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Desde la almenaAna Samboal

Síndrome de la Moncloa

Una cosa es afear una conducta bien poco edificante, otra bien distinta echar con nocturnidad y a patadas a un hombre que ha hecho mucho por su país

La coalición se tambalea. Se lo ha dicho al presidente, en el Congreso, la portavoz de Bildu. Pedro Sánchez ya no puede salir a la calle. Cada vez que la pisa, aunque apenas tenga que recorrer unos metros, se lleva una sonora pitada. Y ni siquiera ha empezado a recortar el presupuesto de subvenciones y gastos con el que intenta mantener contenta a la plebe. Ha recibido el primer aviso de Bruselas y el segundo del Banco de España. En breve, aunque la inflación está engordando las arcas de Hacienda, tendrá que coger la tijera para que no le echen al tercero, como a Zapatero. No habrá dinerito fresco para financiar subvenciones y tampoco para regalar a los socios en el parlamento. Y ya casi no quedan presos etarras a los que llevar de vuelta a casa. Tiene presupuesto aprobado para aguantar, pero ¿a qué precio? ¿Con qué coste para los españoles
El Gobierno ha perdido la agenda y la iniciativa. Cada vez que tiene un problema, saca del confortable despacho a los de Podemos a montar la bronca. En esta ocasión, ni la escandalosa reforma de la ley del aborto ni las bajas anti-feministas de Irene Montero han logrado el efecto. Hábilmente, el PP no ha entrado al trapo. Que hable el Tribunal Constitucional, que ya es hora.
Sólo le queda hacer una crisis de Gobierno, que algunos vaticinan y otros recomiendan, que probablemente de nada sirva. El recambio de hace un año se ha quedado en fuegos de artificio. Sonaron más en titulares los que se fueron de los que han llegado, completamente desconocidos para los ciudadanos, inanes en su acción de Gobierno, políticamente irrelevantes. El partido de Sánchez ya no es el PSOE con una gran cantera de cuadros medios e intelectuales deseosos de dar el salto a la primera fila. Unos se han ido renegando del proyecto presidencialista, al resto les han largado. Los que vengan, si es que vienen, no dejarán más que el retrato en las galerías del ministerio de turno.
Este fin de semana, en Galicia, aplaudirán a rabiar a Juan Carlos I. Apenas quedan billetes de avión con destino a Vigo. Será el desagravio. Porque una cosa es afear una conducta bien poco edificante, otra bien distinta echar con nocturnidad y a patadas a un hombre que ha hecho mucho por su país. Dice la ministra de Hacienda, alarmada, que a la gente le preocupa que regrese. No sabe quién es la gente. Sólo le preocupa al Gobierno y a su tambaleante coalición parlamentaria.
Los tiempos cambian, pero el canto de los pájaros, la placidez que se respira en los jardines y pasillos y el halo de irrealidad que envuelve la Moncloa impiden a sus moradores verlo. Bien se lo podría haber explicado el Rey al que echaron. Los que fueron convertidos en presidentes por su audacia, perdieron el poder justamente por eso, por ir demasiado lejos. A los que llegaron prometiendo felicidad, les enseñaron la puerta de salida por dormirse en los laureles de su sueño. Otros prometieron grandes gestas y los españoles les acabaron diciendo que no querían ir tan lejos. Pedro Sánchez entró dando una patada en la puerta. ¿Cómo será su salida?