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17 de junio de 2024

Bernard Durán
Bernard Durán

España entre la historia, leyenda negra y geopolítica

Es nuestro pasado el que nos ha conformado como el actual país que somos. En ese sentido, la historia y como se «relata» tiene una especial importancia en nuestra imagen actual y en nuestro papel en el mundo

Actualizada 02:21

Colón llegando a la isla de Guanahaí, José Garnelo Alda, 1866-1945

Colón llegando a la isla de Guanahaí, José Garnelo Alda, 1866-1945

España, aunque le pese a algunos propios y extraños, es una de las naciones que ha escrito algunas de las páginas más gloriosas de la historia universal. Es nuestro pasado el que nos ha conformado como el actual país que somos. En ese sentido, la historia y como se «relata» esa historia tiene una especial importancia en nuestra imagen actual y en nuestro papel en el mundo.

La geopolítica no la marca, solamente, una situación geográfica determinada o las dimensiones económicas o de población de un Estado o los más o menos cañones que tenga, (el célebre «hard power»), si no que viene influida, también, por otros muchos factores o «soft powers» como puede ser la importancia de un idioma, el índice de desarrollo (incluyendo no solo factores de economía per cápita, sino también sanidad, infraestructuras, concienciación medioambiental, educación, respeto a los derechos humanos...), la fortaleza de un pasaporte, la capacidad para formar alianzas fuera de un solo entorno geográfico o el patrimonio cultural material e inmaterial y muchos de estos factores están directamente vinculados a nuestra historia.

Lo es el hecho de tener la segunda lengua materna más hablada del planeta, lo es el hecho que, además de nuestras relaciones con los países europeos, con parte de los cuales hemos tenido una historia común, podamos tener una relación privilegiado con los países iberoamericanos, además de con Filipinas y con Guinea Ecuatorial (país que en la época que fue provincia española llegó a ser la segunda renta per cápita más alta de África).

También, en Estados Unidos, la primera potencia actual, cada vez más, muchos congresistas y senadores hablan español o son directamente de origen hispano y se es más consciente de un innegable pasado común en gran parte de su territorio. Incluso con parte del mundo árabe, por un lado y con Israel, por otro, tenemos unas relaciones intensas, aunque a veces complejas, marcadas por nuestra historia.

En este último caso se tiende a recordar las sucesivas expulsiones de judíos, al igual que hicieron, por cierto, en plena ola de rigorismo religioso la mayor parte de naciones europeas, pero no hay que olvidar que, en la Segunda Guerra Mundial, los diplomáticos españoles contribuyeron más que nadie a salvar a personas de origen hebreo del Holocausto. El caso más famoso es el de Sanz Briz en Hungría, pero podríamos citar a otros como Miguel Ángel de Muguiro, Sebastián Romero Radigales, Bernardo Rolland y de Miota, Eduardo Propper de Callejón o José Ruiz Santaella.

En cualquier caso, la mayor parte de los grandes logros históricos españoles han sido soslayados e incluso muchas veces claramente tergiversados, para poner de relieve, sin embargo, episodios más turbios o controvertidos, en ocasiones falseando claramente los hechos. Mientras otros grandes países occidentales no han tenido el más mínimo problema en blanquear su historia y «vender» un relato alternativo profundamente exagerado o distorsionado. ¿Esta tradicional incapacidad hispana de no saber ponernos en valor es culpa nuestra o de otras potencias rivales? Quizás las culpas habría que repartirlas a partes iguales.

Por supuesto tiene mucho que ver con la célebre leyenda negra que, en puridad, nace por los recelos de algunos residentes de una fragmentada península itálica a la expansión aragonesa y que posteriormente tuvo acogida entre los protestantes alemanes y se magnifica en tiempos de Felipe II por parte de los separatistas holandeses y por la Inglaterra isabelina. Con el devenir del tiempo fue adoptada por nuevas potencias emergentes y pese a que Henry Kamen y otros historiadores la circunscriban a épocas pasadas, lo cierto es que, con la prensa amarilla, la llegada del cine, la televisión y más modernamente las redes sociales y las plataformas audiovisuales, estas campañas de fake news históricas se han venido adaptando e incluso han amplificado el mensaje.

Así ocurrió con las difamatorias campañas de Hearst y Pullitzer en la guerra de Cuba. La lista de películas, fundamentalmente anglosajonas, que van desde el Hollywood clásico hasta la actualidad, en donde se da una imagen histórica falsa y degradante del Imperio español sería kilométrica y en plataformas y redes, no solo se sigue denigrando nuestro pasado histórico, sino que se pretende blanquear el anglosajón a base de retorcer la historia.

Por supuesto, tanto en el pasado como en el presente, este proceso de deconstrucción histórica ha tenido poderosos defensores internos. Los casos más notables y conocidos y que probablemente hayan dado más munición a los entonces grandes enemigos de la monarquía hispana son los de Bartolomé de las Casas por un lado y el de Antonio Pérez, por otro. Casos muy distintos pero que resultaron tremendamente dañinos para la reputación patria.

Es cierto que, en la actualidad, a ambos lados del Atlántico, se ha producido una reacción por parte de numerosos pensadores, académicos e intelectuales denunciando esta manipulación, siendo el documental Hispanoamérica de López-Linares, el último de estos loables intentos por contrarrestar esta narrativa. Sin embargo, esta contra-leyenda negra tiene sus limitaciones.

Así, numerosos articulistas, siguen criticando los ensayos, documentales o películas que pretenden poner en valor la gran epopeya hispana, tachándola superficialmente de «leyenda rosa», de actitudes neocoloniales o simplemente de «propaganda», con la connivencia, en cierta medida, de una parte de nuestra sociedad, no, siempre, la más leída, ni la mejor informada, y que sigue anclada en viejos tópicos o, en el mejor de los casos, muestra una mezcla de pasotismo y condescendencia hacia nuestra historia, sin ser conscientes que reivindicar nuestra historia significa, además de un ejercicio de transparencia y de búsqueda de la verdad, reivindicar nuestro lugar en el mundo.

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