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Cuadro 'Don Alfonso el Sabio, después de haber ganado a los moros la plaza de Cádiz, primera plaza marítima que poseyeron los reyes de Castilla, tomó posesión del mar para abrir a los cristianos el camino que había de conducirles al África'Museo del Prado

Serie histórica (I)

De Alfonso X a los Reyes Católicos: las medidas que salvaron los bosques españoles

Los bosques, protagonistas silenciosos de la historia de España, han sido fuente de riqueza, escenario de conflictos y objeto de leyes y abusos desde Roma hasta los Austrias

Los bosques están de moda. Periodísticamente hablando, claro, aunque esta vez sea por motivos tan negativos como los incendios. Sin embargo, en general les prestamos menos atención de la que merecen. La relación con la floresta ha contribuido a modelar la esencia de lo que consideramos humano, no solo por su carácter instrumental como proveedora de materias primas y servicios esenciales, sino también por su influencia en los aspectos inmateriales que conforman la condición humana.

Como elemento fundamental del paisaje por antonomasia, los bosques han forjado ese componente misterioso de nuestra conciencia que es la sensibilidad hacia la belleza, junto con el mar y el firmamento.

España se distinguió ya en la Antigüedad por sus bosques. Así lo atestiguaron griegos, fenicios y romanos. Es célebre la cita de Estrabón: «Hispania es una selva en la que una ardilla podría atravesar sus bosques desde Gibraltar a los Pirineos sin ni siquiera tocar el suelo». Los romanos aprovecharon con empeño las masas forestales hispanas: a veces para obtener madera con múltiples fines, otras para roturar tierras fértiles destinadas al cultivo, en particular para los inmensos olivares que se extendieron por el centro, el sur y el este de la península, de los que aún quedan numerosos ejemplares milenarios.

Una vibrante escena de cacería se representa en esta sección del gran mosaico que decora el oecus o sala de recepción de la villa romana de La OlmedaArchivo de la Diputación Provincial de Palencia

La caída del Imperio supuso varios cambios. Desaparecieron las exportaciones de madera, debido a la contracción de la actividad comercial, pero se multiplicaron las destrucciones de bosques a consecuencia de la anarquía imperante. Los gobernantes visigodos fueron conscientes de esta realidad: ya Chindasvinto legisló al respecto, y el Liber Iudiciorum del año 654 recogió disposiciones en defensa de la riqueza forestal, en especial frente a los incendios.

Durante la conquista musulmana y la Reconquista se produjeron graves agresiones contra los bosques. Inicialmente fueron los árabes quienes buscaron desertizar la cuenca del Duero para establecer una frontera infranqueable frente a los reinos del norte. Posteriormente, todos los contendientes recurrieron a la tala y al fuego como técnicas militares: el arboricidio convertido en estrategia. Las consecuencias fueron catastróficas.

Otra amenaza para los bosques la constituyó la ganadería extensiva, en especial la transhumancia. La influencia de los nobles propietarios de grandes rebaños y la importancia del negocio de la lana otorgaron grandes privilegios a la ganadería en detrimento de la agricultura y la silvicultura.

A medida que avanzaba la Reconquista, los gobernantes fueron cada vez más conscientes de los efectos nefastos de la deforestación y actuaron en consecuencia. A mediados del siglo XIII, el Libro de las Partidas de Alfonso X estableció que «quienes cortan o destruyen árboles cometen una maldad manifiesta».

Alfonso X y su corte

Más tarde, Alfonso XI ordenó que quien incendiara un bosque fuese castigado siendo arrojado a las llamas que él mismo había provocado. Como resultado, los bosques comenzaron a recuperarse, y a partir del siglo XIV se plantaba el doble de lo que se talaba o destruía.

La Mesta, la poderosa organización de los ganaderos del reino de Castilla, consolidó sus privilegios, pero al fijar límites claros a los derechos de pastoreo y establecer regulaciones que se cumplían con rigor, resultó, paradójicamente, beneficiosa para el patrimonio forestal. La delimitación de cañadas y zonas de pasto protegió indirectamente buena parte del territorio.

En los últimos años de la Reconquista aún se recurrió a la tala como arma militar. Los musulmanes del reino de Granada la emplearon en sus incursiones por el valle del Guadalquivir y en Murcia, y los cristianos no se quedaron atrás: los Reyes Católicos movilizaron a nada menos que treinta mil leñadores para «que no quedase una hoja» en el reino nazarí. Sin embargo, también ellos promulgaron leyes en defensa de los bosques; así, en 1501 prohibieron la exportación de barcos, entre otras medidas de protección forestal.

Los siglos XVI y XVII no resultaron propicios. El crecimiento demográfico y económico impulsó la demanda de tierras de cultivo y aumentó el consumo de madera, el combustible básico de la época. Carlos V y Felipe II tuvieron serias dificultades para preservar los montes. El llamado «rey prudente» llegó incluso a prohibir el pastoreo en los montes incendiados, con el fin de evitar que los ganaderos encontraran rentable prenderles fuego.

Aun así, sobrevivieron amplios robledales y encinares en el Duero, Extremadura y Toledo. En Madrid, en cambio, se había producido una verdadera catástrofe forestal, de la que solo se salvaron los montes de la Casa de Campo, El Pardo y la Sierra de Guadarrama gracias a la protección real.

En general, los monarcas de la Casa de Austria intentaron preservar la superficie forestal, pero sus buenas intenciones se vieron truncadas por la crisis económica y la decadencia de finales del siglo XVII. Para financiar los gastos de una España exhausta se recurrió a la venta de tierras de realengo, lo que provocó nuevas talas indiscriminadas. En 1700 los bosques se encontraban ya en una situación calamitosa. De ello hablaremos en la próxima entrega.