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30 de abril de 2024

El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Savater sin País

Anteayer, lo despidieron del periódico que contribuyó a fundar. Lo despidió el doctor de pega Pedro Sánchez

Actualizada 01:30

¿Nuestra primera discusión? No la recuerdo. Nos conocimos discutiendo. En aquel tiempo, hablábamos en voz mucho más alta que ahora. Savater debía de andar por los veinte. Yo tenía tres menos. A esas edades, las convicciones son duras. Y el tono de la voz lo es bastante más. Con el distante saber que imponen los años, a uno le da vergüenza hablar en otra clave que no sea la del susurro.
Pero, ¿quién hubiera podido susurrar algo y ser oído en aquellas asambleas de la Facultad de Filosofía y Letras? Era 1967 y el mundo estaba aún por estrenar. Nos arrastraba la ensoñación de ir inventando islas utópicas en las que sólo amistad e inteligencia tuvieran sede. No hace falta que nadie venga a decirme ahora que era ilusorio. Pero estaba bien, muy bien. La policía controlaba las puertas, la Brigada Social nos infiltraba. Más tarde, a partir del 69, los «sociales» tendrían sede en las aulas. Tras el estado de excepción, nadie ignoraba que, de cada gesto y de cada palabra, quedaba huella en los archivos de la puerta del Sol. Lo que no fue destruido de ellos –poco– puede ser consultado hoy en el Archivo Histórico Nacional. Yo lo he hecho. Pero es apenas un despojo triste de aquello en lo que un día hubo la eclosión de la vida.
Habrá un día que leer, en las hemerotecas, los tiempos de la transición, cuando un diario de Madrid reunió en sus páginas a quienes juzgó los más brillantes apoyos literarios de una socialdemocracia cuyo ascenso se preveía ya, en aquel final de los setenta, inexorable. Fernando Savater fue el más riguroso de ellos. Y, sin comparación, el más honesto. Ha seguido siéndolo, a lo largo de medio siglo. Anteayer, lo despidieron del periódico que contribuyó a fundar. Lo despidió el doctor de pega Pedro Sánchez, dejémonos de eufemismos. Los capataces que transmitieron la orden no hacían más que dar cuerpo a la orden del amo. No creo que les pareciera elegante su sicariato, pero es que de algún modo hay que ganarse la pitanza. Cuando se vive de eso. Seamos compasivos. Fernando seguirá escribiendo en donde le dé la gana. Porque él escribe. Sabe hacerlo. Es la pequeña diferencia
Era, creo, el último allí de aquella condensación de inteligencia, entonces joven, que amalgamó Javier Pradera. De la anarquía gozosa de sus años complutenses bajo el loco y sabio magisterio de Agustín García Calvo, había ido pasando a un gozoso escepticismo que nunca se enquistó en los dogmas fratricidas a cuyo socaire fue este país nuestro trocándosenos en un infierno cotidiano. Conversar con Savater ha seguido siendo una delicia. Sobre todo, cuando no estas con él de acuerdo. Y, la verdad, es que pocas veces lo hemos estado en estos tantos años. Pero, ¿valen para algo las palabras si no es para la esgrima? Él ha sido, sigue siendo, un esgrimista verbal extraordinario. Riguroso. Y cordial siempre. Una muy rara avis: o sea, un lujo envidiable en la tierra nuestra.
Lo han echado. Eso dicen. Los del País. Sus lectores sabemos que es El País el que se ha echado a sí mismo. A la papelera. ¿Y quién va a leer eso ahora? Sánchez, puede. Puigdemont, si se lo traducen. Acabarán por hacerlo.
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