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17 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Clara Isabel, veinte años

Entre ella y el redactor gráfico de ABC colocaron el féretro en un lugar preeminente, lo adecentaron y obtuvieron la única foto que se hizo antes del traslado. Ser corresponsal de Familia Real de ABC tenía esas cosas

Actualizada 01:30

Hoy se cumplen veinte años de la muerte de Clara Isabel de Bustos. Era una muy joven periodista que trabajó en ABC durante trece años hasta que un cáncer la inhabilitó para realizar su labor informativa. Ella tuvo como base de su trabajo la información cultural en la que siempre destacó. Y un buen día, en 1991, el director del periódico, Luis María Anson, la nombró corresponsal de Familia Real a propuesta de Catalina Luca de Tena, de quien tomaba el relevo.
Clara Isabel volcó su saber y su pasión en el cometido que se le asignó. En un tiempo en que ABC daba prioridad y máxima relevancia a las actividades de todos los miembros de la Familia Real española, Clara viajaba por España y el mundo siguiendo a los Reyes y al Príncipe de Asturias. Incluso se fue a Estoril a informar y acompañar la traída a España de los restos mortales del Infante Don Alfonsito, el último miembro de la Familia Real que le quedaba a Don Juan por llevar a El Escorial. Clara llegó al tanatorio esturilense y se encontró el ataúd arrinconado en el suelo y con trastos encima. Entre ella y el redactor gráfico de ABC –creo recordar que Pepe García– colocaron el féretro en un lugar preeminente, lo adecentaron y obtuvieron la única foto que se hizo antes del traslado. Ser corresponsal de Familia Real de aquel ABC tenía esas cosas. Y con mucho gusto.
Clara se pasó los seis meses anteriores a su matrimonio en Madrid de guardia en Pamplona mientras la salud de Don Juan se iba deteriorando. Al fin ocho días antes de su boda, que sería el 17 de marzo de 1993, abandonó la capital de Navarra y Don Juan moriría el 1 de abril mientras ella estaba de viaje de novios en California.
A los 32 años y cuando amamantaba a su segundo hijo le apareció un cáncer de pecho contra el que luchó con un valor y una fuerza arrolladores. El primer oncólogo que la trató no supo diagnosticar la recidiva del cáncer en el otro pecho y para cuando el cirujano plástico le obligó a analizar el tumor antes de hacerle la reconstrucción de la primera mastectomía, era ya demasiado tarde. Como escribió con su singular maestría Trinidad de León Sotelo en el inolvidable obituario que le dedicó en ABC el 28 de junio de 2003 «Cuando la enfermedad parecía cortarte los caminos trazados para huir de ella, o te salía al paso a traición, te deprimías, pero no te oí clamar como podías contra el destino, contra el desmán del tormento. Aceptabas los ánimos que brotaban de quienes te queríamos con una pasión que quería hacer milagros. Pero ¿de dónde sacabas los que tú misma tenías que producir? ¡Cuántas penas ha tenido que acumular tu alma de esposa, de madre, de hermana, de amiga…! ¡Cuán infinitamente humana eras!» Luchó durante cinco años y medio contra la enfermedad que se la llevaría con sólo 38 años. Y yo intenté dar esa batalla a su lado porque Clara Isabel era mi mujer.
El pasado sábado celebramos una Misa en su memoria en Alcaudete de la Jara, la localidad toledana en la que nuestros hijos han heredado de ella una finca que lleva muchas generaciones en su familia. Reunimos a medio centenar de familiares y amigos que querían recordar a Clara. Nuestra amiga y colega Mayte Alfageme me decía que en sus meses finales Clara le hablaba siempre de que su mayor preocupación eran sus hijos, Casilda y Borja, que ella creía que no la recordarían. Ellos tenían siete y cinco años cuando murió su madre. El sábado pasado Mayte me emocionaba diciéndome que su madre, en el Cielo, estará muy orgullosa de sus hijos.
Y con esas palabras en el corazón, me acordé del artículo que le dedicó Alfonso Ussía en ABC el 8 de julio de 2003. Se titulaba «Está bien». Y contaba Alfonso la visita que él hizo a nuestro panteón familiar en la ermita del Remedio, en Ruiloba. Describía la belleza del lugar, el recogimiento y cómo al fin allí, «busqué y no encontré el pequeño rincón de Clara, recién llegada a la ermita de sus sueños eternos. Pero su espíritu se hallaba en todas partes, y supe que estaba bien. Tranquila y feliz. Y de eso se trata. De decirle a Ramón y a sus hijos que estuve en el Remedio, en el día de su fiesta, que oí la Misa y recé por Clara y que ella estaba bien».
Veinte años después los que la quisimos y queremos hemos rezado por ella porque no la hemos olvidado. Porque sólo se muere de verdad cuando nadie te recuerda.
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