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Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

OTAN sí, bases también

El pueblo español puede tener la certeza de que, si así lo queremos, Estados Unidos dejará nuestras bases y se buscará la vida en otros lugares, quizá no demasiado lejanos. Habrá quien se alegre de ello, y no serán precisamente los ciudadanos de Rota o Morón

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, en la sede de la Alianza en BruselasAFP

La próxima cumbre de la OTAN en La Haya va a ser, probablemente, la más difícil de su historia. La fanfarronada de Donald Trump en el Foro de Davos —solo así puede entenderse esa cifra mágica del 5 % del PIB detrás de la cual solo parece estar su voluntad omnímoda— ha sembrado de minas los pasillos de la cumbre. Más allá de esa exigencia, sin embargo, hay otros asuntos de igual o mayor importancia y todavía más difíciles de resolver. ¿Vetará el presidente de los EE.UU. una declaración de condena a Rusia y apoyo a Ucrania? Es probable que sí… pero, si Rusia no nos amenaza, ¿para qué es el rearme?

A pesar de la marejada, Europa debe recordar que, sin la sangre de muchos norteamericanos, Hitler se habría apoderado de buena parte de nuestro continente hace ya ocho décadas. Sin el arsenal de los EE.UU. —pagado por sus contribuyentes— seguramente habríamos caído bajo el yugo de Stalin algunos años después. Hace ya mucho tiempo que terminó la Guerra Fría pero, por desgracia, el mundo ha cambiado muy poco desde entonces. Sin el apoyo de los EE.UU., Vladimir Putin se reiría —en realidad, ya lo está haciendo— de ese poder blando de que presumíamos y de nuestra devaluada capacidad de disuasión.

Así pues, el vínculo que nos une a los Estados Unidos —un vínculo que desde 1949 se materializa en la Alianza Atlántica— es algo por lo que merece la pena luchar… a pesar de lo poco que nos gusta a los europeos un presidente que parece subordinar los valores que promueve el Tratado de Washington —democracia, libertades individuales e imperio de la ley— a sus propios intereses personales, electorales o, si el lector lo prefiere, estratégicos.

Como hacen los marinos cuando hay temporal, los líderes europeos deberían ponerse a la capa para tratar de salvar la embarcación que nos sostiene a flote. Es obvio que no vamos a arruinar España para complacer a Donald Trump. Tampoco llegarán al 5 % la mayoría de los miembros de la Alianza. Pero hay formas de manejar la situación más inteligentes que la que, forzado por las dificultades por las que atraviesa la coalición de Gobierno, ha escogido nuestro presidente. Mejor que la confrontación directa y pública con una persona que disfruta de esas situaciones —que se lo digan a Volodimir Zelenski— sería usar sus propias tácticas: si pero no, más adelante, quizá en la próxima década… todo ello sin olvidar que, al contrario que Putin, Xi o Jamenei, líderes vitalicios, Trump solo representará al pueblo de los EE.UU. durante los cuatro años que dure su mandato.

Por si las cosas no estuvieran suficientemente complicadas, la nueva guerra en Oriente Medio ha venido a dividir aún más a los aliados europeos y a algunos de estos con los EE.UU. La posición de España, rabiosamente enfrentada a Israel por exigencias del guion escrito por algunos de los socios del Gobierno, es tan conocida como estéril. Está tan distante de lo que podría ser el centro de gravedad del pensamiento estratégico europeo que, como ocurre con la de Viktor Orbán en la guerra de Ucrania, se queda fuera del área de influencia. Sin embargo, ha venido a añadir leña al fuego patrio a cuenta de la escala en la base de Morón de un buen número de aviones cisterna norteamericanos que, si Trump lo ordena, podrían sumarse al ataque de Israel a Irán.

La posición de España, rabiosamente enfrentada a Israel por exigencias del guion escrito por algunos de los socios del Gobierno, es tan conocida como estéril

Cumbre de la OTAN, escalas norteamericanas… ¿qué mejor momento para desempolvar ese 'OTAN no, bases fuera' de nuestra juventud? En los años 80, el ínclito Fernando Morán —el de los chistes— coqueteó con la idea de sumarse al movimiento de países no alineados que, en Europa, estaba representado por Yugoslavia. Afortunadamente escogimos mejor el bando que nos convenía. El bando de los valores que compartimos, pero también el bando de quienes podían apoyar mejor nuestra independencia y nuestra integridad territorial. Basta ver lo que ocurrió a la muerte de Tito para confirmarlo. Sin embargo, todavía quedan en España partidos —ciertamente minoritarios— que fingen haberlo olvidado.

Aunque sean mucho menos decisivos que la pertenencia de España a la OTAN y la UE, los acuerdos bilaterales que hoy permiten a los EE.UU. el uso de las bases de Rota y Morón constituyen una pequeña parte de esa elección de bando en la que, por una vez, supimos acertar. En su día, meros contratos de alquiler, desde la entrada de España en la Alianza representan algo muy diferente: intereses compartidos. «Ambas partes» —dice el artículo 2— «acuerdan que el mantenimiento de la seguridad y plena integridad territorial respectivas … sirven a su interés común».

El lenguaje, que quiere aparentar simetría por respeto a la soberanía de ambas naciones, es un poco engañoso. La integridad territorial no es un problema de los EE.UU., y sí de España. Por el contrario, nuestra seguridad quizá no se vea amenazada directamente por el programa nuclear iraní, pero sí afecta a la de nuestro aliado. A veces —y ese es el caso de los destructores norteamericanos que tienen su base en Rota y que contribuyen a la defensa antimisiles de Europa— las decisiones de los EE.UU. convienen a los dos aliados. Cuando no es así, los acuerdos están para cumplirse. Incluso si Washington se equivoca, como personalmente creo que hará si al final Trump decide embarcarse en una nueva guerra en el Golfo.

Al contrario que Bielorrusia, subordinada a las decisiones soberanas de Putin, el pueblo español puede tener la certeza de que, si así lo queremos, Estados Unidos dejará nuestras bases y se buscará la vida en otros lugares, quizá no demasiado lejanos. Habrá quien se alegre de ello, y no serán precisamente los ciudadanos de Rota o Morón, mayoritariamente opuestos a las manifestaciones de rechazo que antaño se organizaban en otros lugares. Habrá también —tiene que haber de todo— quien defienda que los norteamericanos no van a cumplir su compromiso con nuestra integridad territorial y que, así las cosas, es mejor el «incumplimiento preventivo» de los acuerdos por nuestra parte. A estos últimos les recomiendo que repasen la delirante escena en la que, por miedo a que rechace su mano tendida, Groucho Marx, líder de Freedonia en la magistral Sopa de Ganso, abofetea preventivamente al embajador de Sylvania y provoca la guerra. Si eso no les convence, al menos les hará pasar un rato divertido.