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29 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

El poeta de Neurona

El autor de esa belleza, de ese poema cumbre de la poesía hispano-venezolana, del que ya se sabían leves irregularidades financieras, es acusado de trincón de comisiones no declaradas. Desmoronamiento

Actualizada 03:41

Los titulares de los periódicos han sacudido mis cocochas. «La UDEF rechaza la documentación de Monedero. Facturó en falso a Neurona». «Monedero emitió una factura falsa y ad hoc para enmascarar el cobro de 26.200 euros a la consultora Neurona». Por lo leído, huyo del optimismo y me siento obligado a la rendición. También entre los poetas se cae en la golfería comisionista y oculta. El gran poeta de Chávez ha resultado ser un simple y elemental comisionista de Neurona.
Mi amor por la poesía española es invencible. Desde San Juan de la Cruz a Garcilaso, de Quevedo a Lope y Góngora, de Bécquer a Fernando Villalón, los satíricos del XIX, los del Veintisiete, la generación del 50, la Mística, la Bucólica, la poesía de piedra, dura y blanca de Pepe Hierro, la copla andaluza de Rafael de León… Tuve el privilegio de tener al maestro elegido, Santiago Amón, que también me llevó hasta Keats y Baudelaire.
Relación interminable. Entre todos, Muñoz Rojas y Dámaso Alonso, el eterno enamorado. «Solo sé que soy hombre y que te amo». La poesía de los bohemios, muy cercana a la golfería, pero no a los trinques comisionistas. Escribían para amar, para engañar, para vituperar, pero no para cobrar dineros políticos. Le fueron ofrecidos a Quevedo, los dineros, por el Conde Duque de Olivares y los rechazó por seguir siendo libre, y el Conde Duque por su «Padrenuestro Glosado» a Felipe IV lo enchironó en las mazmorras de San Marcos de León.
Y de repente, surge el poeta del Orinoco. Acuña la bellísima metáfora del agua paseada. El agua del Orinoco no fluye, no corre, simplemente pasea. Juan Carlos Monedero no se esfuerza en la métrica y la rima. Escribe el poema del agua paseada tal como le sale. Está agonizando Hugo Chávez, el motor, amor y pagador de su vida, y el poeta cumple con su cometido. Les transcribo su obra maestra.
He amanecido con un Orinoco triste paseándose por mis ojos.
​Querer a Chávez nos hace tan humanos, tan fuertes...
​Chávez es la señora que limpia.
​Chávez es el señor que vende periódicos a la entrada del metro.
​Chávez del vendedor de helados.
​Chávez de la abuela que ahora ve y ahora tiene vivienda.
​Chávez de la esquina caliente de Caracas y de la lonja de pescadores de Choroní.
​Chávez de la poesía rescatada, de los negros rescatados, de los indios rescatados…
​Chávez de lo que hoy es posible en América y que hace veinte años era imposible.
​He amanecido con un Orinoco triste paseándose por mis ojos, y no se me quita.
​Fuerza, Hugo. Aguanta. Aguanta para ayudarnos a quitarnos este miedo de la soledad de cien años.
​Aguanta, Presidente, aguanta. (Juan Carlos Monedero)
Desde la Elegía por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca no se había escrito un llanto poético como el de Monedero a Chávez. El agua –insisto–, pasea sus lágrimas por el Orinoco. Y Chávez lo es todo. Mujer que limpia, vendedor de periódicos y de helados, abuela que ve, esquina caliente, lonja de pescados de Choroní, poesía rescatada, rescatador de negros, rescatador de indios, quitamiedos de soledades de cien años… ¿Es posible reunir mayor belleza, tensar los versos con más suave fluidez, alcanzar cumbres –o tepuís–, más altas y vegetales que lo reunido, tensado y alcanzado por este poeta en su elegía adelantada a Chávez? Y de golpe, inesperadamente, el batacazo. Que el autor de esa belleza, de ese poema cumbre de la poesía hispano-venezolana, del que ya se sabían leves irregularidades financieras, es acusado de trincón de comisiones no declaradas. Desmoronamiento.
Hoy sí que he amanecido con un Cantábrico triste paseándose por mis ojos.
No rompiendo en los acantilados ante mis ojos. No muriendo desde las olas de la playa ante mis ojos. Simplemente paseándose, a lo que el Cantábrico no está acostumbrado, pero así ha sido y qué le vamos a hacer.
El poeta comisionista.
Como si fuera Corina.
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