Gaza: la batalla perdida del pacifismo
El oso antimilitarista no está muerto del todo… ni lo estará nunca porque siempre habrá quien quiera resucitarlo para arañar un puñado de votos
Simpatizantes del partido político islámico Jamaat-e-Islami gritan consignas antiisraelíes, Pakistán
Nos gusta pensar que son los genios militares quienes ganan las grandes batallas de la historia, pero no suele ser así. Casi siempre son los errores de sus rivales los que las deciden. Trafalgar, el desigual combate naval idealizado por los británicos, se explica mucho mejor desde la incompetencia de Villeneuve –la tradición recuerda las palabras de Churruca a su segundo, en la toldilla del San Juan Nepomuceno, a la vista de las banderas de señales izadas en el Bucentaure: «El general francés no conoce su oficio y nos compromete»– que desde la maestría táctica de Nelson. Y lo mismo podríamos decir de Verdún, Stalingrado o Midway.
Y todo esto, ¿a cuento de qué? Además de que, como marino español, me gusta aprovechar cualquier oportunidad para desmitificar lo ocurrido en Trafalgar, la anterior reflexión sirve para ilustrar un sentimiento que, para mí, tiene un sabor agridulce: a pesar de los esfuerzos de los muchos militares que, con más o menos acierto, nos hemos esforzado por aportar luz al debate sobre nuestra defensa nacional, la crisis que vive el trasnochado pacifismo patrio no es fruto de nuestros argumentos, sino de sus propios errores.
No seré yo quien venda la piel del oso antes de que se pueda certificar su defunción. Sin embargo, el antimilitarismo que, astutamente escondido tras la utopía pacifista, gozaba en España de buena salud –vergonzosamente inmune, por cierto, a las noticias que llegaban de Ucrania– parece hoy herido de muerte. Si la guerra de Putin solo les inspiraba crípticas llamadas a la «diplomacia reforzada» entremezcladas con sueños de desarme unilateral –nuestro, no de Rusia– la de Gaza la sienten como propia. Son sus amigos, con los que se reúnen en las verbenas que organizan para cantar alegremente ese inspirador y libertario «desde el río hasta el mar», los que están sufriendo. Y, claro, entonces las cosas se ven muy diferentes.
Mucho más ingenuo que feroz, sangra estos días el oso pacifista hispano por varias heridas. Me complaceré en recordar algunas de ellas. El presidente Sánchez, que en su día clamaba por la desaparición del Ministerio de Defensa, no ha tenido empacho alguno en hacer esta declaración: «España, como saben, no tiene bombas nucleares, tampoco tiene portaviones ni grandes reservas de petróleo, nosotros solos no podemos detener la ofensiva israelí...».
Mucho más ingenuo que feroz, sangra estos días el oso pacifista hispano por varias herida
No, no voy a decir que las palabras del presidente fueran una amenaza. Eso finge entender Benjamin Netanyahu, pero no se empieza a amenazar a nadie reconociendo que uno no tiene con qué hacerlo. ¿Imagina el lector a un atracador ante el cajero de un banco conminándole a que le entregue el dinero porque en caso contrario, si tuviera una pistola, le dispararía? No tengo una elevada opinión de algunos de nuestros políticos, pero imagino que eso es demasiado hasta para los peores de la clase.
Sin embargo, lo dicho por Sánchez, cualquiera que haya sido su intención, transmite impotencia. Como San Pablo después de caerse del caballo, parece haber visto la luz. Reconoce que nos falta algo –coincido con él tanto en lo de los portaviones como en lo de las armas nucleares– que nos impide jugar un papel relevante en el mundo en que vivimos. Veremos si luego se aplica a resolver alguna de estas carencias, que al menos la del portaviones si está en su mano
Más clara todavía es la herida que, sin tanta repercusión mediática, ha infligido al pacifismo de salón Alberto Ibáñez, un poco conocido diputado de Compromís. Escuchémosle con atención: «España debería pedir autorización a la ONU para que una coalición de diferentes Estados pueda intervenir y defender, obviamente, a un pueblo que está siendo masacrado». Sinceramente, la pregunta que yo haría al mendaz político –seguro que hasta él sabe que los EE.UU., aliados de Israel, tienen derecho de veto en la ONU– es si esa intervención debería tener lugar antes o después de desarmarnos.
Para medir la temperatura del enfermo, permita el lector que descienda un poco de nivel y añada una anécdota desde luego menor, pero que a mí me afecta personalmente. Acabo de ver unas palabras mías que, lo reconozco, podría haber firmado el mismísimo Pero Grullo –«La justicia y la ley no sirven para mucho si no hay fuerza para aplicarlas»– reproducidas en un diario de los que se definen como progresistas. Curiosamente, no se publicaban para criticarlas, como seguramente habría ocurrido hace unos pocos meses, sino para aclarar a los lectores las razones por las que no pueden esperar que Netanyahu sea llevado ante la justicia.
La guerra de Gaza supone una batalla perdida para el pintoresco pacifismo patrio porque expone a la opinión pública todas sus contradicciones
Bien está que llegue hasta la calle la idea que sirve de piedra angular a toda cultura de Defensa: sin fuerza que la avale, no hay razón que resista. Sin embargo, no deberíamos ser demasiado optimistas. La guerra de Gaza supone una batalla perdida para el pintoresco pacifismo patrio porque expone a la opinión pública todas sus contradicciones. Pero algunos españoles cerrarán los ojos para no verlas. El oso antimilitarista no está muerto del todo… ni lo estará nunca porque siempre habrá quien quiera resucitarlo para arañar un puñado de votos.
Después de boicotear la Vuelta a España, Montero y Belarra, las no tan pacíficas adalides del movimiento pacifista español –22 policías heridos pueden atestiguarlo– volverán a la carga. Pero nosotros deberíamos guardar en la memoria todo lo que ha ocurrido estos días para volver a desenmascararlas cada vez que, desde la pretendida superioridad moral que ellas dicen que les asiste, quieran darnos lecciones.