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05 de mayo de 2024

Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Hamás: ¿onda o partícula?

Hemos escuchado a muchas voces del feminismo condenando los excesos de la guerra. Y tienen mucha razón, aunque se equivoquen al adjudicar la culpa a uno solo de los combatientes, precisamente el menos responsable

Actualizada 04:30

Un tanque del Ejército israelí bombardea la Franja de Gaza desde la zona fronteriza en el sur de Israel

Un tanque del Ejército israelí bombardea la Franja de Gaza desde la zona fronteriza en el sur de IsraelAFP

La mayor parte de los marinos de mi generación nos hemos retirado agradecidos a la Armada, la institución que nos hizo hombres. Y no vea el lector el menor indicio de machismo en esta confesión, sino el reconocimiento de un hecho histórico: las mujeres de mi generación, admirables en tantos sentidos, todavía no estaban invitadas a formar en nuestras filas.
Si algo puedo reprochar a la Armada después de 47 años de hospitalaria acogida es el fracaso de mi formación científica. Dos siglos después de las hazañas intelectuales del insigne Jorge Juan, el tiempo invertido en la Escuela Naval y, más adelante, en la desaparecida Escuela de Electricidad y Transmisiones de la Armada para que yo aprendiera los rudimentos de la Electrónica no dio fruto alguno. Quizá por eso, el que la luz, dependiendo del experimento que los físicos quieran explicar, se comporte como onda o como partícula, se me antoja tan misterioso como la Santísima Trinidad. Aún peor, me parece tan arbitrario como la práctica política, siempre abierta a condenar en los demás lo que justifica para sí misma.
Claro que, para arbitrariedad, la de Hamás. Como la luz, disfruta de una doble naturaleza. Por un lado, es la autoridad política de la Franja de Gaza. En ese papel, condena a los EE.UU. por haber vetado en el Consejo de Seguridad de la ONU un proyecto de resolución que, además del alto el fuego, exige la liberación sin condiciones de todos los rehenes. Pero también es una organización terrorista que, como todos sabemos, no tiene la menor intención de entregar a sus víctimas sin obtener ventajas políticas que van mucho más allá del fin de los combates.
Una postura así no puede ser más cómoda. Mientras la Hamás política se queja del arresto de los varones palestinos capturados por el Ejército israelí, la Hamás terrorista –que, no lo olvidemos, es la misma– niega el acceso de la Cruz Roja a los rehenes y no se avergüenza de incluir entre sus «prisioneros sionistas» a niños menores de un año. Mientras la Hamás política se presenta como víctima de un bloqueo de fronteras que, a juicio de la ONU, equivale a una ocupación, la Hamás terrorista justifica la necesidad de ese bloqueo con su promesa de destruir el Estado de Israel. Mientras la Hamás política, bajo el respetable pseudónimo de Autoridad Sanitaria de Gaza, suma las víctimas civiles de la campaña –al parecer, todos son civiles en la Franja de Gaza– la Hamás terrorista embosca a las tropas israelíes desde los túneles construidos bajo las aglomeraciones urbanas, incluidos desde luego hospitales y escuelas.
Lo peor de todo es que, desde fuera, no son pocos los que caen en la trampa de Hamás. Hemos escuchado a muchas voces del feminismo condenando los excesos de la guerra. Y tienen mucha razón, aunque se equivoquen al adjudicar la culpa a uno solo de los combatientes, precisamente el menos responsable. Lo que no recuerdo es que ninguna condenara con la misma firmeza el paseo por las calles de Gaza de Shani Louk, la turista alemana agonizante y semidesnuda exhibida como trofeo por la Hamás terrorista en un hecho vergonzoso que, al parecer, no puede empañar la imagen de la Hamás política. Quizá porque, en el fondo, en algunos lugares de Europa y Estados Unidos, a esa «hermana» prefieren no creerla.
No es que yo esperara gran cosa de las voces políticas que todavía se duelen de la derrota de la Unión Soviética en la Guerra Fría. Pero también líderes del prestigio de Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad –casi siempre acertado en sus intervenciones en favor de Ucrania y notable abogado de la necesaria potenciación de Europa– se equivocan gravemente en algunas de sus valoraciones. Dice Borrell: «No es moralmente justificable matar a un culpable y a la vez matar a 300 inocentes». Se queda muy corto. Yo diría que ni siquiera un inocente puede sacrificarse para matar un culpable. Aún más, con las reglas de enfrentamiento que yo he respetado a lo largo de mi carrera –reglas de tiempo de paz– tampoco es legítimo matar a un culpable por el mero hecho de serlo. La fuerza letal solo está justificada para prevenir un mal mayor.
Sin embargo, Borrell equivoca el escenario. Lo que dice está bien si se aplica a una operación antiterrorista en tiempo de paz. Pero Hamás no es solo una organización terrorista. Es también el gobierno de la Franja de Gaza. Entre Israel y el Hamás político hay una guerra, y el Derecho Internacional Humanitario, como sin duda sabe Borrell, no va de inocentes y culpables, sino de combatientes y no combatientes.
Los convenios de Ginebra, que dan normas para proteger a los civiles –sean o no inocentes– prohíben los ataques deliberados a los no combatientes y, cuando estos interfieren con las operaciones militares –como es el caso de Gaza, y no precisamente por culpa de Israel– exigen proporcionalidad entre los objetivos de la campaña y las víctimas no deseadas. Pero esta proporcionalidad no se mide por el número de combatientes –sean o no culpables– muertos en la misma acción, sino en función del valor de los objetivos militares que se persiguen. Los cuatro millones de civiles alemanes muertos durante la Segunda Guerra Mundial no estaban justificados por la muerte de Hitler, sino por la derrota de su régimen.
Añade Borrell, que parece haber tenido un día muy poco inspirado: «Tiene que haber alguna otra manera de combatir contra Hamás, alguna alternativa que no sea la muerte de tantas personas inocentes, entre ellas, tantos niños» Desde luego, la hay. La Hamás terrorista debería enfrentarse a las fuerzas israelíes lejos de sus hospitales, como hace el Ejército de Zelenski contra el invasor ruso. La Hamás política debería evacuar a los civiles del campo de batalla, como hace el Gobierno ucraniano cuando Putin asalta sus ciudades. Pero solo hay una Hamás, y no va a hacer ninguna de las dos cosas.
Aunque no haya sido el mejor día de Borrell en el ejercicio de su cargo, sí tiene razón al unir la voz de Europa a la del propio Biden, que también insiste en que la masacre del 7 de octubre, que justifica la guerra contra Hamás, no es un cheque en blanco. Ni siquiera Israel debiera verlo así porque, en último término, los miles de muertos palestinos, el coste no deseado de la derrota de Hamás –onda o partícula, tanto la Hamás política como la terrorista se esconden detrás de sus mujeres y sus niños– solo estarán justificados si la guerra da paso a un futuro mejor. Más seguro para Israel y, también, más seguro y más justo para Palestina. Porque, aunque hay en ambos bandos quien prefiera no entenderlo así, no es posible lo uno sin lo otro.
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