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03 de mayo de 2024

Enrique García-Máiquez

Esperanza

Quizá el problema originario de la derecha española es que no ha sostenido lo que pensaba. Ha votado condenas en sede parlamentaria al régimen que o ellos mismos apoyaron o que apoyaron sus padres

Actualizada 01:30

Yo quiero llegar a los 107 años como Esperanza, la señora que entrevistaba Sonsoles Ónega. No tanto por los años, que también, sino por los ánimos, ejemplares. Como el vídeo se ha hecho viral, probablemente ya lo hayan visto. Sonsoles se pasma, muy bien pasmada, con que, en su vida, Esperanza haya pasado por tantos regímenes políticos: los reinados de Alfonso XIII, de Juan Carlos I y de Felipe VI, la II República y Franco. Ahí la flamante premio Planeta se viene arriba y se conduele de que doña Esperanza viviese todo el franquismo, de principio a fin, pobriña. Si no le hubiese tirado de la lengua, ella no habría dicho nada, pero ahora Esperanza explica que ella se conduele más concretamente del fin del franquismo.
Gran escándalo.
Sonsoles intenta convencerla de lo mal que vivió que no podía ni bailar. Esperanza, que dialécticamente está agilísima, se recuerda bailando, vaya por Dios. Contra la presentadora, contra el público y contra la propia hija, que le pide que corra un tupido velo, Esperanza recuerda muy bien su memoria histórica, hace sus comparaciones y extrae alguna que otra conclusión. Sonsoles Ónega la da por imposible.
La anécdota está muy bien, mucho mejor que la categoría, que es tremenda. Porque vimos que te cuentan lo que has visto. Del poeta Aquilino Duque decían que parecía don Quijote de la Mancha, todo bondad, tolerancia, raciocinio y donaire, hasta que le tocaban el tema de sus caballerías y entonces perdía la cabeza. No era eso. Es que se negaba a renegar de su memoria y, cuando le hablaban del páramo cultural del franquismo, clavaba las espuelas en su Rocinante, y arremetía contra esos molinos de moler la verdad de la historia y la literatura.
Yo, en principio, de memoria, nada. Mi segundo recuerdo infantil es la muerte de Franco y el primero es estrictamente familiar. De modo que no puedo marcarme un Esperanza y recordar cómo bailaba o lo que fuese. Pero tengo otro criterio. Conocí el testimonio de mis abuelos y mis tíos, que eran de la generación de Esperanza y excelentes personas y lo decían con total libertad y extrema ponderación.
Siempre me ha espantado la facilidad con los que lo vivieron y los que oyeron a los suyos contarlo, han renegado en la vida política de su propia memoria o del testimonio de sus mayores. Quizá el problema originario de la derecha española es que no ha sostenido lo que pensaba. Ha votado condenas en sede parlamentaria al régimen que o ellos mismos apoyaron o que apoyaron sus padres. Eso es una humillación biográfica e intelectual de tal envergadura que rompe el espinazo moral de cualquiera. La izquierda lo ha explotado.
Esperanza con sus 107 años ha hecho honor a su nombre y nos ha dado un ejemplo de resistencia cívica. Por supuesto, no quiero decir que los historiadores no puedan y deban discutir libremente el franquismo ni que no haya testimonios tan respetables como el de esta señora, pero muy críticos con Franco. Son lógicos. Lo que no tiene sentido es reírse, acallar, moldear o reprimir unos recuerdos honestos y nítidos porque no nos gustan o, sobre todo, porque no nos convienen. Mientras haya gente con el valor y la libertad de Esperanza, hay ídem.
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