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Archiduque Imre Habsburgo-LorenaCEU

Entrevista

El Archiduque Imre de Habsburgo-Lorena: «El gran error de la IGM fue querer una victoria incondicional»

El descendiente directo del beato emperador Carlos I de Austria advierte que esa victoria incondicional «tuvo consecuencias dramáticas 20 años después, con el nazismo»

En un momento en que Europa se enfrenta a profundas preguntas sobre su identidad y su rumbo, Imre de Habsburgo-Lorena –inversor ético, padre de familia numerosa y descendiente directo del beato emperador Carlos I de Austria– aporta una mirada enraizada en la historia, la fe y la responsabilidad social. En esta entrevista, reflexiona sobre la crisis de sentido en el continente, el papel insustituible de los cristianos en la vida pública y la vigencia del legado espiritual y político de su antepasado en tiempos marcados por la guerra y la incertidumbre.

— ¿Europa sufre una crisis de identidad?

— Antes que nada, pienso que es importante diferenciar ente la Unión Europea como realidad institucional y Europa. Bastantes personas relevantes han hablado acerca de una crisis de identidad. Una de ellas es Jürgen Habermas. Es un filósofo alemán que habló de una «crisis civilizacional», un término muy fuerte.

¿Y por qué? Una respuesta que me gusta citar viene de mi tío bisabuelo, el archiduque Otón [de Habsburgo-Lorena], que estuvo 20 años en el Parlamento Europeo y que dijo que Europa ha estado apartando —y a veces rechazando— sus propios valores y legado. Y dijo: «Si no sabemos de dónde venimos, ¿cómo podemos saber a dónde estamos yendo? Porque no sabemos quiénes somos ni dónde estamos».

Europa se puede entender a través de tres ciudades distintas que la encarnan: Atenas, Roma y Jerusalén

Y pienso que esto es muy cierto hoy en día, y caracteriza el estado de Europa. La UE ha logrado cosas magníficas, hemos de decirlo. Por ejemplo, en términos de colaboración entre países, o en un plano económico, pero también en términos de paz tras décadas de guerra, tras la Segunda Guerra Mundial. El 9 de mayo de 1950, la Declaración de Schuman fue el arranque de esta cara institucional de Europa, pero el propio Schuman dijo que no podemos limitarnos a una colaboración económica. Necesitamos redescubrir también el alma de Europa. Y pienso que tenemos una misión preciosa, tratar de redescubrir esto: ¿qué significa ser europeo?

Una definición que me gusta es citar a Edgar Morin, un intelectual francés que dijo que Europa se puede entender a través de tres ciudades distintas que la encarnan: Atenas, Roma y Jerusalén. Atenas representa la búsqueda de la verdad, la filosofía, el arte, de un imperio, la legalidad, también la justicia. Está hoy en todas nuestras constituciones. Y Jerusalén trajo a Europa la concepción trascendental y monoteísta de Dios. Y el cristianismo, de algún modo, es el factor mediador que une todo esto y que fundamenta esta identidad europea. Creo que es una buena manera de definirlo, porque aporta muchas perspectivas.

Frente a esta crisis, ¿cuál es el rol de los cristianos europeos?

— Los cristianos tenemos una misión universal, pero la más importante es estar profundamente enraizados en Cristo. No podemos hablar sobre las raíces cristianas si no estamos enraizados nosotros. Esto es lo primero. También hemos de permanecer esperanzados sobre el futuro, pero si creemos en Cristo, Él encarna la esperanza misma para toda la humanidad. Así que también es algo importante.

Y también diría que hemos de estudiar de dónde venimos. Cuál es la historia de nuestro país y nuestra región, para entender mejor quiénes somos y así poder proyectarnos mejor también hacia el futuro. Pienso que hoy es muy importante estar orientados al futuro, pero solo es posible hacerlo si tenemos claro de dónde venimos y qué valores queremos encarnar.

Su bisabuelo es el beato emperador Carlos I de Austria, ¿cómo nos ayuda su ejemplo a vivir enraizados en Cristo?

