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20 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Pensamiento Mónica García

Vive a todo trapo disfrutando del capitalismo, pero a los demás nos recomienda igualación a la baja, rencor social y subsidios

Actualizada 09:23

La han pillado, una vez más, con el carrito del helado. Mónica García Gómez, de 49 años, «médico y madre», según su enfática y célebre autodefinición, era una chica bien, hija de dos psiquiatras, que se enroló en Podemos y más tarde se hizo tránsfuga, plantando a los morados por el partido de Errejón (quien en un ataque de cuernos se había divorciado de Iglesias Turrión, al ver cómo lo relegaba para primar digitalmente a Irene, su por entonces flamante amada).
En las últimas elecciones a la Comunidad de Madrid, García dio la sorpresa y adelantó al PSOE, lo cual tampoco era muy difícil. Ahora acaba de protagonizar un patinazo de esos que si le ocurren a una persona normal se mete en la piltra y no asoma la napia en una semana. Intrépida, fogosa y guerrillera, como a ella le gusta, Mónica solicitó de buena mañana la dimisión de Enrique Ossorio, el número dos de Ayuso, por cobrar el bono social térmico, una ayuda a la calefacción del Gobierno para las personas vulnerables. «No es tolerable tanta falta de ética pública», clamaba la esforzada líder de izquierda radical. Pero esa misma tarde se supo que ella también cobraba esa ayuda. Un ridículo realmente épico, que revela la doblez demagógica del personaje (o «personaja», por respetar la tontuna gramatical que impera en esos pagos).
Para recibir el bono térmico antes hay que anotarse para otra ayuda, el bono eléctrico. Lo que evidentemente hicieron tanto Ossorio como Gómez. El Gobierno diseñó la ayuda estableciendo que no la podía percibir nadie con una renta superior a los 12.000 euros anuales. Pero estableció una excepción: las familias numerosas, categoría en la que entran tanto los Ossorio como los García. Así que no han hecho nada ilegal, pero no han estado muy finos. Ossorio, que cobra 104.000 euros, porque ofrece una carnaza fácil a la demagogia de la izquierda por una ayuda de 195 euros, que no le va a cambiar la vida en nada. Y García, que está forrada, por su lamentable doble moral: yo hago de tapadillo lo que a ti te critico espantada. El problema de fondo es que el chapucero Gobierno que tenemos ha diseñado mal la ayuda.
No es la primera vez que la intrépida García patina. En los días de la pandemia alardeaba de su labor en el hospital y de la lucha que allí vivía. En un almuerzo con periodistas, el valioso Álvaro Nieto, que sospechaba que la política no le dejaba en realidad tiempo para la medicina, le preguntó agudamente si podía detallar cómo era su trabajo en el hospital, cómo se las apañaba con el horario, etc… García, azorada, balbuceó una respuesta inconexa, inconsistente. Pillada en orsay, de inmediato anunció que aparcaba la medicina para dedicarse por completo a la política.
No se vayan, que todavía hay un tercer sonrojo. En 2021 tuvo que devolver 13.000 euros que había cobrado como diputada autonómica, al destaparse que los había percibido estando de baja en el hospital.
Por último, no podemos cerrar estas alegres aventuras sin el momento tirito. En octubre de 2020, mientras el consejero Lasquetti hablaba en la tribuna de la Asamblea de Madrid, la diputada García apuntó con sus dedos a la bancada del PP e hizo el gesto de disparar. Lo más notable es que ella lo negó, aunque existían imágenes indiscutibles, y llegó a achacar la postura de sus dedos a ¡una artrosis! Posteriormente, en su memorable ensayo político «Política sin anestesia» (qué agudo juego de palabras con su condición de anestesista), García reconoció al fin que sí hubo tirito al PP.
Pero si nos ocupamos aquí de Mónica García es porque supone un ejemplo perfecto de lo que se conoce como la izquierda caviar, o el socialismo Moët & Chandon. García está forrada, lo cual me parece muy bien, porque a diferencia de ella creo que las personas tienen derecho a disfrutar de la herencia de sus ancestros y a prosperar en la vida. Educada en un colegio del exclusivo barrio de El Viso (el mismo donde Nadia Calviño encuentra gangas constantes en el súper), recibió de sus padres un piso en el Retiro, de 191 metros y terraza de 27, y una casa y un solar en Cercedilla. Reside con su familia en otro pisazo junto al Retiro, esta vez aportado por su marido, un alto directivo de una multinacional australiana (vaya por Dios: el horrible capital extranjero sin alma que tanto nos repugna a los errejonistas y a los podemitas). El cónyuge no baja de los 200.000 euros al año y Mónica declara que gana unos 55.000 (aunque hoy como portavoz podrían superar los 70.0000, porque desde 2019 no tiene a bien actualizar su declaración de bienes en el registro de la Asamblea).
Insisto en que veo estupendo que Mónica García viva a todo trapo disfrutando de la economía de libre mercado, que la goce en su dacha VIP y se relaje en el club deportivo privado del que es socia. Pero lo que no resulta aceptable es que mientras ella disfruta de los beneficios de la economía abierta y del espíritu emprendedor de su marido en una multinacional australiana con 12.000 empleados, a los demás nos recete rencor social, igualación a la baja, la panacea de «lo público» y el subsidio como única meta y esperanza.
Así que, y resumiendo, como le dijo en un momento glorioso el Rey Juan Carlos a Hugo Chávez, otro demagogo socialista: «Mónica, ¿por qué no te callas?».
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