidou

Hace 50 años, fallecía, víctima de una leucemia disfrazada de gripe, el primer sucesor del general De Gaulle

El 30 de mayo de 1973, el presidente de Francia, Georges Pompidou, aterrizaba en Reikiavik, capital de Islandia, para celebrar una cumbre bilateral con su homólogo estadounidense, Richard Nixon. Al bajar de la escalerilla del avión –agarrándose las manos en ambas barandillas–, apareció con el rostro inusualmente hinchado, sus ojos casi ocultos bajo unos párpados pastosos, el paso engorroso. Por si no fuera suficiente, llevaba sombrero –casi nunca lucía esa prenda, abrigo y bufanda, pese al buen tiempo.
Nixon, con su buena apariencia y la simpatía y demás atenciones que desplegó hacia Pompidou, contribuyó, involuntariamente, a poner aún más en evidencia el mal aspecto del mandatario galo. En París, empezó a cundir el pánico: Patrice Duhamel, enviado especial de la televisión pública francesa a Reikiavik, contó en un documental haber recibido la orden –que transmitió a su cámara– de no tomar ningún primer plano del presidente de la República; mientras, recordaba, «un periodista norteamericano que estaba al lado mío llamó inmediatamente a su redacción para qué invitarán inmediatamente a un médico al plató». ¿Por qué? «Porque, ahora, la urgencia informativa es la salud de vuestro presidente», se vio responder Duhamel.

Catarros prolongados y cansancio

Este primer episodio de censura no impidió que los medios franceses empezasen a especular con prudencia, acerca de la salud de quien sucedió, en 1969, al general Charles De Gaulle en la jefatura del Estado, tras haber sido su primer ministro durante seis años. Mas el Elíseo seguía en sus trece: achacaba el paulatino deterioro físico del presidente a catarros prolongados, cansancio debido a los viajes –Pompidou solo tenía 61 años– y gripes recurrentes.
La realidad era muy distinta: en junio de 1970, un año después de su elección como presidente de la República y tres años antes de las dificultades exhibidas en Reikiavik, a Pompidou le había sido diagnosticada la conocida como «enfermedad de Waldenström», una variante agresiva de leucemia, recientemente identificada por la comunidad científica, pero para la que aún no existía el tratamiento adecuado. El trágico anunció –al enfermo– corrió a cargo del profesor Jean Bernard, hematólogo de fama internacional y presidente de la Academia de Medicina.

El responsable de la cerrazón informativa, contra viento y marea, era Édouard Balladur

Mas el equipo médico, por muy prestigiosos que fueran sus integrantes, no tomaba decisiones políticas, ni relativas a la comunicación presidencial. El responsable de la cerrazón informativa, contra viento y marea, era Édouard Balladur, a la sazón secretario general de la Presidencia de la República, que años más tarde, entre 1993 y 1995, sería primer ministro.
Era Balladur quien, en última instancia, autorizaba la publicación de los comunicados oficiales de los «catarros prolongados» y las «gripes recurrentes». «Es verdad», admitió Balladur en el citado documental, «pero esos comunicados iban firmados por médicos y no tenía por qué substituir mi apreciación a la de ellos». Semejante alarde de cinismo constituyó el núcleo de una mentira de Estado que se extendió desde Reikiavik hasta la muerte del presidente el 2 de abril de 1974, hace 50 años.
Georges Pompidou y Édouard Balladur (mayo 1968)

Georges Pompidou y Édouard Balladur (mayo 1968)Instituto Georges Pompidou

¿Significaban esas manipulaciones que Francia dejaba de estar gobernada? Todos los que rodeaban a Pompidou, desde Jacques Chirac –su ministro favorito y heredero de su legado político– hasta la temible e influyente asesora Marie-France Garaud, aseguraron en numerosas ocasiones que, aun siendo conscientes de un empeoramiento de la salud que saltaba a la vista, jamás vieron a Pompidou en situación de debilidad intelectual o moral. Sin embargo, como observa el historiador Éric Roussel en su biografía del segundo presidente de la V República, «la enfermedad condenaba sus esfuerzos [políticos] a seguir siendo vanos». Alude, por ejemplo, a su frustrado proyecto de reducción de la reducción del mandato presidencial –hoy ya es una realidad– de 7 a 5 años; también a determinados barones del gaullismo que empezaban a perder el respeto político al jefe del Estado: sabían que no iba a durar mucho, por lo que la apertura de la carrera sucesoria era cuestión de tiempo.
¿Cuándo? La enfermedad, con todo, tuvo alguna que otra remisión: en septiembre de 1973 pudo viajar a China para encontrarse con Mao Zedong, y al mes siguiente fue el anfitrión de don Juan Carlos y doña Sofía, por entonces Príncipes de España, a los que recibió con todos los honores. Unas alegrías fugaces que no pudieron frenar que el carácter de Pompidou se fuera agriando: «Si no he salido estos días, es por vuestra culpa. ¡Me incordiáis!», espetó, visiblemente molesto, a unos periodistas que aguardaban delante de su casa de campo durante unas vacaciones. No fueron los únicos destinatarios de la creciente irritabilidad presidencial, fruto de las cada vez más intensas inyecciones de cortisona.
El suplicio de Pompidou duró hasta las 7 de la tarde del 2 de abril de 1974, cuando falleció en su piso parisino, situado al lado de Notre Dame. El Elíseo tardó dos horas en anunciar la noticia. Su viuda, Claude, impidió que el comunicado oficial evocase las causas de la muerte «en nombre del secreto médico». Mentira de Estado y ocultación hasta el final.
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