— [El beato Carlos I] fue el último emperador y rey de Austria-Hungría, y solo gobernó durante dos años, entre 1916 y 1918. Fue en plena 1ª Guerra Mundial, una guerra que él nunca quiso. Su misión principal fue alcanzar la paz. Para ello, intentó todo tipo de negociaciones secretas, con los aliados, pero también con otros países, como Francia o Reino Unido. Desafortunadamente, ninguna de estas negociaciones tuvo éxito. Pero la diferencia… Él entendió su rol como monarca como un rol de servicio, en primer lugar. Y pienso que este es un mensaje muy importante hoy: para los políticos, pero también para todo aquel que tenga responsabilidades. Entender nuestra posición como una posición de servicio. Esto significa no servir solo a las personas que te han elegido, sino servir a todo el mundo, servir a tu país.

Ya sabes: vemos cómo los políticos piensan a veces en las próximas elecciones, pero los hombres de Estado piensan en la próxima generación. Y esto es muy cierto. Gracias a Dios, la buena noticia es que un político también puede ser un hombre de Estado. Por tanto, tiene el deber de pensar en las próximas elecciones, pero también de pensar a largo plazo, en la próxima generación.

De nuevo, la buena noticia es que un político puede ser también un hombre de Estado, pero para conseguirlo, es importante volver a lo que decían ciertos pensadores, como Aristóteles o más tarde Santo Tomás de Aquino, que identificaban la política como el lugar que demanda, o requiere, una mayor virtud.

El beato Carlos I gobernó durante la Primera Guerra Mundial. ¿Qué lecciones puede aprender de él una Europa que vuelve a vivir una guerra?

— Es fascinante, porque él murió hace 100 años, en 1922. Con mi familia estuvimos en la isla de Madeira, donde él murió con solo 34 años. Murió con mucho sufrimiento, y en total pobreza, como emperador. Y era absolutamente consciente de que estaba ofreciendo su vida por su gente en Europa Central, por la unidad de su gente, de sus gentes, y por la paz en Europa. 100 años después, tenemos una guerra, no solo en la puerta de Europa —como vemos en las noticias— sino que yo diría incluso que en Europa, porque Ucrania es un país importante y forma parte de esta realidad europea.

A aquellas personas que tienen responsabilidad en esta guerra, creo que el beato Carlos I puede realmente enseñarles que siempre deben tener en el fondo de su cabeza un objetivo final: alcanzar la paz. Por supuesto, cuando estás en guerra, debes ser profesional, y el beato Carlos I estuvo en el frente. No solo hablaba de paz, también estaba en el frente, con su ejército. Porque la guerra también es la realidad: una realidad triste, pero aun así. Pero siempre tuvo en mente el objetivo final de alcanzar la paz.

Una cosa que añadiría, tal vez, es que muchos historiadores han hablado sobre el hecho de que durante la Primera Guerra Mundial los poderes querían una victoria incondicional. Más tarde, [los historiadores] han retratado esto como un gran error de la guerra, porque tuvo consecuencias dramáticas 20 años después, con el nazismo y demás. Pienso que podemos aprender de la Primera Guerra Mundial a ser cautelosos con la victoria incondicional. Al contrario: necesitamos ser muy claros y poner a todos alrededor de la mesa para buscar una solución. De nuevo, pensando en las siguientes generaciones.

La fiesta del beato Carlos I es el 21 de octubre: la fecha de su boda con la Sierva de Dios Zita de Borbón-Parma.

— Gracias por mencionarlo, porque es otra dimensión muy importante del beato Carlos I y la Sierva de Dios Zita, el mensaje sobre cómo vivir un matrimonio fructífero, un matrimonio cristiano. Es absolutamente precioso que, justo después de casarse, él le dijo a ella: «Ahora necesitamos ayudarnos mutuamente para llegar al Cielo», lo que significa que entendía que el matrimonio es un camino para una finalidad más grande, la unión con Dios. Llegar al Cielo.

Y el matrimonio a veces no es fácil. Es difícil. Y pienso que es importante reconocerlo. Pero también es precioso. Es la primera célula de la sociedad. Con él creas una familia. En él puedes educar y criar futuros ciudadanos de un país. El impacto en la sociedad en general, por tanto, es enorme. Por tanto, las instituciones de la familia y el matrimonio son algo por lo que realmente vale la pena luchar.

Y pienso que lo que podemos decir sobre el beato Carlos I y la Sierva de Dios Zita es que, en los momentos buenos y en los difíciles, tuvieron una cierta constancia en su fe, siempre permanecieron fieles a la oración. Ambos rezaban mucho. Intentaban acudir a misa cada día, rezaban el rosario, tenían gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús, oraban en familia… Todo ello son cosas de las que podemos aprender, porque 100 años después no han cambiado.