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23 de abril de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

El comunismo contra la Iglesia Católica

El odio se ha manifestado en la agresión a los católicos. No existe ningún régimen comunista que no se haya distinguido por su implacable persecución a los cristianos

Actualizada 03:35

Nicaragua es un caso más de la guerra declarada por el comunismo a la Iglesia Católica. España vivió uno de sus episodios más terribles. La respuesta oficial del Vaticano resulta incomprensible, como si se tratara de un mediador entre dos partes en conflicto y no de la agresión del régimen comunista a los católicos. Al parecer, incluso la legítima defensa verbal ha perdido vigencia.
Es frecuente escuchar interpretaciones incorrectas de algunos principios fundamentales de la moral cristiana sobre el mal, el perdón, la violencia legítima y el amor al enemigo. Es cierto que una de las principales novedades morales del Evangelio es la virtud de la mansedumbre, que se encuentra sobre todo en el ofrecimiento de la otra mejilla. Es cierto que se consagra el precepto universal del amor al enemigo. Y también lo es la obligación de perdonar siempre, «hasta setenta veces siete». Pero hay que recordar que esa obligación del perdón ha de venir precedida por el arrepentimiento del ofensor y su petición. Por otra parte, uno está obligado a perdonar las ofensas recibidas, pero no las infligidas a los demás.
Pero nada de esto borra la diferencia abismal entre el bien y el mal. Nada de esto puede conducir a la más mínima forma de relativismo. No se puede expresar esta verdad de modo más elocuente que como lo hace Cristo en el pasaje de la adúltera perdonada. Yo tampoco te condeno. Vete y en adelante no peques más. El perdón no deja de calificar al adulterio como pecado. Y, sobre todo, no hay que olvidar que el perdón y el amor al ofensor no entrañan la cooperación con el mal y el crimen. Denunciarlos tanto fuera como en el seno de la propia Iglesia es una obligación para todos los creyentes. No hacerlo así ha causado y causa muchos males a ella y a la misión sagrada que tiene encomendada. Quien encubre un crimen comete un delito, se compromete con él y causa un perjuicio moral y jurídico a las víctimas. En este sentido, denunciar los crímenes de un régimen político ilegítimo es una obligación para los cristianos. Por supuesto que cabe la oración y que, como sostuvieron grandes filósofos y teólogos cristianos, Dios permite el mal y éste puede producir bienes. Pero la oración no es incompatible con la denuncia.
Uno de los tópicos más nocivos del siglo pasado es la pretensión de que entre el comunismo y el cristianismo existe una profunda proximidad y que la moral cristiana debería conducir al comunismo. Y se invoca la comunidad de bienes existente en las primeras comunidades cristianas, pero se calla cuidadosamente que se trataba de una práctica voluntaria y no impuesta. Por el contrario, desde sus orígenes y en sus textos fundacionales el comunismo ha expresado su oposición, incluso su odio, radical al cristianismo. Por supuesto, ese odio se ha manifestado en la agresión a los católicos. No existe ningún régimen comunista que no se haya distinguido por su implacable persecución a los cristianos. El Frente Popular español es uno de los ejemplos más destacados. Probablemente nunca se asesinaron tantos católicos en tan poco tiempo. Quizá no sea necesario mencionar los ejemplos porque desde 1917 han abundado. Pocos como el Papa Juan Pablo II han expresado con más fuerza esta terrible verdad. Y no hablaba de oídas, sino que vivió en su Polonia natal los horrores de los dos totalitarismos: el comunismo y el nazismo.
En suma, ni siquiera es necesario invocar la legítima y obligatoria defensa de sus miembros perseguidos. Es cuestión de defender el bien, la verdad y la justicia.
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