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05 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Sánchez ya prepara un nuevo atraco

El perdedor de las elecciones está dispuesto a añadir, a la dependencia de Otegi y de Junqueras, la del prófugo Puigdemont

Actualizada 03:42

En la porra electoral que hice en El Centinela del pasado martes y en la redacción de Herrera en Cope di 160 diputados al PP y 110 al PSOE. Me equivoqué, de manera reincidente, sin que sea consuelo que ese error no sea muy distinto al de la práctica totalidad de las empresas especializadas en sondeos, todas barridas por la realidad.
Mientras algo de reposo permite saber cómo ha afectado la elección del 23 de julio como fecha electoral, tan poco inocente como probablemente útil para los intereses de Sánchez, conviene poner las cosas en su contexto: Feijóo ha ganado, aunque por menos de lo que se preveía, y Sánchez ha perdido, también por menos de lo que se intuía.
La conclusión de esa evidencia es que solo hay dos opciones de Gobierno, y ambas son terribles: la menos mala sería la de Feijóo en minoría, bien apoyado por el PSOE, bien por Vox, el PNV, Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro. Ambas posibilidades son razonables, pero tan remotas como que Sánchez renuncie a intentar sobrevivir al precio que sea.
Esa es la segunda opción, y la más factible: Sánchez no felicitó al ganador; se comportó como si hubiera ganado él y anunció su disposición a mantenerse en el puesto, lo que en la práctica equivale a debérselo a los de siempre, Junqueras y Otegi, y a un tercero nuevo igual de siniestro que ellos, Puigdemont.
La decencia democrática indica que, si el PSOE no está dispuesto a permitir la investidura del vencedor, deben repetirse las elecciones, aunque ello signifique prolongar la agonía, la parálisis y la crispación de un país que no conoce la paz desde que Sánchez iniciara sus aventuras en 2015.
Pero la falta de ella demostrada por el personaje despeja la incógnita: Sánchez tratará por todos los medios de ser el primer presidente que no gana unas elecciones y, además, se alía con todos los enemigos de su país, a la vez, a cambio de unas concesiones que ya han sido dolorosas en esta legislatura y serían insoportables en la próxima.
De momento, el líder socialista solo tiene garantizado el bloqueo de la investidura de Feijóo, cuyo rendimiento ha bajado de manera inesperada con respecto al de su partido hace menos de dos meses, cuando el PP barrió literalmente al PSOE en las autonómicas y municipales.
Pero no tiene garantizada su propia investidura: Junts, el partido de Puigdemont, ya ha dicho que solo le respaldará a cambio de un botín a definir que no será barato ni presentable. ERC elevará mucho su factura tras comprobar el coste electoral que ha tenido en Cataluña su alianza con el PSOE. Y Bildu ya ha repetido hasta la saciedad que quiere ver a los terroristas fuera de las cárceles y avanzar en la legalización de referendos de independencia, mano a mano con Junqueras.
Es decir, Sánchez necesita que le apoyen a la vez el PNV y Bildu, rivales encarnizados, y ERC y Junts, adversarios históricos. Y que una vez logre eso, los españoles asuman la inaceptable factura que le giren para hacerle presidente.
Habrá que preguntarse con calma qué ha pasado exactamente para que PP y Vox no canalicen el inmenso descontento social existente con este Gobierno. Y para interrogarse hasta qué punto la consolidación de una sociedad clientelar explica el apoyo ciego que aún mantiene Sánchez.
Pero a poco que se sepan interpretar los hechos, ponerlos en secuencia, recordar de dónde venimos y refrescar los movimientos de Sánchez en situaciones parecidas, no resulta muy difícil adivinar a dónde vamos: a otro Gobierno Frankenstein empeorado por la ascendencia en él de un prófugo de la Justicia que ahora tiene las llaves de la Moncloa. Es difícil imaginar un paisaje más desolador, pero ése es el que hay por decisión de los españoles.
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