Entrada de Roger de Flor en Constantinopla, de José Moreno Carbonero. 1888
La 'Venganza Catalana': cuando la temible infantería de la Corona de Aragón arrasó el Imperio bizantino
Arrasaron Tracia y Macedonia: durante dos años, la Compañía Catalana, convertida en un ejército nómada y vengativo, saqueó y quemó ciudades y campos en las regiones europeas del imperio
La «Venganza Catalana» es uno de los episodios más épicos y brutales de la historia medieval europea, y está ligada a la figura de los almogávares, guerreros forjados en tierras de la Corona de Aragón, en la frontera entre cristianos y musulmanes: Reino de Aragón, Condado de Cataluña, Reino de Valencia.
La palabra almogávar proviene del árabe «al-mugawir», que significa «el que hace incursiones»; eran guerreros de incursión. No eran un ejército regular, sino tropas ligeras, de choque, expertas en tácticas de guerrilla y combate en terreno abrupto.
Su armamento era simple pero efectivo: llevaban un par de lanzas cortas (azconas), una espada corta y un cuchillo. Solían vestir ropas sencillas y calzaban abarcas (sandalias de cuero). Eran famosos por su ferocidad, resistencia y movilidad. Atacaban con rapidez y se retiraban antes de que el enemigo pudiera organizar una defensa.
Representación de un almogávar por José Ferre Clauzel
La Compañía Catalana de Oriente
A principios del siglo XIV, la Guerra de las Vísperas Sicilianas (1282-1302) había terminado. Un gran número de almogávares quedaron sin empleo y eran un problema de orden público en Sicilia.
El brillante estratega Roger de Flor (un ex caballero templario de origen alemán al servicio de la Corona de Aragón) los reunió y ofreció sus servicios al Imperio bizantino, que en ese momento estaba acosado por los turcos otomanos en Anatolia.
Así nació la Gran Compañía Catalana, una fuerza de mercenarios de élite compuesta por unos 6.500 hombres (almogávares, caballeros y ballesteros).
Las campañas en Oriente y la traición
La Compañía llegó a Constantinopla en 1303 y logró una serie de victorias espectaculares contra los turcos, reconquistando territorios bizantinos perdidos.
Derrotaron una y otra vez a los turcos en Anatolia, demostrando una superioridad táctica. Sin embargo, su éxito, su arrogancia y también sus saqueos generaron rencor en la población local y en la corte bizantina. Los almogávares no eran soldados disciplinados, sino guerreros que vivían del botín.
Roger de Flor en un grabado del siglo XIX
El emperador Andrónico II Paleólogo empezó a ver a Roger de Flor y su ejército no como salvadores, sino como una amenaza potencial para su trono.
En 1305, el emperador, instigado por su hijo Miguel IX, urdió una trampa. Roger de Flor fue invitado a Adrianópolis (hoy Edirne, en Turquía) para ser condecorado. Durante un banquete, fue masacrado junto con un centenar de sus capitanes por mercenarios alanos, aliados de los bizantinos, para decapitar a la Compañía.
La «Venganza Catalana»
Los almogávares, liderados por Berenguer de Entenza y luego por Bernat de Rocafort, declararon la guerra al Imperio bizantino. Desataron una campaña de terror y devastación conocida como la «Venganza Catalana». Arrasaron Tracia y Macedonia: durante dos años, la Compañía Catalana, convertida en un ejército nómada y vengativo, saqueó y quemó ciudades y campos en las regiones europeas del Imperio bizantino (Tracia y Macedonia).
El terror y las leyendas les precedían. Se dice que en una ciudad llegaron a sacrificar a todos los habitantes y amontonar sus cabezas como un muro macabro.
Almogávares en Mallorca, siglo XIII
Ni el ejército de Miguel IX ni las fuerzas de los vecinos búlgaros y serbios pudieron detenerlos. Los almogávares los derrotaron a todos.
La Venganza Catalana no fue una simple batalla, sino un prolongado acto de retaliación colectiva que conmocionó al mundo medieval. Demostró la ferocidad, la cohesión y la capacidad de supervivencia de los almogávares incluso sin su líder carismático.
Finalmente, la Compañía, sin un enemigo claro al que derrotar definitivamente, se dirigió hacia el sur, hacia los ducados de Atenas y Neopatria, que conquistaron en 1310-1311, estableciendo dominios en Grecia que durarían más de 70 años.
El secreto de los almogávares: la guerra de incursiones
No buscaban grandes batallas campales inicialmente. El objetivo era realizar razzias (incursiones rápidas) en territorio enemigo para saquear, capturar ganado y causar el máximo daño con el mínimo riesgo.
Moviéndose con velocidad y conocimiento del terreno, expertos en montaña y bosque, los almogávares eran infantería ligera y evitaban terrenos llanos donde dominaba la caballería pesada enemiga (como la francesa o la bizantina). Forzaban al enemigo a luchar en su terreno.
Cuando no podían evitar una batalla abierta, adoptaban una formación de choque muy específica y disciplinada. Se organizaban en tres líneas:
Primera línea: los piqueros o lanceros, armados con dos o tres azconas (lanzas cortas). Su misión era recibir la carga enemiga. Lanzaban las azconas contra el enemigo a corta distancia: la primera para detener la carga y la segunda para rematar.
Segunda línea: los espaderos, armados con una espada corta y ancha (de «armas de mano») y un cuchillo. Una vez las lanzas de la primera línea habían desorganizado al enemigo, los espaderos se abalanzaban sobre ellos para un combate cuerpo a cuerpo extremadamente feroz.
Tercera línea: los ballesteros. La ballesta era un arma emblemática de la Corona de Aragón. Proporcionaban apoyo a distancia, diezmando las filas enemigas antes del choque y protegiendo los flancos de la formación durante la melé.
Folio 114r de la Crónica de Ramón Muntaner, donde se describen los gritos de guerra utilizados por los almogávares
Su grito de guerra era: aur, aur («oro, oro»), ¡Desperta, Ferro! («¡Despierta, hierro!»), ¡Aragón!, ¡San Jorge! Antes de cargar, golpeaban sus armas contra las piedras para sacar chispas, gritando su lema. Esta algarabía creaba un efecto aterrador y desmoralizaba profundamente al enemigo.
Su fama les precedía. Su ferocidad minaba la moral de los ejércitos que se les enfrentaban. No dependían de caravanas de suministros. Vivían del país que atravesaban. Esto les daba una gran movilidad.
Frente a cargas de caballería pesada (como la de los caballeros francos en Grecia), perfeccionaron una formación defensiva: los lanceros se agachaban o arrodillaban en primera fila, clavando sus azconas en el suelo con la punta hacia el enemigo, creando una barrera de púas. La segunda línea mantenía las lanzas en alto. Los ballesteros disparaban sobre los jinetes.
Esta táctica fue efectiva contra la caballería franca en la batalla del río Cefis (1311), donde la Compañía destruyó el Ducado de Atenas.
Los almogávares aseveraban: «Nosotros, que comemos pan de avena y dormimos en el suelo, estamos dispuestos a conquistar toda la tierra».