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26 de abril de 2024

José Luis Rodríguez García

José Luis Rodríguez García

José Luis Rodríguez García (1942-2022)

En este día en el que ya no estás

La vida –la vida libre, sobre todo– tiene un precio. Pepo lo pagó en la madrugada del día 12 julio

José Luis Rodríguez García
Nació en León el 13 de junio de 1949. Falleció en Zaragoza el 12 de Julio de 2022

José Luis Rodríguez García

Catedrático de Filosofía

Era doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Fue autor de una amplísima obra literaria, que abarca los campos del ensayo, la novela y la poesía. Entre sus galardones, figuran: el premio Viejo Topo de Ensayo, el Bienal de Poesía de León, el premio Pérez Galdós de Relatos, el premio Ciudad de Valencia de Novela y el premio de las Artes y las Letras en 2019.

Saltas al tren. No necesitas abrir el libro. Los versos de Eliot han comenzado a devorarte el alma, en el instante mismo en que el zumbido del teléfono te sacudió en el estudio de esRadio y supiste, antes de que pudieras siquiera responder, lo que iban a decirte: «ha muerto esta madrugada». Y la espiral de los versos de Eliot gira. No se ha detenido aún. No va a detenerse: «Porque no tengo esperanza de volver. / Porque no tengo esperanza. / Porque no tengo esperanza de volver».
Atravieso Zaragoza en taxi. Me doy, de pronto, cuenta de que ninguna ciudad he visitado en el último medio siglo tantas veces como ésta. Y que no sé nada de ella. Me perdería en cualquier esquina. Pero, en cualquier esquina, reconocería las palabras que en ese preciso lugar crucé alguna vez con Pepo: porque el sabio catedrático de filosofía en la Universidad zaragozana, el poeta delicadísimo, el descarnado narrador, el filósofo de gravedad innegociable, será para los otros José Luis Rodríguez García. Para mí es Pepo, desde aquel primer otoño de 1969 en la Complutense, en el cual nos juramos no conceder un instante de tregua a la pléyade de los estúpidos. Un puro azar hizo que él fuera catedrático en Zaragoza y yo en la Complutense. También en eso fuimos intercambiables. Y puede que nuestro mayor lujo haya sido el de poseer el mundo sólo como aquello alrededor de lo cual poner palabras.
¿Cuándo supimos que esa apuesta era irreversible? Quizá en la primavera del 72, a la entrada del bar de la Facultad. Un policía político («sociales», los llamábamos entonces) debió ponerse nervioso por algo. Dos disparos de pistola sonaron muy cerca. Y lascas de escayola cayeron sobre nuestras cabezas. Escapamos de allí como bien pudimos. Y ya lejos: «Oye, la incompetencia de ese tipo nos acaba de regalar una segunda vida». «Pues vamos a vivirla como nos dé la gana». Eso hicimos. Hasta ayer, los dos. Me queda ahora la difícil tarea de seguir haciéndolo solo y en su nombre. Después de sus versos de despedida: «Yo, quien tan sólo aspiro / a escribir un penúltimo poema». Fue el último.
Pepo tuvo todos los reconocimiento literarios imaginables. Aunque a mí, naturalmente, me parezcan insuficientes: todo es insuficiente para dar razón de una talento como el suyo. Y aquel nuestro «hacer lo que nos diera la gana» fue cumplido. Nos dio la gana de leer más libros que nadie, nos dio la gana de ver más pelis que nadie, de oír más rock and roll que nadie, de devorar la noche como pocos la han devorado… Y de desbarrar, de desbarrar como monarcas desterrados. Y de rendir, como no ha rendido nadie, un culto sagrado –y puede que supersticioso– a la inteligencia: lo único de verdad bello, lo único por lo cual valen la pena todos los excesos. ¿Lo demás…? No hay demás.
La vida –la vida libre, sobre todo– tiene un precio. Pepo lo pagó en la madrugada del día 12 julio. Yo quedo aquí para seguir pagándola. Por los dos. «Porque no tengo esperanza de volver. / Porque no tengo esperanza. / Porque no tengo esperanza de volver». Y el libro de Eliot sigue intacto en mi irrisoria mochila.
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