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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Terrible beso

El feminismo es muy pudoroso y estricto simultáneamente, y como no se dio el consentimiento y el besucón era un Príncipe bien vestido, limpio y recién duchado, exige la eliminación de la escena de Blancanieves

Vuelven los pulcros rumores. Va a ser cierto que los ánimos de las ultrafeministas han sido colonizados por censores del régimen que tanto aborrecen. Hay una escena en Sor Citroën en la que Gracita Morales se deja ayudar por un guardia urbano. Una humillación para la mujer. Y en Agustina de Aragón, la heroína zaragozana incita y excita al espectador masculino con una frase en la que mezcla, sin pudor alguno, su estado de ánimos con el sexo: «De indignación, me palpita el pecho». Pero nada que ver con el beso no consentido de Blancanieves.
Me preocupa Blancanieves, pero me preocupa aún más que el odio a la Monarquía de los socialistas, comunistas, podemitas de Stalin, podemitas de Lenin, podemitas de Yoly, podemitas de Belarra y la niñera de Irene, se ocupe también de la Monarquía de la nación del príncipe de Blancanieves. Para mí, que se trata de un Principado centroeuropeo, una especie de Luxemburgo aún más pequeñito con profundas grietas sociales, sin olvidar la crueldad de un racismo digno de estudio y posterior condena. Los enanos eran obligados a trabajar en la mina. Mina, por otra parte, escondida en el frondoso bosque. La Reina era muy mala, y su diaria conversación con el espejo nos hace ver lo poco que le importaba su Reino en comparación con su físico. La inesperada presencia de Blancanieves, que llega al lugar gracias a una beca Erasmus, enfurece a la Reina, e igual que Sánchez, sin consultar con sus asesores, sin acudir al Congreso, sin explicar su proyecto, sólo con la ayuda del espejo mágico que les dice a Sánchez y a la malvada Reina del cuento que son los más bellos, atractivos e inteligentes, la Reina Begoña, envenena una manzana reineta –o verdedoncella, que en manzanas estoy pegado–, y se la ofrece, como Eva a Adán en el Paraíso, a la joven entrometida de Erasmus, que en lugar de acudir a la Universidad de turno, se adentra en el bosque y descubre la casita de los enanos mineros. En la casita de los enanos, y perdón por si me extralimito, Blancanieves lo pasa de cine, sobre todo con Mudito, que a la chita callando, es un jaguar en aquello que todos mis lectores están imaginando.
No le andan a la zaga Gruñón y Sabio, dos obsesos sexuales.
El veneno causa efecto, y Blancanieves se derrumba. Y aquí viene lo que más molesta del cuento. La nación que linda con el reino tirano de la Reina Begoña es un Principado, una Monarquía parlamentaria. Y cuando en el bosque, los enanitos se disponen a inhumar los restos mortales de la joven estudiante y otras cosas, aparece el Príncipe a caballo, desmonta, se enamora de la becaria difunta, y acude hacia ella para besar su boca. La difunta revive con el beso, se abraza al Príncipe, y sin agradecer apenas a los enanitos sus desvelos para con ella, desaparece al trote del caballo agarrada a su Príncipe, mientras Mudito, Gruñón y Sabio se quedan con un palmo de narices.
La Walt Disney Corporation, agobiada por el movimiento de las mentirosas de «Me Too», ha decidido eliminar de la película el beso no consentido. Una joven, como Blancanieves, que ha sufrido un patatús, un pipirlete de esa magnitud como consecuencia de un envenenamiento perverso, no está en condiciones de consentir o no consentir un beso. Es más, si el Príncipe no osculea en los labios a Blancanieves, los enanos la entierran y aquí paz y después, gloria. Pero el feminismo es muy pudoroso y estricto simultáneamente, y como no se dio el consentimiento y el besucón era un Príncipe bien vestido, limpio y recién duchado, exige la eliminación de la escena.
Y a los que se les ha caído el poco pelo que tenían ha sido a los enanitos. La Montero «Chiqui», la andaluzona, ha ordenado la apertura de un expediente sancionador severo a los siete enanos, por haber abusado del trabajo doméstico de Blancanieves durante semanas sin pagarle la Seguridad Social. Como a Echenique. Pero de verdad. Obligándoles a pagar la multa, no como a Echenique que todavía no ha ingresado ni un euro por defraudar a la Seguridad Social con su pobre asistente inmigrante.
En fin, que dejo a cada lector, faltaría más, plena libertad de interpretación de este importante barullo del beso no consentido, de la becaria de Erasmus, del Príncipe vecino, de la Reina Begoña, del desconsuelo de Mudito, Gruñón y Sabio y de la multa a los siete enanitos, sanción a pagar sin opción a vista gorda como Echenique, por defraudar a la Seguridad Social. En fin…