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Trump en 2026: su futuro está en nuestras neveras

Trump tiene seis meses para lograr que sus logros macro se traduzcan en beneficios tangibles: vivienda más barata, sanidad menos costosa y salarios reales claramente al alza

Act. 21 dic. 2025 - 08:01

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pronuncia un discurso sobre los aranceles recíprocos

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pronuncia un discurso sobre los aranceles recíprocosAFP

A pesar del foco mediático constante en la guerra cultural, los equilibrios geopolíticos o la inmigración, el futuro real de la Administración Trump se decidirá en un terreno mucho más prosaico. No en los platós ni en las cumbres internacionales, sino en las elecciones de mid-term de noviembre de 2026. Y, como casi siempre en Estados Unidos, ese resultado dependerá de una sola variable: cómo perciben los votantes el estado de su economía. No la macro, no el PIB, sino la del bolsillo.

Trump tiene, en la práctica, seis meses para que una masa crítica de estadounidenses empiece a notar que su economía familiar mejora. Si no lo logra, se enfrentará a un Congreso y un Senado dispuestos a convertir sus dos últimos años de mandato en un infierno.

El Plan de los Treses

Cuando la Administración llegó a la Casa Blanca, el plan económico inicial fue tan simple como ambicioso: el «plan de los treses» para los primeros doce meses. Tres por ciento de inflación, tres por ciento de crecimiento del PIB y tres por ciento de déficit. La lógica –impulsada por Bessent– era clara: control de precios, mercado laboral tenso, cambios fiscales incluidos en la Big Beautiful Bill y una restricción de la inmigración ilegal que redujera la presión sobre los salarios más bajos. El objetivo final era elevar el ingreso disponible de las rentas más modestas sin recurrir a decretos ni salarios mínimos artificiales. Algo así como subir el salario mínimo… vía mercado.

El balance, a día de hoy, es mixto. Hay avances evidentes, pero también asignaturas pendientes difíciles de disimular.

Por el lado positivo, la inflación general ha caído por debajo del 3 % (2,7 %) y la subyacente se sitúa en el 2,6 %. Por primera vez en años, el coste de la vivienda empieza a moderarse. La gran excepción es la electricidad, con subidas superiores al 6,5 %, estrechamente ligadas al auge de los centros de datos y de la inteligencia artificial que ya representan más del 9 % de la demanda total.

Trump anunciará "aranceles recíprocos" este miércoles o mañana jueves

Trump durante un discurso en la Casa BlancaGetty Images via AFP

El crecimiento del PIB ha sido sólido, aunque engañoso. Superó el 3,8 % en el segundo semestre y se proyecta entre el 3,6 % y el 3,8 % para el conjunto del año, incluso asumiendo el impacto negativo del cierre temporal del gobierno federal. Buena parte procede de inversiones concentradas en el sector de la inteligencia artificial, con escaso efecto tractor sobre el resto de la economía. Más brillo que profundidad.

Eso sí, en inflación y crecimiento la Administración ha dejado en evidencia a muchos economistas y políticos demócratas que auguraban una espiral inflacionista y una recesión provocadas por los aranceles. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. Un debate que llenaba portadas ha desaparecido, curiosamente, sin dejar rastro.

En el mercado laboral, una tasa de paro del 4,6 % podría parecer decepcionante. Pero el desglose ofrece una lectura más favorable: más de 750.000 empleos netos creados en el sector privado y una reducción de más de 180.000 en el sector público. Exactamente lo prometido en campaña. Poco que objetar ahí.

Las cuentas pendientes: el gasto público

Las cuentas públicas, en cambio, siguen siendo el gran punto débil. El déficit se ha reducido en más de 41.000 millones de dólares respecto al año pasado, pero continúa en torno al 6 % anual, un nivel insostenible. Iniciativas tan ruidosas como DOGE han quedado atrás sin resultados tangibles. La incógnita es si la desregulación de este año y los incentivos fiscales que entran en vigor el 1 de enero bastarán para reactivar la economía lo suficiente como para corregir este desequilibrio… o si acabarán agravándolo.

Relevantes como son estas cifras y estos dilemas, en términos políticos todos se reducen una máxima simple pero cierta. El votante solo va a renovar el mandato de los republicanos si percibe que su vida es mejor de lo que era 24 meses antes. Y ahí, la Administración tiene mucho trabajo por hacer. Las encuestas mas recientes indican que solo el 40 % aprueba de la gestión de la economía, el tema más importante para la mayoría de los americanos. Esa cifra baja al 35 % cuando se pregunta sobre la inflación. Aquí parecería que relato mata dato.

Las señales electorales tampoco son alentadoras. Las elecciones a gobernador de noviembre y el reciente resultado en Tennessee apuntan a una coalición que empieza a agrietarse. La dureza, la falta de tacto y los excesos en las deportaciones están alejando a un votante hispano que, por primera vez desde Reagan, se había acercado a la hoguera del Partido Republicano. Al mismo tiempo, la agresividad contra adversarios políticos está enfriando a un electorado centrista que vio en Trump un antídoto contra la deriva woke, pero empieza a percibir comportamientos simétricos, solo que desde el otro extremo.

Pero el factor principal es que el discurso triunfalista sobre la economía no se refleja en los bolsillos de sus votantes.

La economía de la nevera

Los salarios reales han crecido algo más del 1 %, concentrados en sectores industriales y no de oficina. Entre los jóvenes, el panorama es algo peor: estancamiento salarial y un aumento desproporcionado del desempleo. Las restricciones migratorias han generado cierta escasez de mano de obra, pero sin traducirse en subidas salariales significativas.

Las elecciones de mid-term generalmente no son buenas para el inquilino de la Casa Blanca. La baja participación amiga, y la movilización enemiga suelen ser determinantes. Los estrategas republicanos tienen la esperanza que los demócratas, en su creciente deriva socialista, den más miedo al elector independiente y centrista, que los constantes desvaríos de Trump. Que abandonen toda esperanza. El último sondeo de Gallup muestra que el apoyo entre independientes a Trump ha caído del 42 % al 25 %.

En las últimas 16 ocasiones, el partido en el poder ha perdido asientos en el congreso en 14 ocasiones. Solo se han librado Clinton, durante el boom económico de 1988, y Bush hijo en el 2002, lanzado tras el ataque patriótico del electorado después de los ataques del 11-S.

James Carville, el famoso estratega demócrata que alzó a un desconocido Bill Clinton al poder frente a un muy querido George Bush padre, que venía de ganar la guerra de Kuwait, lo dijo en el 92 y sigue siendo cierto: «Es la economía, idiota». La elección del 26 no se va decidir por los grandes temas geo-políticos y estructurales que centran la atención de los comentaristas, sino por la economía de la nevera.

Trump tiene seis meses para lograr que sus logros macro se traduzcan en beneficios tangibles: vivienda más barata, sanidad menos costosa y salarios reales claramente al alza. Si no lo consigue, sus dos últimos años en la Casa Blanca pueden convertirse en un auténtico calvario político.

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