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19 de abril de 2024

Enrique García-Máiquez

Gallardo o las barbas de Gallardón

Con Alberto Ruiz-Gallardón pasó como ahora: gran escandalera mediática por un supuesto peligro a los derechos de las mujeres. Gallardón fue desautorizado por su presidente y su partido y, en un gesto que le honra, dimitió

Actualizada 01:30

Aunque parezca marginal, uno de los fenómenos más importantes del panorama mediático-político español es la animadversión que provoca Juan García-Gallardo en la izquierda, en el centro y hasta en la derecha moderada. Hay que comprender este llamativo fenómeno para analizar nuestra actualidad. Tiene dos causas superpuestas, una general y política, y una particular y provida.
Como la general tiene más que ver con Vox y perdurará en el tiempo, ya la analizaré en otra ocasión. No quiero, sin embargo, dejar a los atentos lectores de El Debate con un incómodo suspense que no han pedido. Se trata de que Gallardo es el político de Vox que ha entrado en las instituciones y está llevando a cabo políticas concretas. Los grandes discursos voxeros no entusiasman a los críticos, desde luego, pero los pueden amortizar como peaje al populismo –dicen– de estos tiempos. Las pequeñas y medianas acciones de gobierno les enfurecen, porque demuestran una vocación de cambio real. Si la irritabilidad de tus enemigos siempre ha sido una guía certera de conducta, aquí le están regalando a Vox una brújula.
El motivo particular es que García-Gallardo se ha atrevido a tocar el aborto, que, por razones oscuras, hace las veces de rito sagrado de la postmodernidad. Gallardo es el primero que sabe que su reforma es muy menor. Solo se trata de ofrecer a las madres que quieren abortar la posibilidad de oír el latido del feto y de ver una ecografía. Podrán rechazar esa posibilidad y abortar; y podrán aceptarla –oír el latido, ver la radiografía– y abortar igualmente.
Cuando el joven político de Vox dice que, con una vida que se salve, compensará, no está siendo lírico ni grandilocuente, sino exacto. Se salvarán pocas vidas. Pero también, en efecto, esas pocas o incluso una sola valdrá la pena. Jorge Luis Borges escribió que el suicida aniquila, en lo que a él respecta, el Universo: «Lego la nada a nadie», remata el poema. El niño que nace contra viento y marea, al contrario: hereda el universo y hace nuevas todas las cosas.
Y aunque no se salvase ninguna vida, merecería la pena, por las vidas que se salvarán en el futuro, si Gallardo aguanta y el PP no termina inmolando su propuesta como hizo con la de Ruiz-Gallardón. Propuso un cambio inédito a favor de la vida, que además obedecía a un compromiso de Rajoy con sus electores. Pasó como ahora: gran escandalera mediática por un supuesto peligro a los derechos de las mujeres. Gallardón fue desautorizado por su presidente y su partido y, en un gesto que le honra, dimitió. Recordando aquello, Gallardo tendría que poner sus barbas a remojar, aunque si resiste, demostrará que la existencia de dos partidos distintos es una cláusula de seguridad para el votante conservador. Lo imprescindible, para nosotros, es entender por qué tantísima presión antes con Gallardón y ahora con Gallardo por medidas que no restauran el derecho a la vida.
Lo que revoluciona a los abortistas (de todos los signos políticos) es el cambio, aunque sea mínimo, de tendencia. Conocen el proceso de primera mano porque ha sido el suyo. Empezaron diciendo que abortar era un delito, pero que, en atención a las circunstancias, convenía aplicar atenuantes y eximentes. Luego publicitaron que abortar resultaba tan terrible para las mujeres que ya era una condena en sí y podía sacarse del Código Penal para evitar la doble pena. Hasta que ahora lo proclaman un avance social y un feliz derecho «reproductivo», en patética paradoja como Luis Ventoso denunció aquí. Si hoy dijesen lo que ayer, se encarcelaban a sí mismos.
Dentro de nada, lo que propone Gallardo, arrostrando la rabia de todos los abortistas, nos parecerá muy poca defensa de la vida, pero, para defenderla más y mejor mañana, hay que hacerse fuertes hoy en las medidas castellanoleonesas. Que se oigan también los latidos de nuestros corazones.
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