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09 de mayo de 2024

VertebralMariona Gumpert

Todos fuimos de izquierdas

¿Por qué seguimos arrastrando ese complejo de desalmados quienes no fuimos socialistas desde jóvenes?

Actualizada 01:30

En casa de mis padres no se hablaba de política. En la mía intentamos hacer lo propio, y explicar lo justo. Algo que resulta muy complicado viviendo en Pamplona y con una madre que escribe sobre el tema. A nuestros hijos les tenemos muy restringidas las pantallas, por lo que se sientan conmigo a ver debates televisivos: oportunidad para sentarse al lado de mamá viendo la caja boba, aunque no comprendan de la misa la media. Es muy curiosa la fórmula que utilizan para plantearme preguntas: «Mamá, ¿nos gusta este señor? ¿Nos gusta el PSOE? Ése es Feijóo, ¿nos cae bien?» Me resulta muy llamativo ese plural con el que depositan en mí toda la confianza para fijar sus filias y fobias. Intento responder haciendo hincapié en el «a mí», individualizando mi decisión y puntos de vista: «A mí no me gusta, pero de mayor ya decidirás tú qué te parece». Es impresionante la capacidad que pueden tener los padres para modelar a sus hijos a su imagen y semejanza si así lo desean.
Quien ha tenido unos padres plastas y exaltados de algo convierte a sus hijos en lo mismo… o en lo contrario, por aquello de la rebeldía de la juventud. Éste sería el esquema lógico que, en teoría, debería obrar al margen de la filiación política de los padres. Progenitores de derechas darían lugar a hijos leales de derechas o jóvenes rebotados de izquierdas. Y viceversa. Ésta es la teoría. La práctica es bien distinta. Lo ocurrido con la expulsión de Savater de El País es un ejemplo más de cómo la cosa no ha ido pareja en lo que se refiere a ser de izquierdas o de derechas. Tenemos de forma inconsciente como eje moral a personas que vienen del mundo de la izquierda, lo cual tiene cierto sentido si tenemos en cuenta las circunstancias históricas: Savater, Félix Ovejero, Andrés Trapiello, Arcadi Espada o Albert Boadella fueron universitarios en unas circunstancias históricas en las que lo extraño habría sido que no fueran de izquierda. No digo que sus compañeros comulgaran en bloque con estas ideas: hay que añadir que la transición otorgó foco y alas a quienes se opusieron al franquismo desde este posicionamiento ideológico. (Esto me recuerda a la chanza de Tamames: «El PSOE, cien años de honradez… y cuarenta de vacaciones»).
A estos ideólogos y escritores se les puede aplicar aquello de «el que es joven y no es de izquierdas no tiene corazón; el que es mayor y no es de derechas no tiene cabeza» sin que resulte un insulto a su incapacidad para pensar en su debut como adultos. Ahora bien, ¿qué ha ocurrido con la gente de mi generación? ¿Personas que han visto fracasar, uno tras otro, los sistemas comunistas o intervencionistas en extremo? ¿Por qué seguimos arrastrando ese complejo de desalmados quienes no fuimos socialistas desde jóvenes?
¿Por qué un manifiesto en contra de las políticas del gobierno sólo parece tener enjundia si los abajofirmantes son quienes he mencionado? Tiene gran utilidad que desde las mismas filas del antiguo socialismo se le enmiende la plana al actual, y aplaudo que lo hagan. Lo que no entiendo es ese complejo que nos impele a pensar que si el mismo manifiesto lo firman liberales o demócrata cristianos carece de fuerza. Para más inri, estamos pendientes de lo que hacen o dejan de hacer García Page o Felipe González. ¿Tan poquito nos queremos que tienen que venir desde la izquierda a decirnos que tenemos razón hasta cuando denunciamos lo más ignominioso?
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